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Capítulo 11: Aquelarre

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¡Por Dios, cuánto humo!

Apenas abro la puerta el humo me ahoga los pulmones y me deja knockout, y eso que ni siquiera he entrado. ¡¿Qué habrá pasado?! ¿Algo malo? ¡Espero que no! ¡Pobre Sabina! Sí, sé que no nos ha estado yendo muy bien que digamos en la última semana, pero tampoco es tanto como para desearle maldades... Digo, aún no hemos llegado a ese punto.

Es broma...

Peleo con el humo a todo lo que dan mis brazos. Al parecer tendré que comer afuera del apartamento. Supongo que Sabina se sintió poderosa hoy e intentó cocinar algo, pero qué va, de seguro se le pasó la mano con el fuego alto. En todos los días que llevo viviendo con ella lo único que la he visto preparar es té, y bueno, no creo que haya muchas maneras de hacer mal el té en caso de que no sepas cocinar, ¿verdad?

Pff... ¡¿Qué es ese olor?! ¡Es como una mezcla de incienso, tabaco y monte ardiendo, sumado al típico hedor de sudor y peste que expelen Sabina y sus amigos! ¿Será que pasó algo grave de verdad? No, no creo. ¿Verdad? No, no, para nada... ¡Ay, y si quizás...!

«¡Termina de entrar de una vez por todas! Tengo hambre...». Okey cerebro, ya voy. Deja la presión, que con tanto humo y tanta peste no me lo haces más fácil.

Al pasar, no puedo dejar de ver oscuridad, literalmente. Sabina debe haber cubierto todas las puertas y ventanas con cortinas, porque no se ve nada salvo un brillo anaranjado viniendo de la sala. Y si no fuera porque lo que estoy escuchando, ya estaría preocupada de que algo malo hubiera pasado...

En cambio, mis instintos me dicen que me prepare para lo que viene a continuación.

Hay una música ritualista sonando desde la sala. Sabina debe de estar ahí adentro con sus amigos. ¡Por Dios, cuánto calor! Me estoy sofocando aquí adentro. ¿Por qué estás caminando tan lento, Érika? No, olvídalo, pregunta tonta. La verdad es que tengo miedo. Algo en mi corazón me dice que no me va a gustar lo que veré al salir del pasillo de la entrada y...

Y...

y...

¿Eso es una fogata?

—¡¿Sabina, eso es una fogata?! —pregunto tan rápido como puedo.

¡Está junto a sus amigos fumando algo mientras echan polvos a una candelita encendida en pleno círculo!

«Así que de ahí viene el humo...».

—Bienvenida a casa, hermana —contesta ella relajada, quizás demasiado; no parece entender la urgencia de mi preocupación.

«Érika, explícale a Sabina que las fogatas en los apartamentos son peligrosas... Se podría incendiar todo el edificio, además, con todas las ventanas cerradas, ¡¿cómo hace para no asfixiarse?! ¿Qué clase de fuego mágico es este?».

Cielos, cerebro, gracias por sugerirlo... No lo había pensado.

—El hermano Córdoba está preparando una alineación de los chacras grupal para conectarnos todos con la energía de la Madre Tierra y hablar con ella, sabes, escuchar lo que necesita —explica Sabina despreocupada.

—Pero... ¡Pero...! ¡Sabina, no! Eso es peligroso... Es más, ¡¿cómo es que no ha sonado la alarma antiincendios?!

Otro de sus amigos toma la palabra:

—¡Porque tumbamos el sistema, hermana! —me dice riéndose con orgullo; quizás mucho orgullo para lo que acaba de decir—. Cortamos los vínculos, ya sabes, los cables que mandan la señal a la central desde la cual controlan todo...

Yo estoy atónita...

A ver...

¡¿Quiénes?! Por Dios, ¡¿Los bomberos?!

¡Nudista a la vista!Where stories live. Discover now