𝚇𝚇𝚅𝙸𝙸

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Días y días pasando, los militares y la seguridad llenaban los pasillos del castillo, lastimosamente yo ya no podía estar completamente sola, mi privacidad se vio interrumpida por todas las personas que rodeaban el palacio

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Días y días pasando, los militares y la seguridad llenaban los pasillos del castillo, lastimosamente yo ya no podía estar completamente sola, mi privacidad se vio interrumpida por todas las personas que rodeaban el palacio.

¿La razón? No la sabía, sin embargo, me guardaría la pena para otro día y preguntaría que estaba sucediendo. Me encaminé hasta la oficina de Ares, al fin pudo levantarse y caminar completamente bien, estaba escribiendo y cuando yo entré escondió el papel con rapidez.

—¿Hola? — pregunté entrando con el ceño ligeramente fruncido.

—Hola, cariño, ¿Necesitas algo? — sonaba calmado y entonces mi corazón se tranquilizó.

—Solo vine a ver cómo estás y a preguntarte algo — coloqué mis manos en mi espalda y lucía como una pequeña niña a punto de confesar una travesura.

—Dime.

—¿Por qué hay tantos militares rodeando el castillo? — tomé asiento en la silla frente al escritorio y me acomodé en ella.

—Nada de que preocuparse, lo prometo, simplemente seguridad — su voz era seria, pero reconfortante.

—Ya...— respondí sin creerle demasiado, pero no lo presionaría, suficiente tenía con sus padres para que yo fuera una carga extra.

—También vine a preguntar otra cosa ¿Quieres salir conmigo esta noche?

—¿A dónde me llevarás Barcina? — interrogó Ares con una sonrisa ladina y levantándose para acercarse a mí.

—Es una sorpresa — me levanté de la silla y coloqué mis manos en el pecho de Ares, hacía este gesto seguido y aun así mis mejillas seguían tiñéndose de rojo ante su toque — ¿Confías en mí? — pregunté viéndolo a los ojos.

—Claro.

—Entonces no preguntes y acepta — Ares sonreía ante mi confianza.

—Bien, iré — confirmó dándome un delicado beso en la frente.

—Te dejaré trabajar, te veo luego — me despedí y salí de la oficina para terminar mi sorpresa.

Ares había creado muchos recuerdos para mí y quería ayudarlo a calmarse un momento. Por esa razón decidí que la carta se la entregaría aquella noche.

Junto a Ary, preparamos el jardín, había buscado aquel lugar día y noche, nadie sabía de su existencia, pero lo logré y lo transformé en un hogar en donde los secretos se enterrarían y las promesas nacerían, un hogar de esperanza, un lugar seguro, en donde nuestro amor podía seguir siendo libre.





Seis de la tarde, el sol despidiéndose lentamente para darle la bienvenida a la calmada luz de la luna, las estrellas estaban llegando y adornaban el anaranjado atardecer.

Con carta en mano, me coloqué ropa casual, me sentía nerviosa, el corazón me latía a mil por hora y no sabía si resistiría de la emoción y felicidad.

Saturno, el reino de leyendasKde žijí příběhy. Začni objevovat