3. Rebelde con causa

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—¿Están escritas en algún lado? —respondí con sarcasmo.

Noté como Laura se ponía a mi lado para darme confianza. Mitchell y ella habían tenido algo aquel verano y, aunque yo era la única que lo sabía porque había tenido que tragarme sus cursilerías, sabía que todavía tenía efecto en él. Acabaron aceptando.

—Te juegas tener un expediente impecable —susurró Jeremy cuando me acompañó al vestuario para que me cambiara la camisa. Me había manchado la que llevaba en el almuerzo y no me daba tiempo a ir a casa, así que Riley me había dejado la suya de repuesto que guardaba en su taquilla.

—No me van a pillar, Jer —resolví antes de cerrar la puerta. Él se quedó esperando fuera.

—¿Qué tienes pensado hacer?

—Todavía no se me ha ocurrido nada, pero tengo tiempo.

—No deberías hacerlo —volvió a hablar unos segundos después. No le respondí hasta que salí del baño.

—¿Y que a Kai le dé un infarto? Has visto cómo se ha puesto... —le miré con preocupación, recordando aquel momento en clase. Unos meses atrás habíamos tenido que llevarle al hospital porque pensábamos que se iba a morir. Habíamos estado saltando desde el barranco hasta el lago y, aunque parecía que quería hacerlo, en el fondo le aterraba—. No voy a hacerle pasar por algo así.

Jeremy resopló y salió del baño sin decir nada más.

Junto a Laura urdimos un plan para llevar a cabo la mejor gamberrada de la historia. Kai también colaboró, aún apenado por haber tenido que hacerme yo cargo de su tarea. Ni Riley ni Jeremy aportaron ideas, pues creían que aquello de las gamberradas era absurdo y estúpido.

—Eres consciente de lo que haces, ¿verdad? —se aseguró Laura mientras me acompañaba a los vestuarios de los chicos.

—Muy consciente —respondí con confianza.

—Oye, tal vez Riley y Jeremy tengan razón... —comentó ella ahora que nos habíamos quedado solas.

—Creía que me apoyabas.

—Y lo hago —añadió, poniéndose a la defensiva—. Pero si lo piensas, es una gilipollez de niñatos.

—¿Te acuerdas hace dos años cuando le cambiaron el champú por crema depilatoria a Kevin Woo? No me quiero quedar calva.

—No te imagino sin esa melena rubia —respondió, haciendo una mueca de asco, y se despidió de mí con un abrazo.

Todos los martes por la mañana, el profesor tenía la costumbre de organizar el almacén donde guardaban el material: los palos, los guantes, los suspensorios, todas las protecciones y los cascos, y demás. Cuando se marcharon todos, esperé a que los profesores también se hubieran ido. No me esperaba nadie en casa porque mis padres trabajaban, así que no tenía que dar explicaciones de mi tardanza. Cogí todas las llaves que guardaban en la sala de profesores para acceder a las distintas clases y talleres y las metí en mi mochila. Estaba a punto de entrar al vestuario cuando alguien tiró de mí hacia atrás y me impidió entrar.

—Está todavía dentro —susurró una voz masculina, y no me hizo falta girarme para saber quién era.

—¿Qué haces aquí?

—Evitar que te pillen —me reprochó Jeremy y luego me lanzó una sonrisa fugaz.

Había venido a mi rescate y no se lo podía echar en cara.

Esperamos pacientemente hasta que vimos como el profesor salía y nos metimos corriendo. Estuvimos dentro como media hora hasta que por fin pudimos colocar todo tal y como tenía pensado. Luego nos marchamos, hambrientos, cada uno a nuestra casa.

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Se escuchaban las risas desde el pasillo. De hecho, la mayoría de los alumnos estaban taponando la puerta de los vestuarios porque algo había ocurrido. Mis amigos y yo nos acercamos también, llenos de curiosidad, aunque sabíamos perfectamente de qué iba la cosa. El profesor y la directora salieron juntos, cada cual más enfadado, y se dirigieron a la sala de profesores. Un rato después pudimos ver aquel destrozo más de cerca.

—Te has superado —dijo Carla Stewart entre risas, acercándose a mi mesa.

—¡Una montaña de cascos! Me voy a mear encima —añadió Adam Sallow junto a ella, golpeando la mesa.

Eso fue lo que hice. Coloqué algunas de las llaves en el centro de los vestuarios y, alrededor, hicimos una montaña con todos los cascos que encontramos, que no eran pocos. Al final quedó una torre que casi alcanzaba el techo. Las demás llaves las dejamos en fila en el suelo a modo de guía para que cuando viera la primera siguiera el camino. Según algunos compañeros, se escuchó el estruendo de los cascos cayendo desde la entrada del instituto.

—Bien hecho. —Nate se acercó y me chocó el puño para felicitarme, algo que me resultó bastante extraño.

Nuestra tutora entró con una expresión de enfado adornando su rostro y todos nos quedamos callados.

—Reese Miller, a mi despacho. Ya.

Sentí que se me congelaba el aliento, formando una bola helada en mi garganta. Jeremy me dio un suave apretón en el hombro que me hizo reaccionar. Me levanté y la seguí por el pasillo bajo la atenta mirada de mis demás compañeros. Sí, la había cagado, pero bien.

Tras unos minutos esperando sentada en lo que se suponía que era la sala para tutorías, o sea, un cuchitril sin ventanas y con muchos libros, volvió a aparecer.

—Te vi entrar en la sala de profesores —fue lo primero que dijo nada más sentarse. Me di cuenta de que, si había usado el singular en aquella frase, quería decir que a Jeremy no le había visto. Respiré aliviada y ella lo interpretó como miedo—. No te voy a castigar.

Era buena profesora, de las mejores que había tenido. En los dos años que llevaba con ella había aprendido muchísimo, y lo mejor es que no era nada exigente, pero... ¿Era tan buena como para dejarme sin escarmiento?

—No entiendo.

—Sé que has sido tú, pero si te abriésemos un expediente, te resultaría más difícil entrar en la universidad. Quieres estudiar enfermería, ¿verdad?

Asentí lentamente. Ella me miró con una mezcla de severidad y dulzura.

—Todo se quedará en una broma de mal gusto, pero tendrás que hacer algo por mí —añadió. Ahí estaba. Mi amarga penitencia.

—¿El qué?

—¿Recuerdas el buzón que inauguramos la semana pasada? —preguntó, y yo volví a asentir. Ya me había olvidado de él. Entonces me tendió una llave diminuta de color dorado—. El último viernes de cada mes tendrás que recoger todo lo que haya dentro y llevarlo a conserjería para que se encarguen de pasarlo por la trituradora.

—Nadie ha vuelto a meter nada.

—¿Estás segura?


*****

En menudo lío se va a meter Reese jajajaja

¿Os está gustando? ¿Qué esperáis de la protagonista?

¡Nos leemos prontoo! ❤

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El buzón de los secretos © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora