28. Adiós al paraíso

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La estrecha península de Varadero, con sus veinte kilómetros de playas de arena blanca y agua cristalina, se había convertido en el lugar predilecto de los estadounidenses con mucho dinero y ganas de pasarlo bien. Ese pedacito de Cuba era su patio de juegos, donde podían hacer lo que quisieran sin que nadie preguntara.

—¡Bienvenidas al Paraíso, señoritas!

A la entrada del enorme jardín con vistas al mar, Antonio Lucchesi mantenía una amplia sonrisa, con un habano entre los dientes y los brazos extendidos. Su nueva casa en Varadero, que más que una casa parecía una castillo, estaba a rebosar de invitados. Todos bien vestidos, ellos de esmoquin y ellas de largo, disfrutaban de una velada donde no faltaba el champagne francés y los cócteles, de todos los sabores y colores. Una agrupación de músicos cubanos tocaban los temas de moda, con esos ritmos isleños que tanto gustaba a los ricachones del norte.

—¡Don Tony!

—¡Mi pequeña Dolly, ven aquí!

Dolores fue la primera en cruzar el umbral de columnas blancas y correr hacia los brazos de Lucchesi. El hombre la abrazó entre risas, y luego le dio dos besos en las mejillas, de esos que hacen ruido y ensucian la piel.

—¡Menudo palacio, me encanta!—exclamó Dolores, dando un par de saltos. Luego le rodeó con un brazo—. ¡Quiero una casa igual!

Lucchesi rió a carcajadas.

—No te conformas con poco ¿eh? Qué guapa que te veo, niña.

Dolores le plantó un beso en la mejilla y luego se colocó frente a él, acariciándose el abultadísimo vientre.

—Estoy más gorda que una foca, pero ya ves, cosas de estar preñada.

—¡Ahí lo tienes, preciosa! Las mujeres, cuanta más carne, mejor ¿Qué es esa manía de estar delgada como un palo de escoba? ¡Los kilos son salud!

—¿Y tú, guapita? Te veo muy bien.

—Gracias, señor—contestó Elizabeth. Lucchesi se acercó a ella y le dio otros dos besos. Lucchesi olía a bodega añeja y a humo de puro. Aguantó estoicamente el impulso de limpiarse las mejillas llenas de babas del hombre, y esbozó una sonrisa amable.

—No me llames señor, que no soy tan viejo. Tony, para ti soy Tony—Lucchesi volvió a mirar a Dolores—. ¿Se os han hecho muy largo estos meses?

Elizabeth ladeó la cabeza.

—Pues bueno...

—A mi no—contestó en seguida Dolores—. Al contrario, se me han hecho cortísimos.

Lucchesi rió en voz alta.

—¿Te has enamorado de la hermosísima Cuba, verdad Dolly?

—Eso creo, es un sitio maravilloso. Los colores, los olores, los sabores... ¡La gente! Tienen un habla tan bonita...

—Lo del habla no lo sé, no entiendo ni papa de lo que dicen, pero de lo demás estoy de acuerdo ¿Por qué crees que me he construido este casoplón aquí, si no? A parte de por negocios, claro—Lucchesi sonrió mostrando los dientes y mordisqueó el puro—. Llevo viniendo a Cuba desde que empezó la Ley Seca, y cada vez me gusta más. De hecho, me gusta tanto que me voy a quedar aquí.

—¿A vivir?

Lucchesi asintió y comenzó a moverse hacia el centro de la fiesta, haciendo una señal para que las chicas le siguieran.

—Las cosas van bien en Nueva York, todo está tranquilo, en orden. Las familias están de acuerdo, no hay peligro de que la violencia rebrote ni ideas locas de negocios absurdos ¿Qué mejor momento que este para expandirse a nuevos horizontes? Me he dejado a un lugarteniente en Nueva York, pero yo me quedo aquí. Varadero será la nueva central de operaciones de la familia Lucchesi.

ÉxtasisWhere stories live. Discover now