25-Resistir

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Atenea

A penas toqué la puerta y esta se desplomó. ¿Era una señal de que todo lo que tocaba se rompía?, pero esta vez no era mi culpa, ¿de qué estaba hecha esta puerta que para que se cayera tan fácil?

Escuché un montón de pisadas y voces risueñas que parecían estar cada vez más cerca. Miré a todos lados con desesperación, sin saber qué hacer, si correr o esconderme. En lo que pensaba ellos terminaron de entrar y ya era demasiado tarde.

—Juro que estaba así cuando llegué —exclamé levantado ambas manos. Las bajé lentamente al ver un montón de hombres semidesnudos que me escaneaban de arriba a abajo, estaban sorprendidos, pero no tanto como yo.

—¿Qué haces aquí? —Arthur se abrió paso entre ellos y se acercó quedando frente a mí.

—¿Es este el cielo? —murmuré boquiabierta.

—¿Qué es lo que dices?

—Perdón, ¿lo pensé o lo dije? —Cubrí mi cara con las manos, aunque no pude resistirme y terminé viendo a través de un espacio entre mis dedos—. Esto debe ser ilegal —susurré aún asombrada.

—¿Qué cosa es ilegal?

—Tener a tantos hombres atractivos en un solo lugar —Bajé las manos y continué observándolos, a ellos parecía no molestarle, incluso, algunos sonrieron por mis palabras. Arthur se percató de lo que estaba contemplando e intentó tapar mi vista con su cuerpo.

—No tienes permitido ver de esa manera a otros hombres —Cubrió mis ojos—. Y ustedes... Vístanse, ¿no ven que hay una dama presente?

—¡Ja!, lo dice el más exhibicionista de todos —espetó un chico que no pude observar en ese momento—. Si casi siempre estás presumiendo tus atributos cuando entrenamos.

«También quisiera ver esos entrenamientos».

—Qué envidia... —musité quitando la mano de Arthur que me estropeaba la vista—Algún día quisiera verlos entrenar.

—Pero qué mujer tan vulgar.

—Se ven tan fuertes y musculosos —Me acerqué a ellos y me aferré a los brazos de uno—, mira estos brazos, ¿son de verdad?

—Lo son —sonrió.

—Se ve que entrenas mucho, ¿cómo te llamas?

—Soy Tristán West —sonrió.

—Tristán, apártate —ordenó Arthur—, ahora.

—Ahórrate los celos, Arthur. Solo estoy revisando la condición física de tus muchachos —Sonreí porque el plan de molestarlo había funcionado.

Después de unos minutos obligada a mirar nada más que la pared, esperando a que ellos se cubrieran, Arthur por fin me permitió voltear.

—Bien, ya puedes voltear —Todos estaban vestidos de negro y colores opacos, con armaduras ligeras en ciertas partes vitales, no como aquellas que cubrían todo el cuerpo. Todos, a excepción de Arthur.

—¿Y tú no te vas a vestir? —cuestioné acercándome a una mesa.

—No hay necesidad, soy el único al que tus lujuriosos ojos pueden mirar —Acomodó una silla para que me sentara y ocupó el asiento a mi lado. Los demás imitan su gesto y se acomodan todos en la larga mesa de madera.

—Qué hombre tan vulgar —Ambos sonreímos, pero luego apartamos la mirada el uno del otro y la fijamos en la persona que acaba de entrar.

—¡Miren!, es el pequeño Taylor —exclamó uno de los chicos al ver a Drake. Este caminó en silencio y tomó asiento en la silla vacía al lado de Arthur.

Vivir por siempreWo Geschichten leben. Entdecke jetzt