Capítulo 8 - Nuevas caras y nuevos amigos

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- Hola, Arnold - Se sienta a mi lado y me observa con sus ojos penetrantes y rasgados -. Tú debes de ser la nueva, ¿no?

- Supongo que sí, me llamo Alex.

Sonríe ampliamente y se acerca un poco más a mí.

- Y dime, ¿qué poder tienes? -. No me esperaba una pregunta como esa, tan directa, y me pongo un tanto nerviosa.

- Yo... todavía estoy descubriéndolo -. Agacho la cabeza, evitando el tema.

Con un mohín extraño, James vuelve a apartarse, pero no deja de intentar romper el hielo.

- Espero que sea mejor que el mío, por lo menos.

- ¿Qué es lo que haces?

- Traduzco idiomas - Me mira con cara de resignación -. ¿Por qué crees que puedes comunicarte perfectamente conmigo, o con Arnold?

- Es un poder muy útil, señorito - interviene el hombre, dejando dos platos de tortitas sobre la encimera. Huelen terriblemente bien, empezamos a devorarlas con ganas.

- Ya, pero no es como poder volar o controlar el fuego.

- A mí me parece de lo más interesante - comento.

James sonríe ampliamente, mostrando unas paletas separadas que le otorgan un aire infantil.

- Bueno, pues si la nueva dice que es un poder interesante no me quejaré tanto.

Arnold mueve la cabeza y pone los ojos en blanco, sabiendo que al muchacho le falta mucho para dejar de quejarse por ese poder que le ha tocado.

Al terminar de desayunar, James me enseña toda la casa, que a la luz del día es aún más impresionante. Durante un buen rato le explico nuestra aventura para llegar hasta aquí, descartando deliberadamente el momento en que perdí el control, y él me cuenta una historia similar pero que comenzó en Australia en vez de en España.

- Mi madre es japonesa y mi padre estadounidense. Yo nací en Sydney, así que pertenezco a tres sitios a la vez. Ya verás que aquí se convive con muchas culturas, Alex.

- ¿Cuántos hay como nosotros en este lugar? - indago, curiosa.

- Con vosotras somos ya doce, sin contar a Ariadna.

- Me esperaba que fuésemos más.

Los ojos de James brillan, una expresión que no consigo identificar.

- Es complicado encontrar en todo el mundo a personas como nosotros, y más si hay otra gente tras ellos.

Me acuerdo de la camioneta que se llevó a Michael y suspiro. Mi nuevo amigo también parece sumirse en un recuerdo que no es del todo de su agrado.

- Hoy es sábado, así que la gente dormirá hasta tarde. ¿Qué te parece si te enseño los jardines? -. Vuelve a recuperar su carácter habitual y todas las malas sensaciones que habían aparecido desaparecen de golpe.

Asiento con la cabeza y le sigo, dejándome inundar por su vitalidad, olvidando todas mis preocupaciones.

Yokai anda silencioso a nuestro lado, mirando abstraído las hojas marchitas que cubren el suelo; un manto que anuncia la llegada del frío. Me froto los hombros en un vano intento de entrar en calor y suspiro, deseando estar ahora al lado de ese mar Mediterráneo en el que crecí y del que no supe apreciar su valor hasta que fue demasiado tarde.

- Ya te irás acostumbrando al frío -. James sonríe, intentando animarme.

Le devuelvo la sonrisa, recordando cómo hace pocos meses estaba tumbada en la playa, tostando mi cuerpo ya de por sí moreno al brillante sol. Ahora el astro brilla triste entre unas nubes de color lechoso.

Seguimos caminando por ese lugar apartado del mundo, rodeado de inmensos árboles que, como vigilantes silenciosos, esperan frente al muro. James y yo hablamos de temas banales que hacen que me sienta un poco más cómoda en ese nuevo ambiente. En un momento dado, él mira su muñeca izquierda, donde un fino reloj dorado muestra el paso del tiempo.

- Mira qué tarde es - Me enseña la hora: las once y media de la mañana -. Entremos dentro, voy a presentarte al resto.

Al andar de nuevo sobre mis pasos no puedo evitar sentirme nerviosa, como ese día muchos años atrás en el que entré nueva al colegio. Me muerdo las uñas e intento relajarme, pero se me hace imposible.

Entramos a un enorme salón con varios sofás de cuero y una televisión muy liviana, seguramente mucho más cara que la cifra exorbitante que ronda en mi cabeza.

Allí, charlando animadamente, encuentro a los que serán mis compañeros. Me sorprende la variedad que se respira en el ambiente, una mezcla de culturas que chocan y se mezclan al mismo tiempo, como las dos caras de una misma moneda. Sonrío al ver a Luna entre ellos, siendo acribillada a preguntas. Me lanza una mirada de auxilio y acudo al rescate, deseosa de conocer a esos desconocidos que comparten tanto conmigo.

Durante las horas siguientes conozco un poco más a ese popurrí de personas que convive como una extraña familia en la mansión; en un espacio tan pequeño estoy rodeada por gente de diversas culturas, de distintas edades y con poderes diferentes que no dudan en enseñarme. Aunque se muestran amables cuando les confieso que estoy descubriendo todavía mi poder, no puedo evitar sentirme un poco apartada mientras todos hablan con Luna de su magnífico don. Sin quererlo, mi amiga les atrae como polillas a la luz y yo simplemente observo, muriéndome poco a poco de envidia.

En eso estoy pensando cuando unos ojos azules me atraviesan con una fuerza sorprendente. A mi lado, una pequeña niña rubia me observa sin pestañear, como en trance.

- Tú eres Myriam, ¿verdad? - pregunto, intentando sacar un tema de conversación.

La pequeña no contesta, sigue mirando fijamente. Algo me dice que ha dejado de verme a mí. Como leyendo el hilo de mis pensamientos, se levanta hasta estar frente a frente conmigo, pero lo que le interesa es lo que hay detrás. De un salto se sube a mis rodillas y agarra los cuernos de Yokaidomachi.

- Eres distinto a los demás - dice a mi invisible acompañante.

La criatura abre de par en par los ojos, claramente sorprendido, dejándose invadir por el tacto de un ser vivo que puede verlo y sentirlo tal y como es. Lanzo un chillido de sorpresa, notando que Yokai se ha quedado sin habla también.

- Vaya, deberíamos haberte avisado... - murmura Claudia, una alemana entrada ya en los treinta.

- Esta es Myriam, la hija de Ariadna - explica James, al tiempo que coge a la pequeña y la sienta en su regazo -. Puede ver a esos seres y hablar con ellos. Normalmente no hace estas cosas, el tuyo le debe de llamar la atención.

- Un poder curioso, ciertamente - La voz de Ariadna al entrar suena clara y cristalina -. Myriam puede ver a todos esos seres menos al suyo propio.

- ¿Entonces cómo sabe que tiene uno?

- Simplemente lo sabe -. Con una sonrisa enigmática, la mujer da por finalizada la conversación y desvía el tema hacia otros más banales.

Miro de reojo a la pequeña, que vuelve a ignorarme, acurrucándose en los brazos de su madre, y pienso en sus palabras.

- ¿Por qué eres diferente? - murmuro muy bajo, sabiendo que sólo Yokai puede escucharme.

Pero él roza sus cuernos con aire melancólico, añorando el tacto humano que le ha sido dado y arrebatado en unos segundos.

Outsiders (en español)Where stories live. Discover now