«Pánico»

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Terminaba de ducharme cuando escuché mi perro ladrar afuera. Me vestí con rápidez para callarlo porque iba a molestar a mi marido que trabajó todo el día.
Después de unos minutos salí al patio donde lo tenía amarrado pero ya no estaba. Miré a la oscuridad de la noche llamándolo «Pequeño,¿Dónde estás?»

Un fuerte estruendo hizo que mirara a la habitación del segundo piso, pude ver la silueta de un hombre de pie alzando un cuchillo. El grito de mi marido se escuchó desde allí haciendo que me llevara las manos a la boca.

Retrocedí tratando de escapar, pero tropecé y caí de espaldas. Me hizo caer mi perro con la panza abierta  chorreando sangre. Sus ojos estaban abiertos  fijos al frente.Ahogué un grito, pero el hombre en mi habitación giró la cabeza a la ventana. Pasó el cuchillo en el abrigo oscuro que llevaba para limpiar la sangre de mi esposo y me señaló con el arma blanca dándome a entender que sería la siguiente. Mis ojos se llenaron de lágrimas pero no podía llorar,debía buscar un sitio para ocultarme...

Me tapé la boca tratando de no respirar muy fuerte. Sentí sus pasos en la tierra y escuché que arrastraba algo pesado llegando cerca de mi escondite. «Querida,no temas sólo soy yo...» la voz de mi esposo me llamaba. Metí los dedos en la boca para no gritar. Si mi esposo estaba muerto, ¿por qué podía escucharlo?...

La sombra del asesino se acercaba al garaje. Vi como de pronto se detenía y daba la vuelta. Suspiré aliviada por unos segundos. El ruido de un motor de un auto cerca de casa logró que volviera alarmarme. ¿Por qué hoy precisamente me harían caso los niños en regresar temprano? pensé enloquecida.

Salí corriendo al patio y grité con fuerza al ver mi cuerpo tendido en el suelo junto a mi perro. Un gran hoyo en mi cabeza hacía salir la sangre oscura creando un charco alrededor.Estaba en bata y mojada así que me había arrastrado desde la ducha. Otro grito proveniente de la casa hizo girarme. "Mis hijos..."

La puerta de la calle estaba abierta cuando me acerqué.Entré asustada y con idea de encontrarme una escena horrorosa. Por suerte no fue así.

Unos fuertes golpes de alguien dirigieron mis sentidos al baño. El hombre encapuchado rompía la puerta con una pata de cabra. Podía ver a mi hijo Max gritando a través de la madera por los agujeros que dejaba la herramienta. Quise ayudarlo lanzando a la cabeza del señor una lámpara que teníamos en el pasillo. Fue inútil. Mis manos traspasaron por el metal sin efecto, por eso el hombre pudo llegar al picaporte del otro lado y abrir. En un arranque de furia lo halé por el abrigo y funcionó. La capucha cayó y reconocí a mi esposo. Mis ojos no daban crédito.

Mi hijo Max también sorprendido empezó a gritar:
«¡Papá,por favor...!» Demasiado tarde para suplicar. El brazo de mi esposo cayó atravesando el rostro de nuestro hijo abriéndole su ojo derecho con la pata de cabra. No se detuvo sólo seguía apuñalándolo mientras reía histérico.
Después de acabar con la vida de Max lanzó la herramienta ensangrentada al suelo junto al cadáver, y se dió la vuelta en busca de Gabriel, el otro gemelo de 17 años.

Salí corriendo a las escaleras del segundo piso para encontrar a Gabo primero que su padre. La puerta de la habitación estaba abierta y supe que estaría allí. Al entrar vi sus zapatillas sobresaliendo por debajo de la cama, pero lo que más llamó mi atención fue el letrero "Odio mi vida" con sangre en la pared y los dedos de los pies de mi marido clavados en diferente posición en el colchón. Me enfoqué en Gabriel. Tenía que ayudarlo porque lo iba a descubrir en esa postura.

Si el truco estaba en sentir rabia para golpear los objetos, era fácil. Lo único que sentía era rencor hacia mi esposo por matarnos. Así que lancé un puño al espejo llamando la atención de mi hijo.

Gabo sacó la cabeza asustado, con la vista fija en el espejo destrozado. Arranqué uno de los dedos de la cama y escribí despacio por lo pesado que me resultaba."Ve al closet". Gabe gritó saliendo de la cama.
«No me hagas daño por favor» con las manos levantadas daba pequeños pasos a atrás acercándose al closet.

Pude escuchar el silbido de un ritmo alegre llegando a nuestro cuarto. Me asusté y con un grito de rabia me impulsé empujando a mi hijo dentro del armario. Cerré la puerta ayudada por una fuerza de viento.

Vi la sombra de mi esposo acercarse, y en ese momento agarré una silla y le di golpes al espejo para que no viera mi mensaje. Su cara salpicada de sangre estaba alegre, disfrutando con nuestras muertes el muy cabrón.
«Gabo ,todo está bien. Sólo es papá...»
decía con una sonrisa sicópata que mi niño no podía ver.

De repente de su nariz y boca empezó a salir un vapor y las cortinas de las ventanas comenzaron a moverse.
Cruzó los brazos al pecho titiritando del frío. Sus espejuelos y el espejo se agrietaron rompiéndose con un fuerte estruendo.

De la nada apareció el fantasma de Max frente a él, de alguna manera había conseguido que su padre pudiera verlo. Su cuerpo estaba lleno de cortes y su rostro estaba desfigurado. Llevaba la pata de cabra en su mano sangrante levantándola por encima de su cabeza.

Los ojos de mi marido se abrieron atónitos poniéndose pálido del miedo.
«Ten piedad, soy tu padre»

Una carcajada irónica con sonido de ultratumba salió de la garganta destruida de Max, el eco del sonido se iba volviendo más oscuro con cada movimiento que lo hacía clavar la herramienta en la piel de nuestro asesino. Y el saber que ya estaba muerto no lo detuvo. 

Escritos Fugaces Where stories live. Discover now