capitulo 33

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KELLEN

Aturdido, recojo la almohada que se encuentra del lado vacío de la cama y la doblo alrededor de mis oídos, intentando mitigar el sonido ensordecedor. Cierro los ojos buscando conciliar el sueño nuevamente, pero los golpes continúan y a la par, el dolor de cabeza que llegó por la resaca, se incrementa.

Llevo más de tres días sin saber sobre Dara.

Ni un mensaje. Ni una llamada.

Nada.

Su repentina ausencia me quita hasta el hambre y en lugar de cenar, acabo encerrado en mi habitación, bebiendo lo que sea que haya en el refrigerador. Durante un rato, me concentro en la guitarra e intento sacar alguna canción, pero lo cierto es que siempre he sido bastante malo y solo está ahí para distraerme. Luego, me hundo en la cama tan ebrio que las paredes a mi alrededor dan vueltas y los objetos se ven dobles. Fumo un par de cigarrillos, hasta que el mareo se calma y entonces, duermo.

Al día siguiente, amanezco con resaca y hoy sucede igual, a excepción de que despierto por golpes que provienen de planta baja. Les resto importancia, convencido de que probablemente sea mi padre borracho o algún vendedor molesto.

Aún no me despejo, no puedo pensar con claridad.

Déjenme dormir.

—Hey, Kellen —Azael me sacude, obligándome a mirarlo—. ¿Puedes bajar? Están golpeando —dice un tanto molesto.

Es evidente que le interrumpieron su ducha matutina.

Está completamente empapado y con una toalla minúscula alrededor de la cintura.

—Mejor baja tú —murmuro, pongo una sonrisa burlista y vuelvo a cerrar los ojos.

—Kellen —insiste, otra vez moviéndome—. Puede ser importante, idiota.

Respiro hondo y largo el aire, exhausto. Me digno abrir los ojos, mientras me incorporo y estiro los brazos, con la intensión de despejarme. Azael me observa con desaprobación, niega y se marcha, dejando un montón de gotas de agua sobre el piso.

Mierda.

La habitación es un desastre. Hay ropa tirada por todas partes, los objetos sobre la superficie de los muebles están desordenados, latas y botellas vacías permanecen en la mesita de luz y como si fuera poco, mi hermano acaba de mojar el piso.

Perfecto.

Siento ganas de gritar, pero recuerdo que no tengo la vida típica de una persona de veinticuatro años. En su lugar, prácticamente me hago cargo de la casa y me ocupo de que mis hermanos crezcan seguros. No me quejo, es lo que hice siempre, incluso cuando tuve la oportunidad de dejar esto, elegí quedarme porque jamás podría dejarlos a la deriva. Nunca me lo hubiera perdonado.

ImpurosWhere stories live. Discover now