Sherlow

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La cantidad de veces que Harry se quedó dormido en el trabajo es insuperable, se duerme detrás de los casilleros, sobre la barra, el mostrador, en el pequeño armario de limpieza, en las mesas, y en cualquier espacio en donde se quede quieto por más de cinco minutos. ¿Es irresponsable? Por supuesto, pero en su defensa, no duerme muy bien, ni siquiera lo intenta.

Cuando cumplió quince años había decido comenzar a trabajar en la panadería de la amiga de su mamá, solo la mejor panadería del pueblo, bollos recién hechos, pan casero y suave con azúcar de caña, deliciosamente exquisito. Había hecho un buen trabajo desde el primer día, así que cuando la amiga de su madre su mudo a la ciudad en busca de "oportunidades decentes" que el pueblo de Sherlow no podía ofrecerle ni a ella ni a su hija, le dejó la panadería a Henry.

Él ahora era mayor, tenía diecinueve años y disfrutaba de pasar todo el día en la panadería, el aroma, la música en un bajo volumen y el gran ventanal que dejaba ver la plaza, era reconfortante, y cuando cerraba la panadería para ir a almorzar, se paseaba la plaza y saludaba a las chicas de las cosechas, los viejos del bar, y las mujeres que llevaban a su hijos al colegio. También pasaba buenas tardes con su madre, ella seguía siendo una mujer brillante, sin embargo, ella también había crecido como Harry, y había estado olvidando las cosas, demasiado perdida en su propia agonía de soledad. Harry se sentía triste a veces, mirar a su madre observando la ventana, o lo que hay detrás de ella, esperando a que su marido regrese, y esa mueca en su cara que solo podría interpretarse como tristeza.

El hombre se marchó un día como hoy, hace cinco años; nunca regresó, sin explicación, ni llanto, solo un vacío. Su madre se mantuvo fuerte los primeros meses, repitiéndose a sí misma que él volvería, diciéndole a Harry que todo estaría bien, y su padre solo necesitaba un poco de espacio. Pero con el paso del tiempo, dejó de repetirlo y comenzó a creerlo. Ahora se permitía quedarse todo el tiempo mirando por la ventana, suspirando y pensando.

Para Harry no fue tan difícil afrontarlo, su padre no hablaba demasiado cuando llegaba del trabajo, siempre estaba exhausto y con los párpados pesados. Cuando él y Harry tenían una conversación, a los pocos días se les olvidaba. Era un buen padre, siempre trayendo comida a casa y haciendo reír a su madre cuando la atacaba con besos en la cocina mientras ella cocinaba. Quizá fue demasiado para él.

Su abuelo le dijo que no había tiempo para las desgracias y la añoranza, y tal vez si Harry no hubiese pasado más tiempo en el bosque se habría terminado perdiendo como su madre.

Luego de un largo día en la panadería, caminó hasta la casa de Olivia, una mujer que había sido su profesora de colegio durante seis años, y ahora solía compartir una taza de té con Harry casi todas las tardes.

Aquella mujer siempre parecía tener una nueva historia para contar, Henry escuchaba con atención, agregando sus propias opiniones. Tara, la hija de Olivia, llegaba pasadas las siete de la noche, y se sentaba junto a él, y tocaban sus mejillas. Harry le contaba cuentos de su abuelo, y la niña se quedaba dormida luego de un rato.

Camina hacia el bosque después de su taza de té con la señora Olivia.

— ¡Hey Harry! — dice una voz a su espalda. Harry se detiene frente a los dos grandes encinos que dan entrada al bosque. Girándose para encontrarse con el señor Aller, alto e imponente mirándolo con una mueca dudosa.

— ¡Uh! Hola— sonríe.

— Vas de nuevo al bosque eh— no sabe cómo responder, ya que eso no sonó exactamente como una pregunta. Pero asiente de todos modos.

— Y-yo si

— Ya veo—respondió mirándolo de arriba abajo— no haces cosas indecentes ahí ¿cierto Harry? —Harry se atraganta con su propia saliva.

MorglesWhere stories live. Discover now