𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑰𝑵𝑻𝑨

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—¿Cómo dices? —Aran estaba confundido, su ceño fruncido lo denotaba.

Sara lo miró fijamente.

—Es lo que hace, controló las sombras para que nos siguieran. Ellas se alimentan del miedo, se convierten en nuestro mayor terror.

Aran lo entendió y pensó directamente en su compañero. Carver había visto a su familia muerta.

—¿Por qué vi a Hada? —preguntó, recordándolo. Ella no podía ser su hermana realmente, no lo creía.

—Eso es fácil —habló una tercera voz que los sobresaltó. Aran tomó el brazo de Sara mientras observaba a Steve salir por donde ellos hasta caminar por el pasto y dedicarles una dura y vacía mirada—. Ella no es parte de las sombras.

—Cállate —le espetó Sara repentinamente enojada. Aran la observó de reojo tratando de entender su actitud altanera.

Las cejas de Steve se alzaron hasta que su mirada brilló y comenzó a reír.

—Él no lo sabe, ¿verdad? —le preguntó incrédulo y divertido a la rubia—. No le dijiste... de hecho, él no sabe muchas cosas...

Ahora, Steve comenzaba a entender mucho más. Por otro lado, Aran no y solo podía enfocarse en una cosa a la vez, veía el arma en la mano derecha de Steve como un peligro potencial.

—Entonces, ¿por qué no se lo contamos?

—¿Contarme qué? —Espetó fastidiado el detective. Steve sonrió ladino, la mirada de Sara bajó hacia el suelo—. ¡¿Contarme qué?!

El secretismo lo estaba volviendo loco.

—¡Que están muertas!

Aran frunció el ceño y miró de Steve a Sara sin comprender absolutamente nada. No estaría creyendo nada de lo que salía por la boca de ese muchacho de no ser porque Sara parecía estar demasiado nerviosa y pálida. Había algo que estaba mal.

—¿Quiénes están muertas?

—¡Ya basta! —La voz de la rubia se hizo oír justo cuando los labios de Steve se despegaban, cortando cualquier cosa que respondería—. Es suficiente.

Él la observó con sus ojos entrecerrados por un largo y mortífero momento.

—Yo digo que esto recién empieza.

Y con un chasquido de dedos las sombras salieron como bruma intensa y negra del alcantarillado, se posaron a los lados de Steve y rápidamente tomaron forma. Una de ellas, Aran la reconoció como el hombre viejo de atuendo militar al que Sara y Carver habían tratado de disparar. Las otras dos también se trataban de hombres, aunque uno más joven que el otro y todos con distintos rasgos.

Con la curiosidad latente, el detective observó a Sara que pareció esconderse por detrás de él, aferrándose con sus dedos finos y uñas a su brazo.

—No puede ser... —susurró mortificada—. No otra vez.

—¿Quiénes son? —preguntó sin escrúpulo o empatía alguna Steve—. ¿Por qué les temes tanto?

Entonces, las figuras se volvieron más detalladas. Ya no parecían personas normales. Aran distinguió el aire de una diferente época a la suya, aquellos peinados, la ropa e inclusive el corte de la barba. Y, de repente, se dio cuenta de la palidez de sus pieles y cómo, poco a poco, las heridas comenzaban a emerger en ellos. Primero en el hombre de mediana edad, la sangre brotó de su pecho; el siguiente fue el más joven de todos ellos, de su boca la espuma se escapó; por último, el mayor, con una herida de bala en su cabeza que lo hizo estremecer.

EL CÍRCULO ©  |  #PGP2022Where stories live. Discover now