Quédate conmigo esta noche.

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Dejó caer su cuerpo sobre uno de los sofás de la sala, mientras ella caminaba efusivamente de un lado a otro, ¿estaba nerviosa? Se detuvo de golpe y dejó escapar un breve suspiro.

—¿Qué te parece? —preguntó Nobara al fin, que por el movimiento de sus manos, era fácil deducir que se refería al diseño interior de la sala.  

—Está bien —respondió, sin turbarse, como de costumbre. Entonces ella lo miró fijamente, gesticulando una mueca de seriedad, ¿estaba molesta por su falta de entusiasmo? De cualquier modo, ¿qué podría decirle? ¿Que habría preferido ser él quien le ayudara a escoger el color de las paredes, el tamaño del sofá o el diseño de la vajilla que ella usaba? La desordenada mente de Megumi Fushiguro todavía divagaba en las posibilidades de Nobara entregándose al placer carnal con Itadori, y su pecho no soportaba esa sensación que ardía, ¿acaso estaba celoso? No lo sabía de cierto, o quizá era algo no se atrevía a aceptar, pero esa molesta sensación se activaba en su interior cada vez que la veía cerca de Yuuji. No le gustaba. Tensó la mandíbula, como si con eso todo ese infortunio desapareciera.

Nobara le dió la espalda y se precipitó hacia el minicomponente para encenderlo. De una pila de discos que descansaba junto al electrónico, Fushiguro la vió escoger cuidadosamente uno.

—Me gustan las cortinas —reveló, repentinamente, prestando sumo interés al cambio en el semblante de la mujer cuando ésta volvió el rostro hacía él.  

—Yo las confeccioné como parte de una práctica —respondió, ligeramente ruborizada y con evidente orgullo hacia su trabajo—. Aunque a Yuuji no le agradan tanto. 

—Tienen ese toque bohemio y rebelde tan tuyo. Es tu sello. 

—Me alegra que lo notaras —repuso, satisfecha—. Prepararé un poco de café —anunció, y lo miró fugazmente a los ojos antes de dirigirse a la cocina. 

En el minicomponente se reproducía suavemente, y casi de forma incomprensible, Recorded Butterflies de Olivia Lufkin, ¿había una razón en particular para que Nobara eligiera esa canción y no otra?

Sentado en un viejo sofá, Fushiguro observó atentamente cada movimiento que Nobara hacía en la cocina al preparar café negro, y es que, le gustaba mirarla en secreto, descubriendo así su naturalidad y ese magnetismo que le revolvía las entrañas; «Es como estar atrapado dentro de un bello, intrigante y misterioso cuadro de Carrington o Varo» pensó. Era la noche de un frío jueves de enero, en el que ella lo había invitado a pasar la noche en su casa. Para ambos era claro que las intenciones de Nobara eran inocentes y amistosas, pero lo que ella no sabía era que con su simple ser, lograba hacer que en el interior de Fushiguro se germinara la locura. Locura de querer poseerla y no conseguirlo, locura de imaginar su voz suplicarle a Itadori que no pare de complacer su sed de carne, locura de incertidumbre, locura de pensar y sentir algo en alguna parte, locura de algo o de nada, pero locura.

A Fushiguro le temblaba todo el cuerpo, quizá por frío, quizá por la experiencia de saberse a solas con una mujer misteriosa como Nobara, pero lo único que él deseaba era que si ella llegase a notar el tiriteo, se le ocurriera pensar que era por frío. Sus ojos viajaron a lo largo de la estrecha y femenina espalda que se dejaba entrever bajo la vaporosa tela de la blusa de tirantes que envolvía el pequeño cuerpo que tanto amaba. Se movía suave y gentil, ignorando ser observada, o aparentaba no saberlo.

En algún momento, la escuchó tararear al compás de la canción de fondo y se perdió en el sonido de esa voz que a él tanto le gustaba. No había necesidad de arruinar el momento con palabras vacías, al menos eso era lo que él pensaba, porque justo así se sentía complacido, contemplándola en silencio. Pero era su incesante cabeza la que no lo dejaba en paz al hacerlo divagar en la imagen de las yemas sus dedos rozando la tan ansiada piel, «¿te retorcerías lentamente si lo hiciera?» 

Untouchable.Where stories live. Discover now