Esperó unos minutos, con los ojos abiertos y tratando de no quedarse dormida. Su plan estaba claro: esperaría a que Lalisa cayera inconsciente y entonces podría realizar su investigación sin interrupciones. El objetivo era, sin duda alguna, la cajita/bolso metálica que Lalisa portaba a todas partes. En su interior estaba su DNI y Jennie tenía intención de averiguar su lugar de residencia.

Bastaría con escabullirse hasta el salón, buscar el bolso, sacar el documento de identidad y leerlo con atención. Tal vez después dejar una carta o un post-it con los datos, en un lugar que Lalisa no pudiera encontrar, pero que la policía sí, por si al final resultaba ser una asesina en serie. No sería nada dramático, solo unas simples líneas diciendo quién estaba detrás del asesinato, dónde vivía, como un mensaje en clave. Podía utilizar algún tipo de lenguaje de programación para que Lalisa no supiera descifrarlo. ¡Sí, eso sería fantástico!

Pero se estaba precipitando. De nuevo su incendiara imaginación le jugaba malas pasadas. Debía calmarse y pensar con claridad o acabaría arruinándolo todo.

Echó un vistazo a la hora en el reloj de su móvil y escuchó con atención constatando que ningún ruido procedía del otro extremo de la casa. Jennie salió entonces de la cama y caminó despacio, sin hacer ruido alguno. Abrió la puerta con sumo cuidado y se adentró en la oscuridad del salón intentando controlar los latidos de su corazón. Nunca antes había husmeado en el bolso de una mujer y se preguntó qué diría el agente Park ahora, si la viera caminando de puntillas en la oscuridad, como una ladrona a punto de asaltar la cartera de una damisela desvalida.

Lalisa parecía profundamente dormida y Jennie se alegró de ver que tenía vía libre. Fue hasta la silla donde había dejado su cajita metálica y la tomó entre sus manos con sumo cuidado. Por fin iba a descubrir algo más sobre ella. Una dirección. Los nombres de sus progenitores. Una ciudad. ¡Algo!
Pero por más que revisó la caja no fue capaz de encontrar ningún cierre por donde abrirla. Era completamente lisa, como un ligero huevo. La palpó por si así podía encontrar alguna junta o hendidura que le indicara su apertura, pero no había nada en su suave superficie. Jennie probó a agitarla como una lámpara maravillosa y obtuvo el mismo resultado.

¡Maldita sea!, murmuró para sus adentros.

Aquello era imposible. Tenía que haber alguna manera. Pensó en ir a la cocina y hacerse con un cuchillo, pero si Lalisa se despertaba y la veía con un cuchillo jamonero en la mano a lo mejor se hacía la idea equivocada. ¿Un martillo? Demasiado ruido. Y aunque consiguiera abrirla, acabaría destrozándola. Eso no podría explicarlo. Unas pinzas de depilar, unos alicates, el abridor de latas…

Jennie pensó en objetos que podrían servirle de ayuda, pero ninguno le pareció suficientemente útil.

En ese momento se sintió ridícula. Estaba de pie, en medio de su salón, a oscuras, con una presunta extraterrestre dormida en un colchón inflable a varios metros de ella y tenía una especie de huevo galáctico entre las manos. ¿Un poco más de surrealismo, por favor?

—Prueba a girarlo cuatro veces sobre el eje vertical.

Jennie abrió los ojos con sorpresa.

Se giró de golpe y vio a Lalisa mirándola con ternura. Estaba incorporada en la cama inflable, pero no parecía molesta de haberla sorprendido en medio de la noche intentando forzar su huevo.

¿Qué podía decirle ahora? ¿No pretendía hacerlo? ¿Soy sonámbula?

La idea del sonambulismo era la más ridícula, pero también la menos comprometedora. Tal vez si estiraba los brazos consiguiera fingir que no era consciente de sus acciones…

—Vamos, prueba. Solo así conseguirás abrirlo —la invitó Lalisa.

—Yo… —Jennie dudó—. ¿Cómo he llegado hasta aquí? —dijo, fingiendo que acababa de despertarse. Dejó la cajita metálica de nuevo en su sitio.

—Pues no sé. Imagino que deseabas encontrar algo en mi bolso…

—¿Tu bolso? ¿Qué bolso?

—Ese que tienes entre las manos.

—Ah, ¿este bolso?

—Sí. Ese.

—Pues no sé cómo he llegado hasta aquí… Estaba dormida y… no sé.

Lalisa frunció el ceño y sonrió de manera misteriosa. Entonces dijo:

—Qué interesante. ¿Sabes? Yo también hago cosas extrañas en sueños.

Jennie sintió que se le formaba un nudo en la garganta cuando escuchó esto. ¿Cosas extrañas? ¿Qué tipo de cosas extrañas? Sin querer, se acordó del cuchillo jamonero, del joven hallado muerto en un callejón, de los crímenes sin resolver que poblaban las noticias a diario y sintió deseos de regresar muy rápido a su habitación.

—¿Cosas… extrañas?

—Sí. Cosas extrañas, ya sabes —repitió Lalisa, sonriendo.

—Yo… bueno, creo que me voy ya a la cama. Te dejo esto aquí, ¿vale? —Jennie fingió un bostezo y depositó la cajita metálica donde la había encontrado—. Me muero de sueño. Que descanses, Lalisa.

—Igualmente. Que Jennie tenga sueños bonitos —le deseó.

Pero no tuvo sueños bonitos, sino extrañas pesadillas en las que aparecían de manera desordenada George Lucas tomando chupitos de tequila con Darth Vader y Los Hombres de Negro.

Pero ni rastro de la princesa Leia…   


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De otro planeta  [Jenlisa] Where stories live. Discover now