Sirius miró al pequeño grupo que se encontraba en el salón del piso superior de Grimmauld Place. Estos eran los únicos miembros de la Orden en los que podía confiar estos días. Aparte de Snape, por supuesto, y si su yo adolescente pudiera escuchar eso, se internaría en San Mungo. 

-El ministro no está interesado en buscar a los fugados-, dijo Kingsley con su voz grave y retumbante. Tenía un brazo alrededor de Tonks, frotando suavemente su hombro; la joven auror había estado en un estado desde la noticia de la fuga de su querida tía Bella. Sirius no la culpaba; la idea de que esa perra loca anduviera libre le hacía sentir frío por dentro, como si los dementores estuvieran de nuevo sobre su hombro.

En su sueño, podía oírla, cacareando para sí misma desde unas cuantas celdas más allá, el sonido resonando en los estrechos pasillos de piedra de la prisión.

Sirius no dormía mucho estos días. 

-Tiene demasiado miedo de que ir a por ellos pueda desenterrar algo que no está preparado para afrontar-, resopló Tonks con sorna. -Por supuesto, habla de boquilla asigna aurores, dice a la prensa que lo tiene controlado. Pero los aurores que pone en el caso apenas saben distinguir el culo del codo-.

Sirius resopló con malicia; estaba muy familiarizado con el tipo. 

-El hecho de que siga en el trabajo es un maldito milagro-, murmuró Charlie, sacudiendo la cabeza. Estaba sentado al lado de Sirius, lo suficientemente cerca como para apretar sus piernas desde la rodilla hasta el tobillo, y Sirius se alegró de que nadie más sacara el tema con el frío siempre presente en sus huesos, tomaría todo el calor y el consuelo que pudiera conseguir. Dentro de lo razonable. No iba a ilusionar al pobre hombre, por muy desesperado que estuviera por tener algo de compañía por la noche, un cuerpo caliente que mantuviera las sombras a raya. Charlie se merecía algo mejor que eso. 

-No es un milagro, es una señal de que la gente de Voldemort ya está en el poder, y Fudge les está haciendo el juego-, dijo Remus con conocimiento de causa. Estaba apoyado en un sillón, con los ojos cansados por la reciente luna llena. -Si fuera competente, ya estaría muerto-.

Tenía razón; el lado oscuro no aguantaría a un ministro que pudiera hacer algo para detenerlos, no después de todo el trabajo que habían hecho para colarse en el gobierno. 

-Charlie, tenemos que hablar con papá. Tenemos que conseguir nuestros asientos-, declaró Bill. Sirius sintió que Charlie se tensaba a su lado.

-¿Crees que aceptará?-.

Sirius sabía que los chicos llevaban tiempo preparando el terreno, sobre todo desde el ataque de Arthur.

-Tendremos que seguir con él hasta que lo haga. Si lo dejamos para demasiado tarde, nos arriesgamos a que Dumbledore nos descubra; nunca dejará que papá nos pase sus puestos si cree que hay siquiera una posibilidad de que votemos en su contra-, señaló Bill con el ceño fruncido. -Diablos, tener la garantía de que papá votará con él es lo único que lo mantiene uno arriba de Malfoy-.

Con todos los apoderamientos de escaños dados a Lucius Malfoy por parte de varios amigos mortífagos que estaban encarcelados, o que no podían ocupar los puestos, eso le daba nueve votos sólo en el Wizengamot. Pero con todos los apoderados de Harry, Dumbledore tenía nueve de los suyos, y varios más que eran suyos en todo menos en la magia, teniendo en cuenta lo devotos que eran sus verdaderos titulares. Teniendo en cuenta que los que mantenían su política firmemente neutral no solían ser los mayores seguidores de Dumbledore, perder el respaldo de los Weasley y los Prewett podría sacarlo de su vacío de poder.

No es que Bill y Charlie estuvieran necesariamente de acuerdo con cualquier cosa que propusiera Malfoy, pero impediría que Dumbledore aprobara sus ridículas y restrictivas leyes que tanta gente no se daba cuenta de que no hacían más que cimentar la posición del viejo en la sociedad. 

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