cuatro; estallido.

629 96 117
                                    

Oh, mi amor, envuélveme entre tus pétalos y abrázame hasta que termines con mi dolor

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Oh, mi amor, envuélveme entre tus pétalos y abrázame hasta que termines con mi dolor. Incluso si resulta ser para siempre.


Indispuesto. Ajá, esa era la palabra. Estoy indispuesto. Sus manos cálidas me acarician la cara, que insisto en mantener cabizbaja, me gira hacia él y toquetea mis párpados cerrados, batiendo superficialmente mis pestañas con sus índices.

—Cariño —insiste, y noto la amargura en su voz—, ¿qué te pasa?

—Mi amor, hazme un favor.

—Claro que sí, dime lo que sea.

Tomo una de sus manos pegadas a mi cara y la deslizo a mis labios, besando su palma áspera. Inhalo el aroma de su fragancia corporal, de esa tenue crema de avellana.

—Mi amor, sigue conduciendo por mí.

—Oh, si, por supuesto —responde, haciendo el amargue de cruzar el asiento—. ¿Por qué no me dijiste qué te sentías mal?

Pese a su intento por querer llegar, sus movimientos torpes se detuvieron al notarme decaído, sin intención de moverme. En ese momento su voz sigue atascada en mi cabeza, atormentándome sin quererlo con su pregunta. No pudiendo verlo a los ojos, respondí.

—Porque, vida mía, no es el tipo de malestar del que debías estar al tanto.

—¿De qué hablas? —titubea, comprendiendo superficialmente lo que quería decir—. ¿Qué te ha ocurrido, mi amor?

—Sabes a lo que me refiero.

—Quiero que me lo digas, Gonzalo. Si realmente es lo que creo, si es verdad, dilo con tu propia voz.

Sus manos, ahora pegadas a mis mejillas, me obligan a mantener el contacto visual que tanto me ardía. No necesito de otro sol que me contagie, cuando tengo su mirada indeleble sobre mí.

—No lo digas —murmura, sin que ninguno de los dos pestañee.

—Lo siento, Andrés... Estoy enfermo.

—¡No! —grita, apachurrando más mis mejillas—. No, no, no. No tú, Gonzalo. ¡¿Por qué tú?!

—Lo siento —es lo único que puedo decir, una disculpa incoherente.

—¡Dijiste que no me dejarías! ¡Que estarías conmigo hasta tu último aliento! ¿Lo recuerdas, cuando llegué al refugio?

Me arrojo a abrazarlo, aunque la guantera me lastime en el estómago, lo capturo en mis brazos hasta sentirlo temblar e hipear en busca de aire, dando caricias a su cabello.

—Es lo que estoy haciendo, mi vida.

El aire se quiebra con sus lloriqueos, no puedo hacer nada mas que pegarlo a mí. Consolándonos a ambos hasta que llegue el momento de la verdadera despedida, sin atreverme a verlo a los ojos todavía. Se siente igual de frágil que la primera noche que descubrió que se había quedado sin familia. Luego de un momento, su voz suena más calmada junto a mi oído.

Beach | SpartorWhere stories live. Discover now