Capítulo 3

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ISABELA

–¡Olivia! –le grité a mi doncella a todo pulmón.

Azoté la puerta del comedor y subí por las escaleras de caracol hasta el primer piso, levantando mi vestido hasta las pantorrillas para mejor movimiento.

–¡Maldita sea, Olivia! –volví a gritar, furiosa.

Caminé por el pasillo alfombrado con cuadros y antorchas en las paredes y entré a mí habitación. Rápidamente saqué un pañuelo blanco de seda que tenía escondido entre mis pechos y lo amarré a mi ventana para darle la señal a Fernando. La puerta de mi habitación se abrió y entró Olivia, quien sudaba y trataba de ajustarse la cofia.

–El plan se adelanta. –le dije, al tiempo que comenzaba a sacar varios vestidos de un cofre y los aventaba a la cama.

Olivia abrió más los ojos por el asombro.

–¡Pero, mi señora...!

–Date prisa. –le interrumpí. –Ya sabes que hacer.

Olivia bajó la cabeza y salió corriendo. Por mi parte, metí los vestidos, mi alhajero y un par de botas en una bolsa de cuero.

Desde que era una niña, tenía la esperanza de que mi vida sería tal cual yo la eligiera. Al ser la menor de tres hermanos, por ley estaba exenta de cualquier responsabilidad con el país o mi familia. Y mi padre había dado su palabra de permitirme elegir mi propio destino. Palabra que, evidentemente, valió tres montones de mierda de caballo en cuando vio monedas de oro y joyas en sus bolsillos.

Muy pocas personas de la nobleza tenían la oportunidad de ser verdaderamente libres. Ya que, por lo general, nuestras vidas servían para cerrar tratos, abrir rutas de comercio o elevar los estatus sociales entre las casas. Aun así, una parte de mí albergaba un poco de esperanza.

Hace unos tres años, planeaba mudarme a la capital e iniciar un negocio allí con una parte del dinero que me correspondía por ser miembro de la Casa Aranda. Sin embargo, tras conocer a Fernando, supe que podía ir más allá. Conocer ciudades, montañas y mares. Tal cual lo hizo él, mucho antes de unirse a la armada de mi padre.

–¿Por qué abandonaste esa vida? –solía preguntarle estando desnuda en su pecho tras hacer el amor.

Pero él nunca respondía mi pregunta. Solo sonreía y me juntaba a él con sus brazos fuertes.

Cuando mi hermano Damián fue solicitado por el Rey, Fernando y yo empezamos a planificar nuestra mudanza a la capital. El plan original era solicitar la aprobación de mi padre sobre nuestra relación e irnos a la capital para iniciar nuestra vida allá. Sin embargo, una parte de mi gritaba explorar el mundo antes de sentar cabeza. Quizá podría convencer a Fernando de ir conmigo a la aventura, antes de asentarse definitivamente.

La idea era irnos al cabo de tres meses. Pero con la bonita noticia de mi padre, era irnos esa misma noche o sería demasiado tarde.

Las horas transcurrieron y nadie vino a molestar a mis aposentos. Lo cual nos dio la oportunidad suficiente para que Olivia y yo alistáramos todo lo necesario para la fuga. Era posible que mis padres estuvieran tan seguros de que ocurrirá esa unión, que no se molestaron en discutir más el tema conmigo. Pero lo que ellos pensaban no era de mi interés. Yo tenía otros planes y no iba a permitir que nadie se interpusiera en mi camino.

Empacamos ropa, armas y la mayor cantidad de comida posible. Olivia me ayudó a cambiarme de prendas, pasando de la suave y elegante seda, a la rara y áspera tela de uno de sus vestidos más viejos. Tomamos las bolsas y salimos a hurtadillas de la habitación con dirección a los establos.

Entre espinas negras y pétalos blancosWhere stories live. Discover now