Prólogo

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Los cuentos antes de dormir son para los niños pequeños, para que no teman quedarse solos en la oscuridad de su habitación durante toda la larga noche.

Los cuentos para dormir son historias de los antepasados de los abuelos, no importa en qué momento pretendas decir que eso es imposible o que nunca sucedió, la historia sucedió, siempre sucedió.

Los cuentos antes de cerrar los ojos convierten toda la fantasía en algo más, ese algo que lo hace ser un poco, solamente un poco más real.

— ¿Cómo sabré si voy a ese lugar? — pregunta el niño recostado y envuelto en mantas gruesas de lana.

Su abuelo sostiene entre sus manos cansadas, los pliegues de hojas sueltas con palabras escritas que ha comenzado a leer para Henry. El niño más brillante y más cruel del pueblo, enormes ojos redondos con un toque de verde apenas perceptible, cabellos castaños, demasiado delgado dando la ilusión de que el viento podría llevárselo si sopla con demasiada fuerza en su dirección. Un niño que solía fantasear con todo aquello a lo que los adultos le temen.

Oh, pequeño e inocente Harry. Cualquier persona podría pensar que el niño tenía alguna clase de problema en la cabeza, no solía acercarse mucho a las personas, eso siempre fue difícil, invadir su espacio significaba cientos de gritos alarmados por parte del niño. Recostarse en el patio trasero de su casa, y contar la cantidad de estrellas que parecía interminable, mirar en silencio la televisión y caminar alrededor del pueblo con una bolsa de tela en donde guarda rocas.

Pero no era eso lo más preocupante. Porque quizá lo más preocupante siempre fue la gran imaginación que este poseía.

Sus casi tan largos cabellos rizados siempre parecían ideas brillantes para crear un nuevo mejor amigo imaginario, todos ellos con características particulares; teniendo un propósito específico, como ayudarlo a atarse las agujetas de los zapatos, o tomar su mano mientras se oculta en el armario de abrigos para que su madre no lo encuentre y lo lleve de vuelta a la escuela. O simplemente con el propósito de quedarse junto él en el tan temido receso.

Su madre reía al verlo jugar en el patio con las ilusiones de amigos imaginarios, ella lo encontraba adorable, sin problemas, solo algo que haría un niño de siete años retraído como Harry.

Pero las cosas dieron un extraño giro cuando aquel día estando en casa luego de la escuela, Harry rogó entre sollozos y grititos de protesta, que le creyeran. El niño decía que había visto a su amigo subir a un árbol , trepar hasta la cima y alardear con una sonrisa que había logrado llegar antes que él, y de pronto se cayó, el ruido fuerte lo sobresaltó y corrió para ayudarlo, sin embargo, su amigo huyó de él hacia el bosque.

Su madre había mirado esos sus llorosos preguntándose ¿Cómo podría hacerle ver a su hijo que en realidad no había nada ahí, y que todo era parte de su cabeza? Harry no parecía dispuesto a escuchar sus palabras, incluso si estás de alguna manera serían reconfortantes, el niño sentía la culpa en su corazón, el nudo en la garganta y la desesperación por encontrar a su amigo y disculparse.

Habían ido a buscar a un pequeño tejón con la pata lastimada y las manos de color azul, o esa fue la descripción que Harry dio mientras caminaban. Harry no sabía cómo es que sus manos se volvieron azules, tampoco sabía el nombre del tejón, pero sabía que era un fanfarrón y presumido tejón. Buscaron un par de horas, rastreando las huellas que solo Henry podía ver, y gritando a la nada. Para cuando el cielo se oscureció, sin importar las protestas del rizado, su madre lo llevó de vuelta a casa, prometiendo que seguirían buscando al día siguiente, las lágrimas que el niñito había comenzado a soltar cesaron y asintió débilmente siguiendo a su madre a la casa. Su madre también sabía que Harry lo olvidaría al día siguiente, como siempre sucedía con muchos de sus amigos imaginarios.

MorglesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora