Valhalla

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La aldea Ivardar era una comunidad agrícola y contaban con varias temporadas consecutivas de una excelente producción.

Daven, el jefe comunal, estaba feliz, ya que el pueblo podría alimentarse sin mayores problemas.

Pese al clima adverso y a los largos inviernos que soportaba Ivardar, sus habitantes nunca renegaban de sus dominios.

Daven caminaba por la aldea saludando a menudo, a veces con inclinaciones de la cabeza, a veces levantando un brazo.

Las viviendas de Ivardar estaban construidas con madera, aunque podían verse zonas de piedra pegadas con trozos de barro y raíces, es más, en muchas juntas crecía un frondoso césped que cubría pequeñas zonas de las paredes emulando remiendos improvisados. Todo servía para aislar el interior del frío invierno.

Llegó a la intersección que era su destino y volvió a mirar hacia ambos lados antes de entrar a la casa.

Todas eran rectangulares con un empinado techo a dos aguas, para facilitar que la lluvia y la nieve corran libremente.

El interior era simple y la madera reinaba tanto en muros como en techos. Los muebles no eran la excepción, aunque el suelo era de tierra batida. Las paredes se apoyaban en una primera hilera horizontal de piedras a modo de solera, que marcaban el contorno y los límites de la casa para evitar que la humedad pudiese dañar la madera. Distribuidos de forma paralela a lo largo de la vivienda, se ubicaban los pilares que soportaban las vigas donde se apoyaba toda la estructura.

—Hola Helga —saludó con una sonrisa.

—Hola ¿quieres un pan? —le dice ofreciendo una hogaza.

—No, gracias. Comeré algo abajo.

—Claro, te gusta más su comida que la nuestra —dijo ofendida

—Sabes que no es eso. Venga, dame ese pan, me lo comeré por el camino.

Helga sonríe mientras se lo alcanza, pero agrega:

—Bueno, solo sé que cada vez estás más tiempo abajo que junto a tu gente. El pueblo se pregunta por qué pasas tanto tiempo en tu habitación. Algunos dicen que estás enfermo. Deberías tener más cuidado en cómo gestionas tu tiempo o lo que explicas que haces con él.

Daven caminó hacia el fondo de la casa sin contestar.

—Sabes que lo digo por hacerte un bien —dijo Helga sin esperar respuesta, mientras volvía a sus quehaceres.

—Y tú sabes que lo sé, mujer —gruñó como única respuesta.

Pasó a la habitación que se encontraba tras la cortina y apoyó su mano sobre un escudo metálico. La pared se abrió y dio lugar a un cubículo rectangular.

Daven ingresó al ascensor y volvió a pasar la mano por el panel dactilar.

El ascensor empezó a moverse despacio y percibió cómo cogía velocidad a medida que pasaba el tiempo. Descendió durante un par de minutos.

La puerta se abrió y Daven se encontró frente a la sala de esterilización. Se despojó de sus toscas ropas, compuesta por fibras vegetales, dispuestas en varias capas para aislarlo del frío, y se sometió al proceso de limpieza. Ninguna partícula de polvo debía ingresar al recinto interior.

Se calzó el mono gris y caminó por los pasillos saludando con inclinaciones de la cabeza y sonrisas.

—Hola, Daven —dijo un muchacho que se acercó.

—Hola, Harald ¿alguna novedad?

—No, ninguna.

—¿Alguna cosecha en ciernes?

El linaje perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora