Miércoles

702 67 10
                                    

Miércoles

Tu puedes tener planeado todo un itinerario, todo tu día perfectamente calculado, sin embargo, la vida te demuestra que nada se debe dar por sentado.

Este año, la conmemoración de aquel fatídico día para los Sato, había caído un miércoles.

Hace ya mucho tiempo, en esa misma fecha Asami había perdido a su madre a manos de un maestro fuego criminal; y, aunque ya había superado esa perdida, este año era diferente: Tampoco contaría con la presencia de su padre.

Podía ser ya una adulta, pero debía admitir que esta situación la había descolocado un poco.

Desde que ocurrió el incidente con su madre, ella y su padre habían pasado ese día juntos; cuando era pequeña su padre faltaba al trabajo para quedarse jugando con ella en las mañanas, a la tarde visitar la tumba de su difunta madre y posteriormente volver al domicilio para rememorar recuerdos sentados en la sala, viendo viejos álbumes fotográficos. La infanta Asami disfrutaba embelesada escuchando las anécdotas que su padre le contaba sobre cómo había conocido a su esposa y cuanto esta había amado a su hija desde que supo que estaba embarazada, ella le prestaba atención hasta que el sueño lograba vencerla y mágicamente amanecía en su cómoda cama al siguiente día.

Con el tiempo Asami creció y aunque la rutina se alteró seguían ciertos patrones irremplazables.

Ambos tomaban el día libre, se levantaban (como nunca) algo tarde, desayunaban e iban a trabajar juntos al taller de la mansión concentrando sus mentes en la invención de turno, posteriormente almorzaban y después de refrescarse partían a la visita anual al cementerio junto con el tradicional ramo de Jazmines, los favoritos de su madre, para rendirle honores a la mujer que les dio tanto amor como pudo en el poco tiempo que estuvo en este mundo.

Finalmente se dirigían a casa, cenaban y se sentaban en la sala a leer cada cual su libro en un cómodo silencio frente a la chimenea hasta que el sueño les avisaba que era momento de despedirse y cada cual dirigirse a su habitación a descansar para afrontar un nuevo día mañana.

Ya no observaban álbumes ni escuchaba anécdotas de la boca de su padre, pero no hacía falta, todas y cada una en su mente habían quedado grabadas y en el silencio de su cuarto, antes de quedar dormida las recordaba.

Pero... ¿Y Ahora?

Su padre, aquel hombre que le había dado todo durante toda su vida y que en un solo acto se lo había arrebatado, aquel que había admirado desde que tenía uso de razón, siendo su modelo a seguir, soñando con ser tan inteligente como el... Aquel hombre llevaba un poco más de dos meses en prisión y seguramente pasaría el resto de sus días pudriéndose en aquel despreciable lugar.

Inconsciente, testarudo por sus propias y absurdas ambiciones guiadas por el odio... aquel hombre, su único familiar, la dejó en la más profunda soledad.

Sí, ese era el termino: Soledad. Ese miércoles le sabía a una amarga soledad.

Llevaba ya siquiera media hora despierta en la cama, rodando de un lado al otro intentando recobrar el sueño sin embargo su mente no paraba de generar pensamientos y recuerdos.

—Y yo que pedí el día libre y -suspiró viendo de reojo el reloj que apuntaba a las 8 am- de saber que igual me despertaría relativamente temprano hubiese ido normalmente al trabajo.

Desganada tanto de despertarse como de obligarse a dormir, optó por desperezarse y comenzar ese agónico día. Quizás mientras más rápido comenzase, más rápido acabaría.

Días de la SemanaWhere stories live. Discover now