Sentimiento vengativo

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Después de la última consulta con su siquiatra Rodrigo no solo conocía el nombre del individuo que Débora recibía y atendía en su apartamento una vez él salía a trabajar, el que se comía y disfrutaba de sus dulces naranjas, sino que comenzó a entender lo que tramaban. El telón del escenario se abrió y quedó expuesta la tragicomedia en la que se convirtió su vida. Tras esa visita a su alienista, Rodrigo dedujo que lo que aquellos se traían era más que un engaño, peor que una infidelidad de pareja, como lo supuso desde el comienzo. El asunto era artero... ¡criminal!

Al parecer, Débora y su nuevo amante iban tras su pensión y ahorros, para lo cual estaban gestionado un falso matrimonio por vía civil. Lo cual, además, implicaba y ponía en muy alto riesgo su vida. Si él moría, la sustitución pensional, y todo su patrimonio, le corresponderían, en ley, a Débora Yanir Chandé, quien no solo, seguramente, habría formalizado y protocolizado, con alguna maña o triquiñuela, su vínculo marital con él, sino que estaría pensando en compartir el botín con su gañán.

Esta es la razón por la cual regresó de tan inesperada y repentina forma. Le dolió entenderlo así.

Si él muriera, ¿en qué iba a quedar su plan de dotar las escuelas del país con al menos una de sus obras? Se enojó al imaginar truncado de esa forma su proyecto final de vida.

La lúdica mental se abrió paso por entre su intrincado pensamiento. Sin saberlo, era muy probable que en ese momento él ya fuera un hombre casado... O, por lo menos, comprometido, pensó, mientras de forma involuntaria evidenció un comportamiento extraño.

Tras la honda preocupación y la asfixiante nostalgia que caracterizó su actitud desde cuando salió de la cita siquiátrica, siguió un episodio, casi de la misma duración que el anterior, de euforia y risa incontrolable. Sobre todo, con unas irrefrenables ganas de cantar y saltar como un niño. Emotividad que le causó pensar en su posible nuevo estado civil, y en lo que todo ello implicaba... incluso: ¡su neutralización! Recordó la palabra que para ese tipo de situaciones utilizó el sargento viceprimero Rodríguez cuando le contó lo de sus operativos oficiales y sus respectivas proezas nacionales, aquella noche durante el refrigerio nocturno en el Pabellón B de Siquiatría del manicomio en donde estuvo hacía muy poco.

Después de un corto tiempo Rodrigo volvió a un profundo estado de tristeza y frustración al recordar la traición y la maldad de la que estaba siendo objeto por parte de la persona que él jamás dejaría de amar, independiente de lo que hiciera. Comportamiento aquel que, a su vez, también de forma involuntaria, fue acompañado de manera acentuada con un tic nervioso en su ojo izquierdo, cada vez más evidente, pronunciado y molesto. Convulsión que estuvo con él hasta su fatal desenlace.

Fue en ese momento, y antes de regresar a su apartamento, cuando Rodrigo decidió poner en ejecución su rumiado plan. Este implicaba, en primer lugar, aniquilar a su rival: Arcángel Medina. Lo neutralizaría mediante el néctar de las exquisitas tangelos que este devoraba en su ausencia, y en el sitio que le había construido a su pérfido amor. Evocó de nuevo la palabra que utilizaba el sargento viceprimero Rodríguez para referirse a aniquilar o darle muerte a alguien. Rodrigo rememoró tal palabra mientras dejaba que un sentimiento vengativo recorriera, erizara e inficionara, aún más, su ya comprometida alma.

Lo haría inyectando la Acibricina, el acíbar decantado extraído de los bordes ponzoñosos de las rubirnalias, en las naranjas que él compraba cada sábado. Las cuales, para el jueves de la siguiente semana, y a veces el miércoles, habían sido consumidas. A Arcángel también le agradaban y Débora se las daba sin ningún reparo. Y con tal descaro y encubrimiento, que le llegó a decir a Rodrigo que en adelante tenía que comprar más, pues había descubierto el gusto por tales cítricos, tan saludables, por lo que cuando le daba sed, se comía una y hasta dos, o hacía jugo para mitigar las ansias durante esas largas vigilias que le tocaba soportar durante el día, mientras él, Rodrigo, llegaba.

Enfermos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora