—¿Te van a sacar hoy?

—Eso dice el entrenador. —Se encoge de hombros y esboza una sonrisa tímida. He estado yendo algunos días a verle entrenar y ha mejorado bastante, según me ha contado. Ahora ya marca puntos.

Nunca me había fijado en las arrugas que se le forman en los ojos al sonreír de esa manera y me resulta adorable. Las habré visto mil veces, pero nunca como ahora, ¿en qué otras cosas no me habré fijado? ¿Por qué ahora todo parece distinto? Todo es por culpa de lo que pasó, que no me atrevo a nombrar y mucho menos a decir en alto, porque entonces habría pasado de verdad y ya no sería algo que ha quedado en el recuerdo; le daría más importancia de la que tiene. Porque no la tiene. Jeremy es mi mejor amigo. Sí, eso le diré. Nuestra amistad es lo más importante. Me moriría si le perdiera.

Me giro para centrarme en el resto de seres humanos y entonces noto su respiración en mi oreja.

—¿Hablamos después del partido?

No respondo hasta pasados unos segundos, cuando mi estómago me da una tregua y consigo reaccionar. Asiento y me echo hacia delante. Nunca me había pasado algo igual y me siento ridícula y avergonzada. Me arde el estómago tanto que duele. Después del partido lo solucionaremos, estoy segura de que él se siente igual de extraño que yo.

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—Yo he comprado las palomitas.

—Yo traigo los regalices.

—Nosotras los refrescos —comentamos Riley y yo cargadas con una bolsa.

Estamos en el sitio perfecto para ver el partido sin que se nos note que no tenemos ni idea de cómo funciona ese deporte. Solo sabemos que tienen cascos y palos y que tienen que golpear una especie de pelota.

A pesar de que ha habido muchos partidos, este es el primero al que nos dignamos a ir y todo porque resulta que se juegan el campeonato. Yo pensaba que lo hacían simplemente para divertirse, pero parece que no.

Cuando los jugadores salen y se giran para saludar al público. Hay mucha gente hoy. Y pensar que hace unos días estaba medio instituto de fiesta en ese mismo campo. Por suerte la policía no encontró ningún culpable. Asumieron que nos colamos en un acto vandálico y el instituto aprovechó que había algunos alumnos castigados para que recogieran los restos del desastre.

El partido comienza y, aunque estamos cerca, no logramos comprender demasiado lo que están haciendo. Entonces, un hombre mayor, tal vez de la edad de mi padre, se coloca a nuestro lado y nos pregunta por Nate Kennedy.

—Es ese chico de allí, el 13 —señala Laura, que es la que más cerca está.

Riley y yo nos miramos, pensando que puede que sea un familiar, pero sigue preguntando cosas sobre él: si es buen compañero, o si juega bien. Obviamente todo lo que decimos es bueno.

—¿Quién es? —pregunta Riley en un susurro, y Laura se acerca a nosotras.

—En su cuaderno aparece el nombre de una universidad —explica, alzando las cejas.

¡En un ojeador! Nunca había visto uno en persona, creía que eso solo ocurría en las películas. Sin duda es una oportunidad perfecta para él.

Tras un descanso en el que vemos que nuestros compañeros beben agua, nosotras aprovechamos para ir al baño. El refresco ha bajado demasiado rápido. Kai se queda cuidándolo todo y, nada más vernos regresar, nos hace un gesto para que nos sentemos.

—He escuchado a las arpías hablar sobre Nate —dice en voz baja para que nadie nos escuche. Cuando habla de ellas se refiere al grupo de Kirsten.

—¿Qué dicen? —pregunta Riley, en un intento de sonar despreocupada.

—Creo que están planeando algo.

El partido vuelve a empezar y los jugadores salen al campo. Van ganando por poco. Jeremy nos saluda desde lo lejos, emocionado porque por fin va a jugar. Está tan gracioso con ese uniforme.

Al girarme para coger la bolsa de regalices, veo a las chicas de las que Kai hablaba con unos carteles. Nada más ponerse el tiempo en marcha, empiezan a corear algunas frases un tanto desagradables cada vez que uno de sus jugadores se acerca a la pelota.

—¡Nate Kennedy es un fraude! —exclama Kirsten.

La primera vez no muchas personas reaccionan. Nosotras tratamos de ignorarlas. Tras un rato repitiéndolo, consiguen captar la atención de los que están a su alrededor. Algunos incluso gritan con ella; amigos de Mitchell seguro.

—¡A Nate Kennedy le falta un dedo!

Tanto los chicos como el entrenador se percatan de los gritos y veo a Nate correr de un lado a otro, ignorando lo que dicen.

—¡Es un cojo!

Lo que está claro es que la inteligencia tanto emocional como mental de esos seres brilla por su ausencia.

Algunos jugadores del equipo contrario se quedan mirando, pero su entrenador les grita para que continúen. Entonces se me ocurre una idea para pararles los pies:

—Vamos, chicos, ¡vosotros podéis! —grito con todas mis fuerzas. Mis compañeros lo repiten una y otra vez.

—¡Ánimo, campeones! —dicen otras chicas que están unas filas más atrás.

Un tiempo después, lo único que se escuchan son palabras bonitas. Sin embargo, el ojeador ha escuchado todo claramente, y lo que más temía Nate se ha hecho real. Estoy segura de que Mitchell sabía que iba a venir alguien de la universidad a verlos. Si realmente el problema de Nate es un impedimento para entrar en un equipo más grande, su ex mejor amigo se ha cargado toda posibilidad. Solo espero que este señor sea consciente de lo bien que juega y que no le importe nada su condición.

Para celebrar la victoria, todos los chicos se van a cenar juntos.


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¿Qué tal va vuestra semana? ❤

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El buzón de los secretos © |COMPLETA|Where stories live. Discover now