Reformulación masiva

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El doctor Zapata Neira, desde luego, le siguió formulando a Rodrigo cada mes la medicación que su colega del sanatorio mental le prescribió. Más ahora que su paciente parecía haber normalizado su comportamiento, en relación con la última vez que lo atendió, previo a la hospitalización inicial. Pensó que esto, quizá, era por los efectos de los nuevos fármacos de los laboratorios de la OVT, de donde, también, le comenzaron a llegar a su cuenta privada bonos significativos tras la visita que le hicieron, en su consultorio, los emisarios del Iluminado Indio Guarerá.

Al parecer, los efectos de la molécula 3R, como se lo explicó el visitador médico de la OVT, tenía grandes alcances para estabilizar los ánimos de los pacientes alterados. Rodrigo parecía ser la prueba. En su quincenal conversación con él lo notaba mucho más tranquilo. Aunque, en el fondo de su mirada había un esquivo, indescifrable, inquietante y gélido brillo que el afamado siquiatra de la EPSS Sanamos no lograba precisar ¡qué diantres significaba! Esto, por su experiencia, le preocupaba.

Intuía que Rodrigo no se estaba tomando la medicación, por lo menos con juicio. Tal vez era mejor que así fuera, que evitara tomársela, porque a él, comprometido en tan turbio asunto de la reformulación masiva, pero muy bien recompensado, no le convenía encontrar, ni mucho menos reportar, los feos y perversos efectos secundarios de esos cuestionados medicamentos, aunque oficializados, pensó el siquiatra; más ahora que la EPSS Sanamos también le pertenecía a la OVT, tras haber comprado el 57% de sus acciones.

Rodrigo no refería, ni mostraba, hasta entonces, ninguno de los particulares síntomas secundarios de los que le habló el visitador de la OVT. Sintomatología que obligaba a recetar otra medicación, desde luego, incluida en el portafolio de esa organización y, esta, a su vez, una tercera, con mayor capacidad adictiva, así como de costo. Llegó a pensar el doctor Zapata Neira, durante la quinta cita, después de la hospitalización, que Rodrigo no se estaba tomando, ni siquiera de forma parcial, la Alegramicinina. Mucho menos la Antirascilina. Sin embargo, no le dijo nada, aunque le ordenó que, para el siguiente mes, tres días antes de la cita con él, se practicara unos exámenes de laboratorio para ver el nivel de ácido y de otras sustancias asimiladas en su cuerpo, como resultado de la ingesta de los nuevos medicamentos.

Como se leía en el protocolo reservado de la OVT entregado a todos los médicos adscritos y beneficiarios de los bonos que repartía la organización por la medicación, casi en exclusiva, de los mejunjes de su portafolio, se le tenía que hacer un seguimiento especial, no médico, mejor sería decir, de perfil socioeconómico, a todos sus pacientes. Resultados que tenía que reportar a la OVT, con énfasis en los indicadores que al respecto estaban consignados en el protocolo. Por esta razón, y en el caso de Rodrigo, el doctor Zapata Neira, desde la siguiente cita, después de su salida de la clínica, comenzó a preguntarle sobre lo que vio, oyó y escribió de los pacientes allá hospitalizados. De igual forma, comenzó a profundizar en sus haberes, pensión, proyectos... y en su relación sentimental.

Con gran habilidad, y pensando en lo extraño que era ese nuevo interés del doctor Zapata, Rodrigo habló poco de ello, sobre todo con soslayo. Se limitó a decir que al interior de la clínica había una interesante cantidad de historias que tal vez valdrían la pena documentar y publicar.

—Quizá, tal vez, algún día —le respondió al siquiatra—, es posible que, una vez pensionado, las escriba, si no me llega una mejor inspiración tras ejecutar los proyectos literarios que tengo en curso.

En cuanto a sus haberes, Rodrigo le hizo una lánguida exposición. Le manifestó que lo único que él tenía era la expectativa de una pensión. Que una vez la obtuviera, le permitiría hacer lo que añoraba desde joven: dedicarse a escribir en exclusiva, con el único propósito de ser leído por las nuevas generaciones. Que ese sí era su mayor, y quizá único, proyecto de vida inmediata... ¡su gran tesoro y secreto!

¡En qué gran error incurrió Rodrigo al compartir aquel secreto con su siquiatra de confianza! Aunque, ni él, como tampoco el especialista, en ese momento, lo podían intuir, mucho menos dimensionar.

Rodrigo nunca le precisó al doctor Patricio Aristo Zapata Neira sobre ninguna historia en particular relacionada con los pacientes de la clínica. Tampoco, sobre la referida relación sentimental de la que de manera superficial habló Olga con la trabajadora social de la clínica, pese a la insistencia del facultativo. No obstante, para el veterano agente Salas, y para el Iluminado Indio Guarerá y su mala prosapia, a quienes también les llegaron los depurados y periódicos informes tanto de la Clínica El Redentor Gregorio como de la EPSS Sanamos, les bastó para desatar verdaderos operativos, a su manera.

Buscaban los Vinchira quedarse, beneficiarse y lucrarse de lo poco que tenía Rodrigo. Por su parte, el agente Salas lo hacía como la salvaguarda que era de la seguridad democrática que instauró su padrino de matrimonio el doctor Uribia Morales, en su época de presidente de la República. Poder que todavía tenía de manera indirecta. Por ello, unos y otros monitoreaban y controlaban cada uno de sus movimientos

Enfermos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora