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La verdad es que me pasé con lo del glamour, quizás, no sé, un poco demasiado. Cuando llegué al sitio, era como un salón de baile gigante, con mesas blancas y un bufé de comida a los lados, con fuente de chocolate para frutas incluida. Todos parecían que iban a un picnic en medio del campo, y, yo ahí, con chaqueta, todo de negro, parecía un guardaespaldas de alguien. Me peiné hacia atrás con gomina y todo, pero al estar llegando, empezó a llover un poco y algunos mechones ya me caían por la frente.

Antes que nada, fui a echarme una copa de whisky. No sabía si Hayami vendría o no, pero necesitaba alcohol de todas formas para sobrellevar todas esas conversaciones que tendría que mantener con la gente. Cuando terminaba de echar el líquido en el vaso, alguien tocó mi hombro y me volví.

Carla seguía estando igualita, lo que pasa es que ahora la veía desde arriba. Se había cortado un flequillo recto y llevaba más maquillaje que incluso en su día a día de secundaria, si eso era siquiera posible. Llevaba un vestido corto rosa claro sin mangas y con un escote que dejaba poco a la imaginación. Ella siempre fue linda, comparada con las modelos americanas con las cuales me acosté o tuve alguna relación alguna que otra vez, estaban casi a la misma altura.

Y exactamente por eso no me gusta. No es alguien atractiva a mis ojos, simplemente una más del montón.

- Cuánto tiempo, Oli.- recordé que me llamaba así cuando salíamos.- Te veo bien, ¿qué tal todo?

- Sí, según la Wikipedia me va de puta madre, así que la creeré.- no quería sonar muy egocéntrico con las primeras palabras que le dedicase después de tanto tiempo, pero me salía sólo, al menos con ella. Di un sorbo a mi bebida, intentando calmarme.- Tú también te ves muy bien por cierto, ¿eres modelo quizás?

Ella se estaba tomando mi contestación bastante bien, se rio incluso. No voy de broma, querida.

- La verdad es que sí, en Rusia, de donde es mi padre, soy bastante famosa, pero me queda un largo camino que recorrer. ¿Igual que tú, no?- juntaba sus manos a su espalda, estirando un poco. Sabía que lo hacía para que me fijase en su delantera, pero para ser honestos, no estaba interesado en lo más mínimo.

- Impresionante, Rusia es bastante grande. Yo a los estadunidenses los tengo calados, a los japoneses también, a los españoles tampoco les desagrado y ahora voy a por Italia.- volví a beber, pero con mis ojos fijos en los de ella, algo sonriente.

- Wow, medio mundo es tuyo.- ella sonreía, sinceramente creo que no entendía los ataques que indirectamente le mandaba.

- Exacto, aun te queda mucho.- sonreí de lado.

- Pero, ¿no sería una muy buena idea juntar nuestros reinos? Como los reyes antiguos.- se acercó más a mí y me robó el vaso para beber ella, también mirándome a los ojos.

En ese momento se escuchó una cadena de estornudos desde la puerta de entrada y por mi rabillo del ojo noté como la luz de las lámparas se reflejaban en una cabeza. Carla fue a ponerme la copa en mi mano otra vez, pero esta cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos cuando yo me aparté de allí.

Hayami entraba un poco empapada, seguramente le había cogido la tormenta de verano por el camino, como a mí. Las ruedas gigantes de su silla hacían ruidos graciosos contra el blanco suelo mojado y casi no podía avanzar porque estas resbalaban, como andar en el hielo. Corrí hasta ella para ayudarla, no me di cuenta del suelo que estaba mojado por las pisadas de la gente, mis zapatos caros de Gucci resbalaron y me caí de espaldas delante suya. Genial, que buena entrada.

Me levanté en menos de un segundo, como si no hubiera pasado nada y me posicioné detrás de ella, para empujar su silla. Me mordía el labio para no empezarme a reír por mi propia torpeza, pero ya lo hacía ella.

- ¿Seguro que no tengo que levantar alguna tarjeta? Creo que eso fue una roja por parte del suelo, ¿eh? Ojalá poder pisarlo para darle su merecido.- Hayami hablaba mientras se reía de mí. Yo sólo la empujé hacia la fuente de chocolate, para esconderme y rezar que no lo hubiera visto mucha gente.

- No sé qué decir, pero al menos te has reído.- me puse a su lado y sonreí.

- Sí, yo y todo el mundo.

- Dios, ¿lo ha visto mucha gente? Me siento más observado ahora mismo, que en la cancha.- tocaba mi frente agachándome, para que no se me viese por las mesas.

- Aiku, tienes el pelo morado y verde fluorescente, tus ojos más de lo mismo, vistes como si fueses a un funeral y literal mides lo mismo que una jirafa, obviamente la gente se fijará en ti. Ah, se me olvidaba, también eres un futbolista millonario y famoso.- Hayami asentía, dándome palmaditas en la cabeza.

- Sí, difícil de pasar desapercibido…- solté una risilla.

- No sólo tú, yo también soy una chica albina en silla de ruedas, que tiene la peor fama del pueblo y que además el vestido que le mandó un admirador secreto, le queda un poco mucho pequeño. Ambos estamos condenados a no pasar desapercibidos nunca.

La miré a los ojos por fin, sonreía serena. Por un momento de esa absurda conversación, pensé que era un sueño, no creía que estábamos hablando tan tranquilamente, como si nada hubiera pasado. Como si el tiempo hubiese rebobinado. La analicé, llevaba un maquillaje rosado y oscuro, jamás la vi tan maquillada. Se quedaba genial. Su pelo estaba suelto y algunas ondulaciones se empezaban a formar por culpa de la humedad. Es cierto, me equivoqué en la talla, ni poeta ni diseñador puedo ser. No me fijé que sus pechos se desarrollaron tanto, casi estaban por explotar en aquel escote. El resto el vestido también le quedaba muy apretado. Pero me reí ante después de toda esa elegancia, traía puestas unas zapatillas de deporte grises.

- ¿De qué te ríes, idiota? Tú fuiste quien me lo compró, seguro que es caro, además no tenía otra cosa.- desvió su mirada, cruzándose de brazos.

- Ya, pero la próxima vez también te doy los zapatos aunque me equivoque de talla. ¿Por qué estas zapatillas?

- ¡Son las únicas que me pegaban algo! Además también te equivocaste con la talla del vestido.

- ¿Y cómo lo iba a saber? Hace seis años eras una tabla.- abrió su boca ofendida.

- Hay una cosa que se llama biología básica, el cuerpo de la mujer no para de cambiar hasta los 18.- hizo un ademán por dar la vuelta, pero las ruedas seguían resbalando y se veía bastante graciosa.

Me levanté y la empujé otra vez. Se quejaba de que ella podía sola, así que fui a la mesa, agarré una brocheta de fresas y kiwi, mojándola en chocolate, se la metí en la boca. Como un bebé con su piruleta, se cayó mientras la llevaba a las demás mesas para que cogiese lo que quisiera. 




 

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COME BACK HOME (Oliver Aiku × OC) [Blue Lock]Where stories live. Discover now