• Capítulo 1

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El sonido bullicioso del exterior en la ciudad de New York se escuchaba tenuamente en mi habitación. Siendo lo único que podría considerarse ruidoso en mi espacio.

Llevaba recostada sobre la cama con las manos unidas y tamborileando los dedos en mi vientre, exactamente unos cinco minutos desde que desperté. 

Exactamente unos cinco minutos observando el techo sin hacer nada.

Esto se debía a muchas razones. Primero y principal; porque al despertar, en mi pecho se instaló una sensación de malestar de que el lugar, a pesar de verse como mi habitación, sitio donde dormía desde que tenía uso de razón, donde me la pasaba casi las veinticuatro siete de mi vida en esas cuatro paredes, lo sentía ajeno y a la vez familiar. Una rara mezcla que no sabría determinar si era bueno o malo.

Vamos a dejarlo en que lo determiné como bueno porque si era caso contrario, alteraría mis nervios.

Lo segundo fue encontrarme el techo curiosamente negro con unas estrellas pintadas, intuía que podían brillar sutilmente por las noches.

¿Qué había de raro en eso?

Pues, que nunca mandé o se me ocurrió pensar pintar el techo de mi habitación de esa manera. Jamás, en realidad, antes de dormir, recordaba que el color que dominaba sobre mi cabeza era el blanco.

Así que estaba embelesada con el nivel de detalle. En una noche era imposible pintar mi techo de esa manera y tampoco había rastros de olor o pintura en el suelo.

El tercer motivo curioso fue ver la hora en el reloj digital de la mesita que tenía al lado de la cama. Y por más que parpadeara varias veces, marcaba claramente las diez de la mañana.

Y muchos dirían otra vez, ¿qué había de raro con eso?

Bueno, llevaba un tiempo sin fallar con el objetivo de despertar por la ayuda del reloj a las siete de la mañana. Y un horario tardío solo porque eran vacaciones.

Además, era tan raro que incluso mi propio cuerpo con el horario matutino incorporado, no hubiera hecho esfuerzo con su mente para despertar por voluntad propia a una hora cercana a la que tenía acostumbrada.

Estos matices, a pesar de ser pequeños, me pitaban en la cabeza con una alarma. 

Con cuidado comencé a levantar mi cuerpo de la cama hasta quedar sentada. La luz de la habitación ya estaba encendida porque a veces olvidaba apagarla por las noches. Observé nuevamente mi habitación con ojo crítico, encontrando entonces otras diferencias que me hicieron fruncir el ceño.

Por ejemplo, la ropa que normalmente estaba desordenada en algún punto de la habitación, no había rastro de ella en ninguna parte. Y quizás podría mi mente haber hecho corto circuito al pensar que por el cercano viaje que oportunamente sería ese día, tendría todo guardado. Pero no, porque me conocía perfectamente, incluso si me iba por unos cuántos kilómetros lejos de mi casa, no dejaría de ser desordenada.

Otro fue el escritorio, el único lugar que procuraba mantener limpio y ordenado. Pues, vaya sorpresa al encontrarme con todo lo contrario, había papeles regados, lápices esparcidos, libros amontonados desperfectamente, manchas de lo que pude identificar como café desde mi posición.

Y ese se añadía también a la lista. A mi no me gustaba el café, solo lo podía tolerar si alguien me lo ofrecía o mi propio cuerpo me lo exigía. Lo cual eso ocurría pocas veces. Pero buscaba encantada un café si venía acompañado con leche y el sabor dulce.

Siendo un exceso todo lo recopilado que había visto hasta ese punto, suspiré y cerré los ojos para pensar un poco. No entendía porqué repentinamente de un día para otro hallaba en mi propia habitación contraste a lo que conocía.

Oportunidad del Destino [Edward Cullen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora