Ángeles

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Cuando el último vehículo acabó de pasar frente a la posición que ocupaban, Eva estaba corriendo para entrar al coche.

Cinco personas aparecieron cruzando la carretera hacia ellas. El mismo estilo en las ropas que los tres rubios del callejón de Málaga, la misma maniobra de desplegarse en abanico alrededor de las víctimas.

"La Casa de Odín vuelve a la carga", pensó Isabel, "Cinco. Esta vez costará un poco más".

Preparó una guardia superior con la espada sobre su cabeza sostenida por una sola mano. Decidió que no era necesario esperar. Embistió al primero con todas sus fuerzas sabiendo que quienes estuvieran más cerca se coordinarían para iniciar un ataque conjunto.

Atacó, bloqueó y volvió a realizar estocadas profundas. Blandió su espada con precisión en una batalla irregular. Solo consiguió herir a uno de sus enemigos en un brazo.

"Parece que en esta ocasión no van a arriesgarse más de la cuenta", pensó contrariada.

Evaluó que se había alejado demasiado del coche. Despacio, volvió hacia al vehículo dando pequeños pasos y estableciendo una guardia cerrada, mientras mantenía a todos los oponentes dentro del rango de su visión.

"Solo esperan cansarme antes del ataque final. Bien por ellos. Pero no se los dejaré fácil".

Manipuló sus uñas mientras saltaba para subirse al techo del coche. La espada se ocultó y sendos puñales aparecieron en sus manos. Los arrojó y sonrió al comprobar que uno de los destinatarios yacía en el suelo con la daga clavada en su cuello.

Nuevamente la espada apareció en su mano.

"Ya somos cuatro a uno, debo reservarme, no tengo que cansarme en exceso, Gabriel tiene que haber recibido el mensaje", se daba ánimos mentalmente.

Repelió un ataque conjunto a sus piernas que sincronizaron dos de los atacantes

Saltó del coche para obligarles a cambiar de estrategia. Bloqueó el ataque del rival de su derecha y se sorprendió al ver que el de su izquierda se distraía mirando a sus compañeros rezagados. Solo desvió su atención un segundo, tiempo suficiente para que Isabel le cercenara limpiamente la cabeza y enfrentara al otro que, en una acción inesperada, presionó el cinturón y desapareció.

Isabel dirigió su mirada a los dos cosechadores que quedaban y los vio enfrascados en una pelea franca con dos hermosas jóvenes vestidas con blancas túnicas y portando sendas espadas flamígeras.

Una penetró a su rival desde la clavícula izquierda. El otro alcanzó a manipular su cinturón y desaparecer como respuesta al ataque que recibía y haciendo que el mandoble se perdiera en el espacio que antes ocupaba..

Isabel ocultó su espada y se recostó sobre el coche mientras se esforzaba por recuperar su ritmo normal de respiración. Las muchachas corrieron hacia ella.

—¡Isabel!

—¡Gracias, chicas! —dijo mientras se fundían en un abrazo.

Una se apartó para mirarla con el ceño tenso.

—¿Estás herida?

—No, Bethel, estoy bien.

Eva salió del coche de forma apresurada y corrió hacia Isabel. La batalla que había presenciado borró de su mente las discusiones previas y solo quería saber sobre el estado de su amiga. Simplemente, corrió hacia la muchacha que la había hipnotizado con su sonrisa en esa hermosa velada de la noche anterior.

—¿Seguro de que estás bien? —quiso corroborar Eva.

—Tranquila. Ellas han llegado a tiempo —dijo mientras la apartaba y le daba un tierno beso en su mejilla— No te asustes. Ya estamos bien—agregó cogiéndole el rostro con las dos manos—. Os presento, ella es Eva, ellas son Bethel y Batel.

El linaje perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora