Capitulo 5. Epílogo

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La intensa lluvia que caía sobre Florencia había conseguido que el oscuro manto de la noche cubriera la ciudad de manera anticipada. Las calles, inusualmente vacías de visitantes, brillaban suavemente bajo la tenue luz de las farolas. Se oían alegres voces provenientes de los abarrotados locales; pero ni un alma se cruzó con Izuku en todo el recorrido.

El Ponte Vecchio, que se encontraba igual de solitario que el resto de la ciudad, parecía aguardar en silencio las miradas insaciables que se deleitaban a diario con su majestuosidad. Las luces artificiales se reflejaban en el río quedando distorsionadas por el efecto que las gotas producían al precipitarse sobre las tranquilas aguas del Arno.

Los minutos pasaron para Izuku sin que él se diera cuenta. La ciudad, a pesar del frío y la lluvia, se presentaba ante sus ojos como un espectáculo inigualable. Una extraña sensación de familiaridad se había apoderado de su cuerpo en el momento en el que había pisado por primera vez suelo italiano. Esa sensación se resistía a abandonarlo y él hacía todo lo posible por no dejarla escapar. Buscaba con sus ojos nuevos detalles con los que alimentar la emoción.

Katsuki se había dirigido hacia el lugar del encuentro con paso decidido, disfrutando de la sensación de libertad que la lluvia rozando su piel le regalaba. Tomó cada una de sus respiraciones con profundidad, dejándose impregnar por el olor de Florencia. La sangre italiana corría por sus venas. Él siempre se había mostrado orgulloso por la herencia que su abuela le había dejado; la predilección que sentía por Italia tan solo era superada a la que profesaba por Izuku.

Ralentizó sus pasos al llegar al Ponte Vecchio; su corazón pareció detenerse un segundo para después comenzar a bombear con una fuerza desconocida para él. Sabía que el peliverde estaba cerca; aun no podía verlo, pero lo sentía tan cerca como si lo estuviera estrechando ya entre sus brazos. Caminó despacio durante varios metros con la mirada fija en el final del puente. Sus ojos buscaban a su amado entre las sombras y casi al tiempo en el que se preguntaba si él habría aceptado aquel reto, lo vio. La angustia que había durado apenas dos segundos dio paso a la alegría extrema. En ese momento habría salido corriendo hacia Izuku; pero era un hombre paciente y quería saborear ese instante; guardarle en una sala privilegiada dentro de su Palacio de la Memoria.

Cuando apenas le faltaban diez metros para llegar hasta el peliverde, detuvo sus pasos y lo observó . No le importaba que el agua estuviera empapando su ropa; no sentía el agua. No era capaz de sentir nada más que amor. Izuku se estremeció y hundió las manos en los bolsillos de su abrigo mientras se encogía de hombros. Sabía que no era frío lo que sentía, era algo más intenso; tan solo comparable a la primera vez que estuvo frente a...

—Katsuki —susurró girándose hacía él.

Él sonrió sin moverse de su posición; los nervios se anudaron en el estómago de Izuku cuando consiguió distinguir los brillantes ojos de Katsuki clavados en él. La impaciencia lo dominó siendo presa de un extraño y absurdo pánico a perderle, acortó la poca distancia que les mantenía separados. Bakugo abrió los brazos para recibirlo y el impacto de sus cuerpos al chocar provocó de nuevo esa descarga eléctrica tan conocida por ambos. No hubo palabras. No eran necesarias las palabras. Sus miradas conectaron bajo la noche de Florencia. Izuku se perdió en los ojos carmesí de Katsuki y trató de adivinar que estaba pasando por su mente en aquel preciso instante. El rubio no necesitaba hablar para dejar claro lo que deseaba; en el más absoluto silencio pidió permiso e Izuku se lo concedió; el beso fue instantáneo. Katsuki comenzó a recorrer con suavidad los labios de Izuku, humedeciéndolos lentamente con su lengua. No tenía prisa alguna por terminar aquella labor y lo invitó a unirse a él en un descubrimiento mutuo. Ambos se negaron a separarse cuando el oxígeno empezó a faltar en sus pulmones y sin dejar de dedicarse pequeños besos fueron tomando aire poco a poco. Tras recargar energías, el nuevo beso se hizo más salvaje. Ambos habían aprendido rápido sus deseos y comenzó una batalla por ver cual de los dos condecía antes los del otro.

La lluvia que resbalaba por el rostro de ambos, se evaporó ante la pasión de sus labios. Nunca fueron capaces de concretar el tiempo que habían permanecido bajo el agua, besándose. El tiempo se había parado y no era posible hacer un cálculo.

Izuku se abrazó con fuerza a su cuello; aun no terminaba de creerse que estuviera con él. No podía creer lo que estaba sucediendo y ese abrazo era más necesario que cualquier palabra de aliento. Los manos de Katsuki respondieron al contacto posándose en las caderas del peliverde. Terminó de romper el poco espacio que mantenían cruzando los brazos tras su espalda y aprisionándolo contra su cuerpo.

No muy lejos de allí, las tintineantes campanadas de una iglesia retumbaron anunciando una nueva hora; a pesar de ser perfectamente audibles en el puente, ninguno de los dos las escuchó.

—Izuku —susurró contra sus labios. Una sonrisa se escapó de la boca de éste al tiempo que profundizaba con un nuevo beso.

Izuku había tomado las riendas y quería dejar claro de lo que era capaz; Katsuki se dejó llevar con una total y agradable sumisión. Notó la desesperación en su beso; estaba descargando toda la tensión que había ido acumulando desde la noche del motín en el Hospital. Había quebrantado las normas, le había ayudado a escapar poniendo su propia vida en serio riesgo y quería dejarle claro que ya no pertenecería más a Chizaki; ahora era suyo y solamente suyo.

— Katsuki... —gimió Izuku comenzando a llorar. La rabia lo hizo abrazarse con más fuerza a su cuello y Bakugo rompió por primera vez el beso para poder tranquilizarlo.

Limpió las lágrimas de Izuku con la mano derecha mientras que la izquierda se adentraba en el bolsillo de su abrigo tanteando el frío metálico del objeto que aguardaba en su interior. Con una enigmática sonrisa extrajo el pequeño tubo que Izuku le había entregado en Tártaros. Éste, al verlo, se echó a reír.

—Cógelo —susurró Bakugo. Izuku extendió su mano y Katsuki dejó caer el tubo metálico sobre la palma abierta.

—¿Para qué me lo devuelves? —rio el peliverde pasándose las yemas de los dedos bajo el contorno de su ojo izquierdo.

—¿Sabes dónde nos encontramos, Izuku? — Katsuki desvió la mirada al Arno brevemente—. ¿Conoces la leyenda del Ponte Vecchio? —

—¿Candados y amor eterno? ¿En serio? —para Izuku era difícil comprender que una persona como Katsuki pudiera creer en una superstición como aquella.

—Es la magia de Florencia —bromeó acercándolo al muro de piedra del puente. Izuku abrió sus ojos asombrado.

—Katsuki... —el rubio cogió su mano y lo besó en los nudillos. Izuku abrió la boca para decir algo; pero la cerró segundos después. Pensó que sería mejor ver que preguntar.

—Con esto —dijo apretando levemente la mano de Izuku entre las suyas—, me diste la libertad. No existe en el mundo un candado que pueda superar una promesa, Izuku, y yo te prometo aquí y ahora mi amor eterno. —

—¿Y esto? —preguntó el ojiverde alzando el pequeño tubo metálico. Katsuki se encogió de hombros y sonrió.

—Si lo lanzas al río nuestra libertad será para siempre —dijo tranquilamente.

— Katsuki... —musitó Izuku ladeando ligeramente la cabeza y alzando la ceja. El rubio se echó a reír.

—Al menos dicen que con el amor funciona — Izuku suspiró resignado y lanzó el tubo a las aguas del Arno.

—Nuestra libertad será para siempre —aquella seguridad en sus palabras sonó de una manera tan convincente en sus propios oídos que nunca más dudaría de ese hecho. La libertad, junto con su amor, fueron eternos.

Candados y amor eternoWhere stories live. Discover now