Capítulo 1

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Despertó bruscamente, asustada. Miró a su alrededor y le costó verificar que tenía los ojos abiertos, porque estaba todo completamente oscuro. Parpadeó varias veces para asegurarse y se cogió la cabeza, que le dolía mucho. Por un momento no recordó nada, ni quién era, ni dónde estaba ni el porqué y se sintió enormemente desorientada y atemorizada. Pero ese momento se alargó agobiantemente mientras un ruido como de montacargas la rodeaba y penetraba en sus oídos. Le entró pánico y la angustia fue creciendo en su interior paulatinamente hasta que se le formó un duro nudo en el esternón.

Seguía sin recordar absolutamente nada. Un torrente de emociones se le vino encima de golpe y le provocó náuseas. Sintió terror, un vacío enorme, tristeza, lástima, extrañeza, curiosidad, añoranza por algo -no supo por qué-, horror, aberración y otra vez miedo.

Cuando el nudo hizo que le empezara a faltar la respiración se obligó a calmarse. Se dio cuenta de que estaba tumbada en un suelo frío, así que se incorporó poniendo las manos encima de su cabeza por si chocaba contra algo. No pudo evitar, gracias a la inmensa oscuridad, dar rienda suelta a su imaginación, de manera que comenzó a pensar dónde estaría. Se imaginó que estaba justo en el medio de una sala inmensamente grande y a continuación, creyó que se encontraba en un pequeño cubículo. Nunca lo sabría si no lo inspeccionaba, pero no quería tocar nada por miedo a tropezar con algo o a meter la mano donde no debía meterla.

-¿Hola? -su voz sonó increíblemente rota y tuvo que carraspear para repetirlo. Le sonó algo aguda y femenina, no se acordaba ni de su propia voz-. ¿Hola? -repitió procurando hacerse oír por encima del zumbido del montacargas-. ¿Hay alguien?

Como la voz no se propagaba, tachó la idea de la enorme habitación. Parecía que estaba sola, aunque perfectamente podría haber habido alguien tendido a su lado y no hubiera oído su respiración por culpa del ruido.

Venciendo al miedo que le impedía moverse, poco a poco fue levantándose. Sus piernas no estaban agarrotadas, por tanto, no debía llevar mucho tiempo allí. El suelo se sacudía bastante y tuvo que abrir las piernas para sostenerse bien. Aun así sintió que las náuseas la abordaban. Alargó el brazo hacia arriba pero no llegó a tocar nada, y decidió avanzar hacia una dirección al azar con las temblorosas manos por delante. Inesperadamente, tocó una pared a los dos pasos. Era de rejilla, podía meter los dedos entre los agujerillos romboidales. Con las palmas de las manos pegadas en esa pared, dio un paso hacia la derecha y topó con una esquina que parecía un ángulo reto al tacto. Siguió andando palpando la nueva pared y casi se cae por culpa de que había tropezado con algo que se asimilaba a un baúl. Sorteando esta caja, continuó hasta encontrar la siguiente esquina, que estaba a unos tres pasos de la primera que había tocado. Prosiguió su camino, volvió a topar con algo que estaba en el suelo, no le hizo caso y llegó a la otra esquina, y luego a la otra.

En conclusión, estaba en una caja de tres pasos de ancho y tres de largo con paredes de rejilla con cosas en el suelo. Se agachó, buscó el baúl tanteando el suelo y al encontrarlo quiso abrirlo pero no pudo encontrar la tapa. El otro objeto era un bidón cilíndrico, y seguramente habría más cosas repartidas por la suerte de ascensor.

O eso creía ella. Parecía que la caja ascendía. No obstante, no podía afirmarlo con seguridad porque viajaba a velocidad constante, y no sabía si bajaba o subía, aunque de lo que sí estaba segura era de que se movía porque el suelo se sacudía, y el ruido, a su parecer, tenía que ser debido al roce de las paredes de la caja contra algo.

Sin otra cosa que hacer, miró a su alrededor y se sentó apoyando la espalda contra una de las paredes. Se cogió la cabeza con las manos y cogió aire sin entender nada, sumergida en un mar de caos y preguntas. ¿Qué diablos estaba haciendo allí? ¿Qué era todo eso? Su falta de memoria persistía. No recordaba ni su nombre, ¿cómo podía ser? La sensación de asfixia comenzó a incrementarse de nuevo, no paraba de preguntarse qué pasaba, dónde estaba y cómo podía salir de aquella caja donde anidaba la más inmensa oscuridad. Tenía que haber una explicación lógica. Le vinieron ganas de gritar y notó que estaba sudando. Se cogió las rodillas con los brazos y la incertidumbre y la impotencia casi la hicieron llorar y se sintió otra vez mareada con ganas de vomitar. Respiró hondo sorbiendo por la nariz y tratando de mirar a un punto fijo para que se le pasaran las terribles náuseas que estaba teniendo para calmarse, aunque daba exactamente igual hacia donde mirara, se imaginó allí algo únicamente para no volverse loca.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora