Ella había perdido su empleo unos meses antes, el único que Jisoo había tenido, y todo porque un día se le ocurrió llegar un poco bebida a su turno de tarde. Aborrecía aquel trabajo, pero le proporcionaba ingresos seguros y un lugar al que ir cuando los demás estaban ocupados. Como consecuencia de su despido, había perdido las ganas de buscar algo en lo que ocupar su tiempo.

«Piensa en lo que te gusta, habrá algo que puedas hacer», le recomendaba siempre Jennie. Pero por más vueltas que le daba, no conseguía encontrar ningún punto fuerte, nada en lo que tuviera destreza o por lo que sintiera pasión. Había llegado a la conclusión de que lo suyo era pasárselo bien, y no conocía ninguna profesión en la que te pagaran por ello.

Así que durante la semana lectiva, sus días solían ser calcos, momentos de aburrimiento en los que Jisoo se encontraba sola porque todos sus familiares y amigos tenían cosas que hacer, obligaciones a las que atender. Los lunes era el peor de todos. Los lunes siempre le recordaban que algo no iba bien en su vida, hasta el punto de que podía llegar a estar dos horas ininterrumpidas en la piscina de su gimnasio, haciendo largos sin parar solo para quemar la ansiedad que su situación personal le producía.

Ese lunes, no obstante, se dijo a sí misma que por fin podría ocupar su tiempo en algo más interesante que estar a remojo. Jennie había decidido extender la estancia de la supuesta extraterrestre en su casa y Jisoo estaba decidida a aprovecharse de esta circunstancia. La compañía de Lalisa le evitaría tener que pasar la mañana sola, por lo que tan pronto estuvo vestida para salir a la calle se dirigió hacia la casa de su amiga y llamó al timbre, confiando en que Lalisa le contestara.

Pulsó el botón del telefonillo hasta cuatro veces y esperó pacientemente. Por desgracia, no parecía haber nadie en casa. Estaba a punto de darse media vuelta cuando Lalisa por fin contestó.

—¿Quién es?

Escuchó su voz, aunque muy lejana, como si estuviera hablando desde el otro extremo de la habitación.

—Lalisa, soy yo. Jisoo.

—Ah, ¡hola!

—Ábreme la puerta, por favor.

—Sí, espera. Voy.

Jisoo intentó empujar la puerta de entrada, pero esta permaneció cerrada. No se escuchó ni siquiera el mecanismo que la activaba y unos ruidos intermitentes le indicaron que Lalisa se había dejado el telefonillo descolgado. Volvió a intentarlo una vez más. Pulsó de nuevo el botón y al cabo de un rato la voz de Lalisa se escuchó, de nuevo lejana.

—Lisa, si no me abres la puerta no puedo entrar.

—¡La he abierto! ¡Está abierta pero no te veo, Jisoo!

Jisoo puso los ojos en blanco. Acababa de comprender que Lalisa había abierto la puerta de la casa, pero no la del portal.

—Lisa, ¿ves un botón al lado del telefonillo? Tiene que haber uno. Púlsalo. Estoy en la calle y tienes que pulsarlo para abrir la puerta de aquí, no la de la casa.

Lalisa no contestó. De nuevo transcurrieron unos segundos silenciosos en los que Jisoo no acababa de comprender cuál era el problema.

—¡Lisa, el botón! Púlsalo. Tiene que estar ahí —repitió, avergonzada a causa del extraño modo en el que la miró una pareja que pasaba por allí.

—¿Qué botón?

—El que hay al lado del telefonillo. Tiene que haber uno. Tú solo púlsalo y podré entrar. ¿Me estás escuchando, Lisa?

—Suenas muy lejos.

—Tienes el auricular puesto en la boca, ¿verdad? Porque a lo mejor no estás agarrando bien el telefonillo. Tú… solo dale al botón, ¿vale?

De otro planeta  [Jenlisa] Where stories live. Discover now