¿Y si fuera ella?

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Eva se incorporó apoyándose sobre sus codos. La luz que se filtraba por las rendijas de la persiana iluminaba el rostro de Isabel otorgándole brillos angelicales.

Un curioso efecto óptico, quizás debido a que la ventana se encontraba casi pegada a los pies de la cama de su diminuta habitación.

Un póster de Alejandro Sanz con un cable desenchufado colgando de su boca le clavó los ojos.

"¿Y si fuera ella?", pensó mientras le guiñaba un ojo al póster. "Cuántas fans de 32 años le quedarán a Alejandro Sanz?".

El pelo azabache de Isabel le cubría parte del rostro hasta la comisura de los labios. Estuvo tentada de apartarlo con sus dedos, pero se contuvo temiendo despertarla y que se interrumpiera su sesión matinal de voyeurismo light.

Su figura perfecta se adivinaba debajo de las sábanas. Uno de sus brazos se enroscaba en la tela de un extremo. Eva suspiró al mismo tiempo que evaluaba el maravilloso rosado de su piel, en contraste con el blanco del género que la cubría.

"Alguien ha bordado tu cuerpo con hilos de mi ansiedad", pensó mientras volvía a mirar al póster. "Gracias por tus letras, Alejandro".

"Y gracias al cielo por la excelente temperatura", pensó mientras buscaba con una mirada maliciosa el edredón hecho un bollo a los pies de la cama y, de nuevo, afirmó: "Gracias al cielo por haberla conocido".

Eva cerró los ojos por un momento y volvió a suspirar. Su mente se paseó por la fiesta de exalumnos de la universidad de la noche anterior.

La aparición de Isabel, una desconocida que acudió como acompañante de alguien. Isabel, preciosa. Isabel, invitándole una copa. Isabel, viajera, casi en continuo peregrinaje. Un poco de baile. Te acompaño a tu casa. En mi casa soy capaz de cualquier cosa. ¡Demuéstramelo!

Caminata nocturna por las callejuelas peatonales del centro de Málaga. Charlas. Contrapuntos afilados. Un par de copas de más. Mucha risa. ¿El amor? ¿Y si fuera ella? Porque, después de todo, ya era hora de que una profesora de historia de instituto tuviera relaciones amorosas estables. De hecho, su madre se llevaría una grata sorpresa si dejara de presentarle siempre parejas distintas.

La voz de Isabel la arrancó de sus pensamientos y la trajo de vuelta a la realidad.

—¿Hace mucho que estás despierta? —dijo sin apenas moverse.

—No. Que va. Unos minutos. ¿Has dormido bien?

—¡Como un ángel! —exclamó al mismo tiempo que se desperezaba y reía de forma entrecortada.

—¡Te preparo un café! —se entusiasmó Eva.

Saltó de la cama sin esperar la respuesta y pasó a la sala de su diminuto y moderno departamento.

Era su universo. Sus dominios. Sin ninguna división entre los espacios, las distintas funciones virtuales de cada área eran sugeridas por los muebles que los ocupaban. Las únicas paredes escondían el baño y el dormitorio, tan pequeño, que apenas entraba la cama. Eva lo llamaba, cariñosamente: "el armario".

Llenó la cafetera de agua, preparó el filtro y puso un par de cucharadas de café, la encendió y esperó a que comenzara el ruidoso gorgoteo.

Volvió a la habitación declarando:

—En un par de minutos te traigo el café. Creo que hay unas galletas y un poco de mantequilla y mermelada ¿está bien?, ¿quieres otra cosa?

Isabel entrecerró los ojos para simular sospecha y aventuró.

—Hum ¿A qué se debe este trato especial? ¿Estás por pedirme algo?

—¡Me has pillado! —dijo Eva exagerando la situación, pero sin poder evitar un poco de sonrojo en sus mejillas.

El linaje perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora