25. La canción de Nana

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Me coloca un anillo de plata en el dedo índice y me besa otra vez la frente.

—¿Cómo sabías que la perdí? —pregunto, todavía alucinando.

—Las abuelas lo sabemos todo, niña.

—Bueno, al final la encontré.

Ella niega con la cabeza, malhumorada.

—Ya no es lo mismo. Un amuleto es algo personal. En el momento que te desprendes de él, las malas energías se meten dentro. Por eso estás tan confundida.

—¿Es como si fuese una caja vacía?

—Algo parecido —responde y se ríe. Miro la pulsera que me dio el año pasado y me la quito de inmediato. No quiero tirarla—. Trae, yo te la limpiaré.

Su sonrisa me tranquiliza y, por extraño que parezca, me empiezo a sentir mucho mejor. La observo y luego desvío la mirada al anillo. Tiene una piedra similar a la de la pulsera. Es brillante y ciertamente bonito.

—Es una amatista, te protegerá de todas las malas energías. —Me quedo mirándolo tanto tiempo que cuando alzo la vista, ella ya se ha marchado. Desde el salón me grita—: Vamos, que se enfría el chocolate.

Los tres están sentados con sus tazas y yo me uno a ellos, aún con la sensación de no estar entendiendo absolutamente nada.

Pasamos la tarde preparando toda la comida, incluido mi plato favorito: la patata rellena de carne. Es lo mejor que he probado nunca y que, estoy segura, jamás probaré.

Nuestras Navidades son siempre sencillas. Después de cenar colocamos los últimos adornos en el árbol y luego decoramos el calcetín para que por la mañana encontremos nuestros dulces ahí metidos. Luego mi padre enciende la chimenea y, con otra taza de chocolate caliente y pastel de turrón, escuchamos las historias que nos cuenta la abuela.

De ella saqué el gusto por la lectura. De pequeña siempre me regalaba libros de cuentos y, cuando crecí, fue la que me dio mi primer libro de Agatha Christie. No hay nadie mejor que mi Nana para contar historias.

Por la mañana, cuando mis padres están aún dormidos, la encuentro en la cocina preparando galletas. Nada más verme me sirve un vaso de leche y se sienta conmigo.

—Tienes algo que contarme, ¿no es así?

—Sí —hablo aún con la voz ronca por el sueño.

Hace tiempo que dejé de preguntarme por qué mi abuela es tan maravillosa. De mayor me encantaría ser como ella.

—Es por ese chico, tu amigo —asiente con contundencia y se cruza de brazos muy seria—. El alto con el pelo liso.

—¿Jeremy? ¿Por qué iba a...? —pregunto confusa y niego con la cabeza antes de acabar la frase—. Es sobre otra cosa.

—Te voy a decir algo. El anillo no es mágico. Si sigues acercándote a los demonios, al final te absorberán con su energía y te alejará de las buenas personas.

—Nana, Jer no es un demonio —respondo riendo. Me gustaría decirle que a veces lo parece, pero no creo que lo vaya a entender.

Esta vez es ella quien niega con la cabeza.

—No hablo de él —contesta, cierra los ojos y toma aire. Me vuelve a mirar y esboza una sonrisa triste—. El demonio siempre te mirará con una falsa sonrisa angelical y te dará la espalda cuando ya tenga lo que quiere; mientras que el ángel te mostrará su corazón y te abrazará siempre que lo necesites.

Entonces me doy cuenta de a quién se refiere y trago saliva para deshacer el nudo. El demonio no es otro que Mason, por eso me ha dicho lo de la pulsera y me ha dado el anillo, para hacer que se aleje de mí.

—Ese Jeremy... —Se queda mirando a un punto en la pared y luego a mí—. Me recuerda a tu abuelo.

—Háblame de él, Nana.

Nunca le llegué a conocer porque murió cuando yo estaba en la tripa de mi madre. Me habían contado tantas cosas sobre él que a veces sentía que le conocía.

—Era tan terco... —se ríe al recordarlo—. Cuando se le metía algo en la cabeza, no paraba hasta conseguirlo, pero era bondad pura.

—¿Qué cosas le gustaban?

—Tenía una voz que encandilaba hasta a los ángeles —dice con una sonrisa y se levanta de la silla—. Creo... creo que tengo una cinta.

La sigo hasta el salón y rebusca en la caja donde guarda algunos recuerdos. Entonces saca una cinta con algo escrito en el dorso y la pone con torpeza en el reproductor.

La melodía del comienzo despierta a mis padres, que aparecen nada más escuchar a alguien cantando. Nana sonríe y se lleva la mano al pecho, emocionada. Mamá se acerca a ella y la abraza. Papá se queda atrás, escuchando con detenimiento.

Por sus expresiones, sé que es mi abuelo el que canta. Mi padre me cuenta poco después que esa canción la escribió para mi abuela cuando cumplieron la primera década de casados.

Sin duda, escuchar esto es el mejor regalo de Navidad que puedo haber tenido.


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Es de mis capítulos favoritos :')

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Es de mis capítulos favoritos :')

Espero que lo hayáis disfrutado mucho  ❤

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El buzón de los secretos © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora