Las mejores cosas suceden cuando no las esperas

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Samantha bloqueó la pantalla de su móvil al ver que había recibido un correo importante.

Ese maldito correo que llevaba una semana esperando y que no recibía, por fin lo tenía, por fin iba a salir de dudas.

Había presentado uno de sus poemas a un concurso, el premio era la publicación del mismo y una buena cantidad de dinero. Dudó, pero finalmente decidió que era momento de hacerlo, era momento de enfrentarse a sus miedos y presentar al mundo su verdadera cara. Presentar a la verdadera Samantha. La Samantha llena de miedos, la que se emociona, la que siente intensamente (más de lo que le gustaría reconocer), la que se preocupa por los demás, la que se enamora incondicionalmente y siente miedo a sufrir. La Samantha que sueña con ser mejor persona, la que sueña con hacer algo que le llene.

Las siguientes semanas después de que tuviese esa conversación con Flavio no fueron muy diferentes, apenas se habían visto. Cada uno estaba tan absuelto en sus cosas que preferían dejar todo fluir y les iba bien, porque después de un día ajetreado solo les apetecía dejarle un mensaje al otro, tan solo dos líneas para hacer saber que se tenían presenten y que estaban bien... Detalles que marcaban la diferencia.

Cuando Samantha le comentó al chico que iba a presentar uno de sus poemas a un concurso, este se sintió orgulloso de ella, de todo lo que había crecido desde que la conoció, de lo mucho que se estaba dejando conocer y no solo lo estaba dejando a él, sino al mundo y eso era lo más importante. Él siempre supo que había algo en ella, más que esa fachada de niña popular que se empeñaba mostrar al mundo. Claro, en redes seguía publicitando alguna que otra marca que había contactado con ella, pero no eran gran cosa, no era famosa como tal, tan solo tenía un pequeño público que le permitía colaborar con marcas. Pero ella ya no prestaba tanta atención a esas cosas, había dejado de contestar los mensajes proponiéndole cosas, tan solo lo hacía ocasionalmente.

El chico acababa de salir de la ducha cuando recibió un mensaje de la rubia diciéndole que había recibido un e-mail del concurso. No quería abrirlo.

Ella no le pidió nada, tan solo le hizo saber que le daba miedo abrirlo. Era normal, a todos nos da miedo ver aquellas respuestas que esperamos con ansias, pueden ser muy buenas o muy malas.

Flavio no lo dudó ni un segundo, se vistió rápido y emprendió rumbo hacia el apartamento de la chica, sabía que ese e-mail no iba abrirse solo. También sabía que no le había dicho a nadie más que se había presentado a ese concurso, él era el único que lo sabía y en parte se sentía privilegiado. Le gustaba tener esa clase de secretos con ella, de ser el único que sabía cosas importantes de ella, se sentía valorado por ella y eso hacía que las ganas de verla aumentaran. Las ganas de verla y sus sentimientos que llegados a este punto no se esforzaba por negarlos.

Él sabía que se había enamorado, lo había hecho de la forma más sana y pura. Se enamoró incondicional e irrevocablemente sin quererlo, sin buscarlo, pero aprendió que las mejores cosas ocurren así: sin quererlo y sin planearlo.

Pasó por la panadería de debajo de su casa y compró unos dulces caseros para llevarle, un pequeño detalle. Él confiaba en ella y en que ganaría ese concurso, había leído esos poemas y para él eran buenísimos, pero si no ganaba, no pasaba nada, tendría dulces y estaría con ella para hacerle ver que eso era el principio de un camino.

Cuando tocó el timbre del piso, se encontró con una Maialen ojiplática, la cual no esperaba para nada verlo allí y menos con una bolsa de la panadería de abajo.

— Mira a quién tenemos por aquí – comentó la castaña con una risita. – Imagino que a mí no vienes a verme.

— Imaginas bien, pero hola, ¿cómo estás?

Que electricidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora