Capitulo cuatro. Regalo

683 144 23
                                    

Izuku agachó la cabeza y pasó lo más rápido que pudo tras la nube de periodistas que se habían congregado a las puertas, donde habían recluido a Bakugo. Chizaki, en medio de todos ellos, respondía con una gran sonrisa a las preguntas con las que los reporteros le bombardeaban.

–Estupideces —pensó Izuku mientras ascendía las escaleras.

Dentro, un gran número de policías, distribuidos en pequeños grupos, vigilaban cada puerta del corredor, dejando claro que si Katsuki trataba de escapar, lo tendría sumamente complicado. Varios de los agentes repararon en la presencia de Izuku; pero sin hacerse demasiadas preguntas. Sus veinticinco años conseguían que los hombres lo mirasen sin motivo.

Se dirigió al centro de control, donde tres agentes vigilaban el acceso de personal a la planta en la que se había instalado la celda de Bakugo.

—Lo siento, joven, no está permitido el acceso a la prensa —un hombre uniformado, de mediana edad, le bloqueó el paso. Izuku observó su identificación y comprobó que estaba ante un sargento.

—No soy periodista —respondió mostrando sus credenciales.

—¿Viene con los de la oficina del fiscal? —el peliverde negó.

—Ayudo al doctor Chizaki y al doctor Aizawa con el prisionero Bakugo —replicó  haciendo enormes esfuerzos para no sonreír ante la idea de estar prestando su ayuda a aquél pomposo personaje, que era Chizaki.

—Disculpe, hemos tenido una mañana agitada. —respondió el sargento sonriendo—. No todos los días se tiene al doctor Bakugo en la prefectura de Shizuoka. Los chicos querían verle en persona —dijo señalando con la cabeza a un grupo de policías próximos a la mesa.

—Es algo excepcional, si —respondió Izuku mostrando una sonrisa amistosa—. ¿He de firmar antes de subir?

—¡Oh, si! Reglas estrictas del doctor Chizaki. Incluso él firma cada vez que accede al ascensor.

—Toda precaución es poca —sonrió Izuku.

—Deberá dejar aquí el arma…

—Lo suponía —dijo mientras sacaba las balas del revolver con total maestría. Depositó las balas sobre la mesa y le entregó al sargento Sero el revolver por la culata.

—Es más seguro subir allá arriba sin armas. Cualquiera tendría tentación de meter una bala por el culo de ese hijo de perra, ¿verdad? —Izuku no respondió—. Kaminari, acompáñala —le dijo a uno de los dos vigilantes de la mesa mientras tomaba el teléfono y daba los datos de Izuku. Los agentes, visiblemente excitados por la presencia de Bakugo, comentaban en voz alta los crímenes que este había cometido dentro de Japón. Izuku trató de obviar los comentarios personales de los policías y siguió al vigilante hacia el ascensor.

—¿Le conoce? —preguntó el hombre una vez que se pusieron en marcha. Izuku le miro interrogante—. Al doctor Bakugo, ¿le conoce?

—Si.

—¿Es verdad lo que cuentan de él? —los pequeños ojos del vigilante brillaron en una mezcla de emoción y terror.

—¿Qué es lo que cuentan de él? —preguntó Izuku como si se dirigiera a un niño.

—Que es un vampiro —respondió el vigilante en voz aun más baja, como si temiera que el propio Bakugo escuchara sus palabras.

—Creo que no existe un calificativo para nombrar al doctor Katsuki —respondió el peliverde en tono tranquilizador. El rubio vigilante no volvió a decir nada más en el tiempo que duró el corto trayecto hacia el quinto piso.

Candados y amor eternoWhere stories live. Discover now