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Los días siguientes transcurrieron rápidamente para Niall. Zayn lo sorprendió proponiéndole una visita por la isla. Lo llevó a visitar la ciudad de Oia, situada en la punta de la isla y lo dejó explorar los callejones estrechos, las iglesias con cúpulas azules y los elegantes restos de la ocupación, los hermosos molinos al borde de los acantilados...

Después fueron a la montaña de Mesa Vouno y, tomados de la mano, ascendieron el tortuoso camino que conducía a las ruinas de la antigua Thera, una ciudad griega que después había pasado a ser romana.

Con el cabello agitado por el viento, Niall ahondó en su recién descubierta fascinación por lo antiguo. Miles de años antes había personas en ese lugar; personas que habían dejado una huella de su paso por el mundo en las paredes, columnas, grabados en las piedras...

Zayn podría haber sido uno de las figuras humanas que aparecían grabadas en la piedra; de mandíbulas fuertes, espaldas anchas y rasgos dignos de los mismísimos dioses.

De pronto él lo sorprendió mirándolo.

—¿En qué estás pensando?

Niall sonrió y celebró un nuevo propósito. Un chico sin educación ni carrera no estaba necesariamente condenado a limpiar suelos toda la vida. Por primera vez había encontrado algo que despertaba su interés y curiosidad.

—Voy a volver a casa... —anunció en la cima de una montaña desde la que se divisaba la isla entera—. Y voy a estudiar. Buscaré un curso que me enseñe acerca de la gente que vivía aquí y que dejó estas marcas en las piedras. Quiero saber más —dio media vuelta, riendo.

Y Zayn se rió también porque su entusiasmo era contagioso.

No obstante, en el fondo sospechaba que cuando volviera a casa los recuerdos se esfumarían y que finalmente se olvidaría de aquel puñado de viejas piedras en la cumbre de una montaña al otro lado del mundo.

Pararon a comer en un kafenio de un pueblo cercano y disfrutaron de un almuerzo sencillo de vegetales y marisco. Después dieron un paseo por una playa de arena negra y contemplaron la inmensidad del mar bajo el firmamento más azul.

—Eres muy afortunado —dijo Niall al atardecer, mientras el sol, una gran bola de fuego rojo, se hundía en el océano.

El cielo se había convertido en un delirio artístico de intensos colores.

No se habían perdido ni una sola puesta de sol desde aquella noche en el barco de Constantine y Niall sabía que nunca se cansaría de ellas.

Se volvió para ver si Zayn lo había escuchado y entonces lo sorprendió mirándolo. La intensidad de su oscura mirada desencadenaba vibraciones que le sacudían el corazón.

—La puesta de sol. No la estás mirando.

Zayn sonrió.

—La estoy viendo reflejada en tus ojos. Nunca he sabido lo hermoso que era nuestra puesta de sol hasta este día —lo agarró del cuello y le dio un beso apasionado—. ¿Cuánto tiempo tenemos? —murmuró.

Lover for Money | ZiallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora