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Capítulo 6: Poca cortesía

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La laptop es una preciosidad, y es supermoderna y veloz. Lo sé solo con ver lo preciosa que es por fuera. En la UCV tenía una amiga a la que fascinaban las computadoras y me explicaba siempre que la última HP era increíble y que las funciones de integración con la nube eran muy prácticas y cosas así. Lo mío nunca fue la informática, así que nunca le presté mucha atención...

En aquellos tiempos solo soñaba con tener un equipo que funcionara lo suficientemente rápido como para no hacerme esperar cinco minutos solo en iniciar. Y con esta bestia, sé que así será. Voy justo de regreso para probarla. Estoy pasando en este momento por los pasillos del Departamento de Residencias. Aquí es donde trabaja Madame Marie, la encargada de asignarme mi apartamento y velar por mi comodidad mientras dure mi estancia en la universidad.

Ahora que lo pienso, no sería mala idea pasar a saludar.

Cuando llego a su despacho, la veo detrás de la pantalla de su computadora, sentada en su escritorio. La Madame nunca ha sido muy habladora que digamos, pero supongo que se debe a su trabajo. No debe ser fácil coordinar el hábitat de cientos de estudiantes (sino miles) a lo largo de toda la municipalidad de Floriana, aquí en la Valeta. Porque estoy segura de que la Madame Marie no se encarga de coordinar todas las municipalidades del país... ¿verdad?

A ver, que si no, la vieja no es humana y es en realidad un pulpo disfrazado de señora conservadora ya entrada en años. De ser así, sería fácil excusar su ligero sobrepeso. La vida sería muy fácil si simplemente pudiéramos decir: «¡No, no estoy rellena...! O bueno, sí lo estoy, pero solo porque en realidad estoy usando un disfraz y en realidad soy un pulpo apretujado bajo mi piel... je».

Madame Marie tiene toda la pinta de abuelita cuchi y simpática, así que, aunque no hayamos hablado mucho, estoy segura de que se contentará de verme. ¡Ya saben cómo son todas las abuelitas cuchis: con cabellito canoso, papada, cachetes arrugados, mirada severa pero afectuosa! Si bien nunca conocí a mi abuela, me gustaría imaginarme que se parecería un poco a la Madame.

Cuando me ve acercarme a su escritorio apenas levanta la mirada sin girar la cabeza. Dura así por menos de un segundo antes de retomar su concentración en la pantalla.

Saluditos por acá, Madame Marie —digo, pero apenas responde un escueto hola.

Rápidamente, saco el trozo de pastel que aún llevo en la bolsa y con la mejor sonrisa del mundo lo dejo frente a ella. Escucho el sonido de las teclas. No hay nadie más que nosotros. Todo está callado, a pesar de que el aroma a pastel está empezando a esparcirse por el lugar...

—Ehm, Madame, le traje torta —digo.

Ella aparta sus pequeños ojos de la pantalla de la computadora. Rápidamente, ve la torta, aturdida, como si no entendiera lo que está sucediendo, y luego me ve a mí con extrañeza pintada en su mirada.

Excuse-moi ?

—Pastel —respondo—. Pag-stell...

Estoy tratando de imitar el acento francés mientras aún hablo español y no puedo evitar reírme mientras lo hago. ¡Estoy intentando romper el hielo con algo de diversión! Ay...

Pero... Parece que eso no le gusta mucho a la Madame Marie.

—¿Por qué? —me pregunta en inglés con sequedad.

—Es un... trozo de... pag-st... ¡Pastel! Es un trozo de pastel para usted...

Cuando la gente no entiende mis rarezas, me pongo algo nerviosa...

«Je je».

Parece que la explicación no es suficiente. La Madame está inspeccionando la torta como si se tratara de material radioactivo. Y yo que pensaba que se veía deliciosa.

—Sí, pero... ¿por qué? —vuelve a preguntarme.

—Por nada en particular, es solo un gesto —explico con sensación inevitable de derrota—. Pero si no la quiere, olvídelo, no tiene importancia.

Sin embargo, cuando intento alcanzar la torta, ella es más rápida que yo y la toma primero.

Merci —dice.

Tras ello, me observa fijamente; puedo ver que también está nerviosa. Parece un ciervo de esos que se quedan viendo fijamente las luces de los vehículos por las noches y no saben cómo reaccionar.

—Hasta luego —me despido para salir rápidamente del lugar.

Mucha adrenalina para mi cuerpo en un solo momento. La Ecce Homo es preciosa, pero, ciertamente, tiene gente extraña.

«Quizás no estás tan equivocada con lo del pulpo disfrazado...».

Mi mente, como siempre, me empieza a lanzar la película entera de la vida del pulpo mientras voy de camino al ascensor y no puedo evitar reírme al darme cuenta de que, de hecho, estoy ansiosa por saber si al final el pulpo regresa al mar o consigue al amor de su vida y hace una nueva vida junto a su familia humana en la superficie.

Cuando se abre la puerta del ascensor, tengo una sonrisa tonta en la mirada. Lo sé porque puedo verme en el espejo que hay en su interior. No está vacío. También hay un chico adentro, un pelirrojo.

«Es alto...», me dice mi mente de inmediato.

Sí, y parece que es atractivo. Sin embargo, no me llaman mucho la atención los chicos europeos. Soy de las que prefiere el café oscuro y el chocolate espeso a las merengadas de vainilla. Eso sí, su chaqueta de cuero es un sueño. ¡Está preciosa!

—Buenos días —saludo como siempre cuando entro a un ascensor.

Él sus ojos de su teléfono desvía por unos segundos y me ve sin hacer nada más. Justo después prosigue concentrado en su conversación o lo que sea...

«¿En serio? ¿Otro maleducado...? Qué sorpresa».

En Venezuela la gente siempre respondía en los ascensores, pero aquí en Malta nadie nunca lo hace de vuelta. Allá era incluso parte del día a día bromear con los maleducados que no te decían buenos días... Algo así como una tomadura de pelo bien merecida. Nada, al igual que durante todo este mes, simplemente lo ignoraré y ya está. Así haré hasta que me acostumbre.

¿Será que en esta universidad la única persona decente y normal es Jorge?

Puede ser... y por suerte me tocó trabajar con él.



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¡Nudista a la vista!Where stories live. Discover now