31-¿Y si te digo?

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Sin antes pensarlo dos veces, Arthur arrojó a Jefferson al suelo y presionó su cuello, pisándolo con sus botas negras.

—¡No, por favor! —suplicó—, tengo esposa e hijos.

—Eso es una lástima —mencionó Arthur con sarcasmo. Momento después le mutiló la mano derecha y Jefferson soltó un terrible grito de dolor. Horrorizada por lo que acaba de presenciar, observé al causante de su dolor, cuya expresión era fría y neutral—. Pobre de tu esposa e hijos, debe ser una vergüenza tenerte como familiar —concluyó.

En parte era cierto. De seguro, su matrimonio fue por convenio o arreglo de sus familias, como era de costumbre en esta época. Porque, ¿quién en su sano juicio se casaría con un hombre como este?, y menos por amor.

—Se lo imploro su majestad —El hecho de que lo llamara de esa forma causó una expresión de desagrado en el rostro de Arthur—. Perdone mi vida, duque —Continuó con las súplicas, pero esta vez con lágrimas en los ojos.

Arthur lo miró inexpresivo. Después de una pequeña e incómoda pausa, con el lugar echo un lío, cuerpos por todos lados y el salón a punto de quemarse, por fin procedió a hablar.

—Está bien, pero antes me aseguraré de que no vuelvas a tocar a ninguna otra mujer en tu mísera vida —Dicho esto cortó la mano izquierda de Jefferson. Tomando en cuenta que los huesos humanos eran estructuras muy resistentes, esto demostraba que no solo se debía al increíble filo de su espada, sino a la agilidad de quien la sostenía. Arthur Lancaster, por ejemplo, quien acababa de cortar la articulación entre los huesos de una muñeca causando que se cercene.

La mano izquierda debió dolerle menos, ya que solamente fue cortada. A diferencia de la derecha, la cual que le fue atravesada por la mitad y luego desgarrada lentamente con la punta de la espada. Le dejó sin dedos ni falanges, esa mano ya no le serviría. Desde aquí se apreciaba parte de su tejido muscular.

Una imagen que desearía borrar por completo de mi cabeza.

Traté de apartar la vista de la escena, pero aquellos gritos y cuerpos de los hombres a los que Drake ejecutaba estaban peor. Había muerte por todo el lugar. Yo permanecía detrás de Uriel, nadie se le acercaba y él parecía estarlo disfrutando todo hasta que una gota de sangre le salpicó el rostro.

—¿Podrías tener más cuidado? —Se quejó mientras Arthur agitaba su espada tratando de limpiarla.

—No —Mostró una sonrisa ladeada y la agitó más fuerte.

—Arthur Lancaster II, ya basta —Uriel alzó la voz y lo miró serio, casi inexpresivo. No era conmigo, pero logró asustarme.

—Perdón, es que estaba ocupado limpiando la basura de tu asqueroso reino — espetó sarcástico.

—Ya deberíamos irnos —interrumpió Drake.

Todo el salón se comenzaba a llenar de humo, el fuego se había extendido demasiado. Además, el terrible olor a sangre ya era muy notorio, tanto que Arthur cubría su nariz con un pañuelo blanco que había sacado de uno de sus bolsillos.

Era extraño, pero en algunas ocasiones se podría pensar que Arthur le tenía asco a la sangre. Cuando mataba, su rostro lucía inexpresivo, no como el de Drake, que era así porque estaba concentrado. Más que eso, él parecía cansado de hacerlo, aunque lo hiciera como deber.

—Es cierto, debemos irnos, Arthur.

—Aún faltan unos cuantos —respondió sosteniendo a un joven del cuello.

—¡Ya es suficiente! —grité. Estaba cansada, solo quería volver a casa y dormir un rato.

—Lo que tú digas, querida —dijo entre dientes. Soltó a aquel chico y este salió corriendo de inmediato.

Vivir por siempreWhere stories live. Discover now