La Soporte

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Dieciocho días después, al regresar a su oficina, tras la hospitalización, el vencimiento de la incapacidad médica y los días feriados involucrados en ese lapso, además de haber perdido, finalmente, su sitio de parqueadero que tomó su jefe inmediato, Rodrigo se encontró con varias novedades.

La cervecera contrató a una joven economista, acabada de graduar, quien a su vez adelantaba estudios de maestría en Dirección de Proyectos. Aquella ya llevaba una semana en la empresa y fue encargada de apoyar, en lo sucesivo, las labores que realizaba Rodrigo. Es decir, contrataron a un soporte para su cargo.

—Es para hacer más eficiente su trabajo —le dijo con burla el doctor Trillos a Rodrigo, una vez se la presentó y le comunicó que su oficina fue objeto de una readecuación para darle espacio al escritorio de La Soporte, cerca de él.

Pese a lo que todos con morbo esperaban, desde luego el mismo doctor Trillos, Rodrigo reaccionó con tranquilidad. Al parecer no se inmutó ni se mostró afectado por ninguna de las tres situaciones: parqueadero, la nueva profesional soporte y la reducción de su espacio en la oficina, ahora invadida por una extraña. Por el contrario, ignoró lo del parqueadero y ese día guardó su vehículo en un espacio público cercano. A partir del siguiente día dejó de llevarlo. Doce días después lo vendió. En adelante se movilizó en taxi.

En cuanto a los otros temas, estuvo de acuerdo y celebró la decisión. Fue y saludó a su nueva colaboradora. Le dio la bienvenida. Se puso a su disposición para facilitarle su labor. Él sabía, lo intuía, o era más que evidente, la verdadera razón. Con sus antecedentes siquiátricos, incluido un ingreso a la clínica de reposo, la compañía ya no podía confiar, como antes, en su trabajo. ¡Era un riesgo! Tenían que preparar a otra persona para que se encargara de lo que él hacía. Nadie se lo iba a decir en la cara. Sin embargo, dejó de importarle. Lo tenía, o creía que lo tenía, presupuestado. Además, se le estaban facilitando las cosas para acelerar su pensión y, ahora sí, dedicarse a escribir, aunque, por lo visto, sin Débora a su lado.

La siguiente novedad tuvo que ver con el trato falso que la mayoría de los dependientes de la cervecera le comenzaron a dar. Situación a la cual se acomodó con mayor dificultad y durante mucho más tiempo. Con cuanta persona que se encontraba, lo saludaba, lo miraba de arriba abajo, algunos con mayor confianza. Otros, más desfachatados, hasta lo tocaban y le preguntaban:

—Y... hoy, ¿cómo se siente, doctor? —y, con el mismo sofisma, sin esperar respuesta a la pregunta, venía la aparente conmiseración—. Usted es muy fuerte, está muy joven... aún tiene con qué superar cualquier maluquera pasajera como la que le dio... Lo hemos puesto en una cadena de oración... Nos hizo mucha falta... —y una veintena de frases por el estilo.

Nada lo inmutaba. Porque inmutada tenía el alma. Ni siquiera porque a las reuniones directivas solían llamar a la joven y bonita economista, a La soporte, y no a él. Esto, de alguna manera, él le fue alcahueteando, patrocinando a su colaboradora y proyectado remplazo. Esta situación, aunada con el entusiasmo y la misión secreta que tenía la joven de apoderarse en ese cargo, le fue facilitando espacio a Rodrigo para escribir, escribir... y escribir. Para estudiar gramática, ortografía, técnicas de redacción y temas similares. Así como para escuchar música popular y rencontrarse con la novela clásica y la poesía, incluso, en horas laborales, lo que antes nunca hizo.

Decidió intentar hundir a Débora en el imposible olvido... y a su fatal abandono, con tales faenas literarias, gramaticales, musicales. Actividades que todos los días en la soledad de su casa le ocupaban bastante tiempo, casi hasta el alba. A tal punto que, al regreso del permiso, Olga, por preocuparse por su patrón, fue indemnizada con el equivalente a un año de trabajo para que ella pudiera irse a descansar, le argumentó Rodrigo el día que la liquidó y le propuso que regresara hasta el siguiente año, y por la misma época. A no ser que la llegara a necesitar antes, caso en el cual él la llamaría.

Laverdadera intención de Rodrigo era clara: estar solo en el santuario de sucasa, en el sitio que construyó para vivir e idolatrar a Débora. Que nadie interfirieraen sus cerrados y fatales planes inmediatos.

Enfermos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora