†Capítulo uno†

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Nunca sabes lo que te puede esperar detrás de esas puertas.

Cerramos la puerta corriendo cuando escuchamos un fuerte golpe que hizo retumbar toda la habitación.

Nos giramos a la vez.

Oh, mierda.

— ¡NO!

Julissa corrió hasta Barnett, se arrodilló y le agarró de la cara.

— No, no, no por favor, no me dejes sola en este infierno.

Barnett estaba lleno de sangre por todos lados con una herida profunda en la pierna, se estaba desangrando, lo estábamos perdiendo.

Necesitábamos ayuda de los Superiores.

Las cámaras.

Las busqué por toda la sala hasta que las encontré. Me dirigí a ellas, sabía que Baltrán nos estaba viendo.

— Por favor —susurré delante de ella y con una pizca de súplica.

De repente el pequeño cuadrado que había debajo de esta diminuta cámara se abrió y me dejó ver una especie de vendas y cremas.

— Gracias.

Me giré y corrí de nuevo a ellos. Me agaché y le di las cosas a Evolet que es la que más sabía de medicina y esas cosas.

Ella me miró y se puso manos a la obras.

Sentí como unas manos en los hombros y solo por su tacto sabía de quién se trataba.

Ese chico que desde que empezamos las pruebas me volvió loca.

Maddox.

Aquel chico que me sacaba una cabeza y media. De ojos azules como el hielo y pelo negro como la noche misma. Esa piel que más de una vez me dieron ganas de tocar o rozar.

Ese ser humano que me ponía la piel de gallina, y me hizo llorar bastantes veces.

— Chi-chicos, mi-miren eso —dijo Arvel señalando a la puerta que lentamente se abría.

Estábamos en un pequeño cuarto donde habían dos puertas.

Una detrás cerrada con candado que la pusimos nosotros para dejar atrás aquel monstruo de tres cabezas y la de delante que se abría poco a poco dejando escapar una especie de niebla.

— Levanta —me dijo Madd, le hice caso.

— Chicos Evo no ha acabado, le falta poco.

— ¿Qu-qué es eso? ¡¿Qué mierda está saliendo de ahí?! —gritó Arvel y me miró.

Era un niño de trece años recién cumplidos jugando a una barbaridad de estúpido juego.

Desde que entró estaba muy asustado. Se pegó a Madd y a mí como si fuésemos sus ángeles de la guarda.

Puede que sea así, gracias a nosotros no le pasó nada en la segunda prueba, porque sinó, ya estaría muerto desde hace mucho tiempo.

La puerta se abrió de golpe.

Me paralice.

Algo muy grande entró.

Sus piernas eran larguísimas al igual que sus brazos. Su cabeza tenía forma de huevo y no tenía ojos, solo una boca que no dejaba de sonreír y se le escapaban hilos finos de sangre.

Arvel gritó, gritó tan alto que nos hizo tapar los oídos.

No le culpo.

Era su miedo. Me lo contó aquel día el cual estaba guardando el fuego para que no se apagará y los demás dormían plácidamente.

Miedo ©Where stories live. Discover now