La divinidad que se equivocó

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Desde aquel efímero —aunque no tanto, simplemente a Xiao se le pasaba rápido el tiempo a su lado— encuentro, donde se dejó consolar por primera vez en su vida; las visitas entre ambos se habían vuelto más usuales. Se enteró de que Venti visitaba con más frecuencia de la que pensaba a Rex Lapis, para tomarse un trago juntos o simplemente charlar y tal descubrimiento lo llevó a decirle a su maestro que le avisara cada que viniera, aunque eso le costó bastantes preguntas vergonzosas por su parte.

Y Xiao, bueno, no era muy de ir a Mondstadt, pero a veces le gustaba ir a verlo sin avisar y disfrutar de su rostro sorprendido.

Tan lindo.

Extrañamente, al contrario de lo que pensó alguna vez que era estar enamorado, todo era mucho mejor. Juraba que su corazón dolería hasta explotar, que su mente estaría meramente en las nubes y que tendría que terminar alejándose de él para no sufrir. Eso era lo que había oído de los seres humanos, pero debía ser que su amor era diferente al de ellos, tal vez más puro. Su amor lo volvía más fuerte, lo impulsaba a hacer cosas que jamás imaginó hacer y por sobre todo, lo hacía sentir bien, cálido, completo.

Solía tener esos pensamientos nocturnos de que el conocer y enamorarse de Venti estaba escrito en su destino desde hace mucho tiempo, que él siempre había sido su salvación en su desgracia, su luz en su oscuridad y su todo en su nada. También estaba consciente de lo ridículo que se estaba volviendo y lo asquerosamente cursi que era sin saberlo.

Pero qué iba a hacerle, su vida se había tornado color de rosa.

Ese día, era una de las veces donde iba a Mondstadt a sorprenderlo, pero en su trayecto hacia la pradera de cecilias donde él solía estar, paró en Levantaviento. La atención de su ambarina mirada fue robada por la Estatua de los Siete que representaba al Arconte Anemo. Alguien a quién toda su vida admiró, en la primera vez que lo vio anheló y que ahora, podía considerarlo un buen amigo y la persona que más alegrías le traía a su miserable vida. Allí, tallado en piedra, parecía tan inalcanzable, como si sin importar cuánto extendiera su mano hacia él, no podría llegar a tocarlo.

Y de alguna forma, esa era su realidad. Porque tenía la fortuna de verlo de cerca, de que lo considerase su amigo y que compartiera su tiempo consigo; pero hasta ahí llegaba, no podía aspirar a algo más, se sentía incorrecto el siquiera hacerlo. Venti era un Arconte y él un simple adeptus, que no podía intentar robarle su amada libertad. Aún si en lo más profundo de su alma anhelaba eternamente mucho más, también sabía bien que era imposible.

Venti no lo amaba en la manera en que él lo hacía. Él simplemente era amable y dulce, servicial y angelical, todo lo que estaba bien en el podrido mundo en el que vivían. No debía confundir su amigabilidad con un posible amor, por más ilusionado que a veces le haga sentir. No debía acercarse a él con la esperanza de una mirada afectuosa, un abrazo recofortador y mucho menos, un tímido roce de manos. Se lo repetía cada vez que iba a verlo, porque soñar despierto no le servía para nada.

Aunque de todas formas, por más doloroso que conformarse así podía sonar para alguien más, para Xiao no lo era; porque toda su vida se había acostumbrado a comer de migas de pan, de recuperar los rezagos y esto, en especial, era lo mejor que le había pasado, no iba a desaprovecharlo mientras pudiera. Estaba bien con mirar su espalda, con ser el que solo ve cuando está aburrido y con sus ojos mirando a alguien más. Estaba bien con su voz llamando su nombre, con su música de vez en cuando y con las palabras de aliento que le decía, imaginaba que por lástima.

Sabía bien lo que debía hacer y estaba bien como estaba. No necesitaba más, es como quería convencerse.

Tenía que admitir que ocultar sus sentimientos, para no encadenarlo a una cárcel de culpabilidad, era a veces difícil. Estar su lado casi cada día y aguantar decírselo, hacerlo sentir amado, llenarlo del cariño que alguien como él merecía, para que no pusiera ese rostro triste que a veces tenía por alguna razón que desconocía; era muy difícil. De hecho, le sorprendía que no tuviera miles de pretendientes a sus pies, del cuál pudiera escoger a uno adecuado para él y con el que pudiera ser finalmente feliz.

Anhelo eterno o algo más | XiaoVenWhere stories live. Discover now