Capítulo 1: Electricidad.

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- Entonces, ¿Qué hacemos con los pocos días que nos quedan?

- Sólo quiero pasar cada minuto del resto de mi vida contigo -declara Peeta.

- Pues entonces ven -le propongo, metiéndolo a mi habitación.

Es todo un lujo volver a dormir con Peeta y sentirlo a mi lado en la oscuridad. No me había percatado cuánto extrañaba el contacto humano. Me arrepiento de haberlo dejado afuera las dos noches anteriores.

Apoyo mi cabeza en su pecho amplio, tal como lo hacía en el tren, tal como lo hice en aquella húmeda cueva de nuestros primeros juegos. Siento su corazón latiendo fuerte. Es un sonido reconfortante. Peeta me acaricia suavemente el cabello con una mano y me abraza con la otra. Pongo mi mano libre cerca de su corazón, sintiendo cómo su tórax sube y baja al respirar.

Pienso una y otra vez en nuestros desafiantes actos de hoy en el entrenamiento privado. ¿Nos castigarán por nuestra osadía? Seguramente. Ambos creemos casi con certeza que Snow dará órdenes (si es que no lo ha hecho ya) para garantizar nuestra muerte en el coliseo; tal vez un accidente como una avalancha, inundación, terremoto, explosiones, mutos, etc. O puede que, como los tributos de los distritos 1, 2 y 4 son los profesionales y además los consentidos del Capitolio, les hayan ofrecido alguna recompensa por nuestras cabezas. Es angustiante pensar de cuántas formas pueden matarnos. Pero hemos prometido no rendirnos sin luchar, cuando Peeta declaró en el pasillo: “aún cuando eso ocurra, todos sabrán que hemos muerto luchando”; fue como una especie de pacto, una promesa tácita, de no agachar la cabeza y gemir asustados como corderos en el matadero. Lucharemos. Yo, he prometido luchar para salvar a mi amigo, aunque signifique no ver más a Prim, mi madre, Gale, todos los que quiero y aprecio en el 12. Es terrible por mis seres queridos y por mí, pero como le dije a Haymitch, es una deuda que tengo con Peeta. Debo salvarlo. Peeta debe vivir.

¿Y si Snow dictamina que lo maten primero a él, para castigarme y hacerme sufrir en el coliseo? ¿Y luego provocar que padezca una larga y penosa agonía? Trago saliva de sólo pensarlo. Sé que el presidente, las autoridades del Capitolio y los creadores de los Juegos son capaces de esas crueldades y más. Si Peeta muere primero, no lo soportaría. Parte de mi vida perdería sentido sin él, es mi amigo, mi compañero tributo y… y le tengo mucho aprecio, mucha estima para seguir viviendo sin su compañía.

- Katniss, ¿sigues despierta?, mi compañero interrumpe el hilo de pensamientos embrollados en mi cabeza.

- Sí, no logro dormirme pensando… digo vagamente.

- Intenta dormir, tenemos que descansar.

Miro hacia arriba, a su rostro, no lo veo al principio porque está todo oscuro, pero siento sus ojos azules fijos en mis ojos grises. De a poco empiezo a distinguir las formas en la oscuridad y nos miramos el uno al otro. Aún sin verlo bien, conozco esa mirada amorosa con que él me contempla cuando estamos tranquilos y a solas, como ahora. Por lo general, me hace sentir culpable, por no corresponder su amor incondicional. No sé si son las circunstancias o qué, pero ahora ya no siento esa culpabilidad. Es más me gusta que me mire así. Peeta se calla y luego delinea el contorno de mi cara con el índice, luego lo mismo con mis labios y me besa la frente. Exhalo un suspiro (no sé por qué). Levanto un poco la cabeza y, sin saber en qué rayos estoy pensando, cierro los ojos y entreabro mis labios para besarlo. No pasa nada, espero… y sigo esperando. Y el beso no llega. Abro los ojos desconcertada de mi actitud (y también que Peeta no me bese, ¿o no se dio cuenta de mi movimiento?) y bajo la cabeza sintiéndome mal. “¡Tonta, estúpida Katniss Everdeen! ¿Por qué iba a besarte si no hay cámaras?”, me recrimino sola. Aunque nunca me da besos a medias, no hay razón para que Peeta lo haga a menos que los periodistas nos apunten con sus cámaras, micrófonos e insistencia. O que el público lo pida, como en el Capitolio. ¿Y por qué quería yo que me besara, ahora que no hay nadie para presenciarlo? No lo sé. Supongo que es porque me gustan sus besos, me hacen sentir bien, me contesto, empezando a sentirme frustrada. La frustración no es una sensación que yo maneje bien, no es mi fuerte, para nada. Así que decido no quedarme con las ganas y, antes que Peeta reaccione o que yo cambie de idea, me abalanzo sobre él y lo beso espontáneamente.

El Sinsajo Emprende el VueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora