Capitulo uno. Motín

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El encapotado cielo de aquella tarde de noviembre había dado paso a una prematura noche. La llovizna había caído de manera interrumpida desde primera hora de la mañana y el ambiente era ya más propio de la estación invernal que del otoño.

El auto de Izuku Midoriya llevaba ya más de una hora aparcado frente al edificio del hospital penitenciario de Muzutafu, en la prefectura de Shizuoka; las gotas escurrían por el techo creando en el suelo charcos cada vez más grandes.

La investigación sobre el caso de "Tomura Shigaraki" se estaba alargando más de la cuenta y aquél era el único sitio donde podía recurrir en esos momentos en los que parecía que todo estaba perdido. El criminal Katsuki Bakugo le brindaba siempre su ayuda, no sin antes conocer más detalles de la vida del joven. Izuku sabía que la información llegaría con cuentagotas; pero llegaría. Al asesino Bakugo le gustaba jugar al desconcierto; pero había hecho su palabra de ayudar y eso haría. Katsuki siempre cumplía sus palabras.

Como siempre, el enfermero Kirishima había instalado una silla blanca de plástico frente a la celda de Bakugo. Izuku estaba sentado con las piernas cruzadas y el codo sobre la rodilla. Su mano derecha sujetaba su cabeza en claro gesto de cansancio. Llevaba frente al rubio más de dos horas mientras él se divertía jugando al gato y al ratón con el peliverde.

Visto desde fuera podría creerse que el joven estudiante simplemente hacía tiempo hasta que el doctor Aizawa decidiera que era suficiente por ese día; pero en realidad, Izuku analizaba al asesino de la misma manera que él hacía con el peliverde. Repetía mentalmente las palabras de Bakugo e iba, poco a poco, armando un inmenso puzzle. Katsuki sabía lo que el chico estaba haciendo; pero no se mostró molesto por ello. Había visto en Izuku un perfecto alumno dispuesto a dejarse la piel por aprender.

De vez en cuando, en los momentos en los que Izuku parecía salir de su propio encantamiento, se preguntaba cómo podía pasarse las horas junto a aquél hombre. El mundo le había considerado un monstruo por sus atroces crímenes; pero él tenía la sensación de haber conocido a otro hombre distinto al que mencionaban las noticias. A diferencia del resto de sus compañeros, Bakugo era la educación y el saber estar en persona. Ni siquiera la reclusión había conseguido borrar su estilo. Si uno se ponía a comparar, parecía como si Katsuki hubiera decidido parar a pasar unas vacaciones en aquél lugar, rodeado de asesinos violadores y mentes peligrosamente trastornadas.

Izuku pensó que en realidad él era el único cuerdo en todo el edificio, incluyendo al director y los trabajadores en el saco contrario.

Hacia las nueve de la noche, cuando todo parecía comenzar a calmarse tras el reparto de las medicinas, ocurrió.

El ruido de las puertas de seguridad, a oídos de Izuku, parecía igual que siempre; pero Bakugo supo enseguida que algo extraño pasaba. Se puso en píe y caminó lentamente hacia el cristal blindado, haciendo que Izuku se sobresaltara cuando levantó la cabeza del expediente y comprobó la escasa distancia que la separaba del caníbal.

—¿Doctor Bakugo? —preguntó frunciendo el entrecejo.

—Shhh —el rubio se llevó el dedo índice a los labios mientras ponía su mano izquierda en el cristal.

—¿Qué ocurre? —el negó con la cabeza e Izuku se levantó de la silla—. Si esto es una broma…

—Izuku...

—¿Si?

—Las puertas de las celdas se están abriendo, Izuku —declaró el rubio con los ojos cerrados. El peliverde, alarmado, echó la silla hacia la pared y miró al final del corredor. Sus ojos verdes estaban clavados en la sala de vigilancia donde, se suponía, debía estar Kirishima con su compañero. No había nadie.

Candados y amor eternoWhere stories live. Discover now