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Capítulo 12: Asesina de plantas

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En el mundo hay solo dos cosas que me ponen de mal humor: tener hambre y oler mal. Y... ¿A qué no adivinan? Tengo hambre y huelo mal, así que en este momento, evidentemente, no soy la persona más feliz del mundo. De hecho, todo lo contrario. Creo que es evidente que estoy en un estado bastante hostil.

Sep...

Creo que se me nota bastante en el rostro, porque mientras voy a la oficina la gente se aparta de mi camino apenas me ven. Aunque, sinceramente, con lo apestosa que voy no me sorprendería que fuese el olor lo que los ahuyentara...

Me siento frustrada, estoy frustrada. ¡Huelo a frustración...!

«En caso de que la frustración huela como una foca que acaba de desayunar cebollas y darse un baño en una piscina de vinagre y ajo. No estoy muy segura, nunca me ha abrazado una foca, pero creo que estoy siendo muy injusta con ellas...».

¡Se suponía que debíamos llevarnos bien, Sabina, como en las películas! ¿Por qué te comiste mi comida? Y usar desodorante tampoco habría estado mal, pero bueno, con eso habría podido vivir. La comida, en cambio, es sagrada...

Finalmente, estoy en el edificio administrativo. La gente se tapa la nariz cuando paso junto a ellos, y es oficial. Lo que les espanta es mi olor, no mi ira. En fin, subo por las escaleras, y sí, si se lo están preguntando, pues sí, me da pena llamar al ascensor y que haya alguien ahí adentro... como el maleducado de la última vez.

Suficiente ya tengo con la vergüenza como para también tener que soportar la bad attitude de un listillo que podría hablarme solo para decir:

Oye, apestas a zorrillo...

Léase con voz petulante de niñito badboy rico al estilo Johny Bravo, o como una imitación burlesca de Peter Quill en los Guardianes de la Galaxia.

«Lo sé, genio, tengo nariz. Gracias por nada» respondería tan satisfactoriamente si fuera el caso... y es entonces cuando siento que mi cerebro se escandaliza al darse cuenta de que parezco una demente en este preciso instante y me callo.

Cuando abro la puerta del despacho de la Madama Marie la veo sentada en su escritorio, relajándose detrás de una revista. Solo me basta dar dos pasos dentro para que mi perfume Eau de Sabina mate todo el aire respirable del lugar. La Madame, de inmediato y sin discreción alguna, empieza a abanicar el aire a su alrededor con la revista.

—Buenos días, vengo a solicitar un cambio de piso.

—¿No funciona el baño en el que tienes...? ¿O la lavadora?

—Un poco de ambas, pero principalmente lo segundo. Sumémosle también que el aire acondicionado tampoco funciona y que hay un problema de indigestión generalizada en estos momentos. Difícil de explicar lo sé. Mejor dejémoslo en el cambio y prosigamos con el protocolo, ¿sí? Por cierto, ¿le gustó el pastel del otro día?

Mientras me escucha, la Madame abre el cajón de su escritorio y saca un desodorante en aerosol que esparce por todo su escritorio, prácticamente echándomelo encima. Huele a lavanda. Creo que fue una indirecta muy directa, pero bueno, algo es algo...

—Meh —contesta—. He probado mejores melocotones. Los tuyos no estaban muy buenos que digamos —me responde mientras busca algo en su computadora—. Carnet, por favor.

Le entrego el carnet mientras aprieto los labios y me muerdo la lengua para no explotar. Sé que esta no soy yo, por lo que trato de mantener la calma con todo lo que tengo. Solo estoy amargada porque Sabina me sacó de mis casillas, pero, como sea, la Madame no tiene la culpa. Tiene derecho a que no le gustaran mis melocotones. A mí me gustaron, pero, en fin, a ella no tienen por qué haberles gustado...

¡Nudista a la vista!Where stories live. Discover now