Capítulo 7: El calor de los hornos

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Aquel pequeño pueblo nunca había experimentado un invierno tan frío como al que se enfrentaban en esos momentos. Los vientos soplaban fuertemente desde la playa hasta derrumbar el poco calor que se arremolinaba en el centro, donde la gente solía pasar los fines de semana. Los noticieros pronosticaron que incluso podría nevar. A nadie le emocionó esa noticia más que a Genevive, quien en sus diecisiete años de vida nunca había visto la nieve y solo podía soñar con ella.

—¿Escuchaste, Enzo? ¡Dicen que va a nevar mañana!

—¿De verdad?

—¡De verdad! Rápido, pásame tu libreta. Debo hacer una lista de todo lo que necesitaremos.

—La estoy usando para escribir, Vivi.

—Ash, sabes que no me gusta cuando me dices así.

Enzo soltó una risita.

—¿Por qué no? A mí se me hace lindo.

—Pues a mí no. Ándale, dame la libreta.

—Te digo que estoy escribiendo.

—¿Y qué escribes?

—Es un secreto —susurró Enzo en tono misterioso mientras cerraba la libreta y la ocultaba, provocando a Genevive. Ella se acercó a él a toda velocidad con la intención de arrebatarle el cuaderno para curiosear entre las páginas y encontrar lo que su novio le escondía. Pero Enzo, previendo sus movimientos, era más rápido y lograba alejarla de los dedos de Genevive.

—Ash, qué aburrido. ¿Al menos me lo vas a enseñar cuando lo termines?

—Claro.

Genevive sonrió ampliamente y a Enzo se le derritió el corazón de ternura. Podría contemplarla por horas sin problema, trazando mapas con las pecas de su rostro que lo guiaban hacia un tesoro escondido que él mismo ya había desenterrado. Genevive, sintiéndose observada, se sonrojó.

—Si no me vas a dar la libreta al menos anota tú las cosas que necesitamos para mañana, ¿no?

—Vale —accedió él, abriendo el cuaderno en una de las últimas hojas—. ¿Qué necesitamos, mi queridísima Genevive, reina de las nieves?

A Genevive le encantó ese título autoproclamado de la realeza.

—A ver, primero lo primero: guantes, bufanda, chamarras y gorros para no congelarnos. Si el frío está fuerte ahora no me imagino cómo será con la nieve —hizo una pausa para organizar sus ideas—. También vamos a necesitar un sombrero, botones, una zanahoria y una bufanda extra.

—¿Y eso?

—¡Pues para hacer un muñeco de nieve, bobo! ¿Qué más? —se preguntó en voz alta mientras se daba golpecitos en la barbilla con el dedo índice—. Vamos a hacer ángeles de nieve y guerras de bolas de nieve y otras cosas más, pero creo que no necesitamos nada para eso. ¡Ah, ya sé!

—¿Qué, Vivi? —Enzo usó el apodo solo para molestarla, pero en esa ocasión a Genevive no pareció importarle. El brillo de sus ojos demostraba que estaba concentrada en algo mucho más importante, con la atención fija en la maravillosa idea que acababa de ocurrírsele.

—¡Necesitamos un trineo!

—¿Qué? ¿Y eso en dónde lo vamos a conseguir?

—Ay, yo qué sé. Tú déjame todo a mí, que yo lo consigo. Lo único que necesito de ti es que me acompañes, ¿entendido?

—Entendido, capitana.

—Mañana va a ser el mejor día de nuestras vidas, vas a ver.

Lamentablemente, no lo fue. Cualquiera que llevara tiempo suficiente viviendo en aquella pequeña ciudad sabía que los pronósticos meteorológicos se equivocaban el noventa por ciento de las veces, y esa ocasión no fue una excepción. Genevive fue a casa de Enzo a buscarlo a la hora acordada y ambos caminaron hacia la playa porque según ella sería "una experiencia extraordinariamente única ver la nieve caer a la orilla del mar".

El Soplador de VidrioWhere stories live. Discover now