Capítulo 5

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Decidido a arreglar la situación con la agente Quintana, Volkov le había escrito para informarle que necesitaba su aprobación para llevar a cabo un plan que tenía en mente. Prefería discutirlo con ellos cara a cara, puesto que no se fiaba demasiado de hablar de estos temas por el móvil. El plan era bastante simple: interrogar a Clinton con la presencia de los dos federales. Sabía que, con ellos presentes, podrían intimidar incluso al tipo más chungo de federal, y el reo era, aparentemente, alguien de carácter apacible. Lo más probable sería que, con las pruebas que habían encontrado en su contra y las amenazas que, estaba seguro, el de cresta le proporcionaría, Clinton hablaría.

Quintana le había respondido que estaría encantada de recibirlo en su casa esa tarde. Horacio le había dado acceso a una pila de archivos llenos de información que, sentía, debía compartir con él para estar en igualdad de condiciones para avanzar en el caso. Sin embargo, el federal no podría estar presente. Su compañera explicó que había sufrido una lesión en el gimnasio y debía hacer reposo. También le dijo que no se preocupara, que ella se encargaría de informarle sobre el plan.

La noticia había decepcionado al comisario. Hacía un par de días que intentaba ponerse en contacto con Horacio para poder disculparse, otra vez, por lo del operativo. El día anterior lo había buscado por radio, pero nadie sabía dónde estaba. Al cabo de unas horas, Miller le había informado que se encontraba en el norte, y que había decidió salir a patrullar en binomio con Collins. Luego le dijo que había intentado comunicarse con ellos, pero que tampoco estaban en radio.

Frustrado, y enfadado por la falta de profesionalidad de ambos, Volkov había dado por perdido su intento de recomponer las cosas con el de cresta. Claro que tenía su número personal, pero llamarlo simplemente para eso le parecía... Demasiado. No eran amigos, no eran cercanos, sólo compañeros de trabajo. Por eso mismo había decidido ponerse en contacto con Quintana.

Después de todo, Evans le había dicho que cualquier cosa que tuviera que tratar con el FBI debía ser mediante ella.

Además, la muchacha le caía bien. Le recordaba a él de joven, en sus primeros años en el cuerpo de policía, intentando complacer a sus superiores mientras buscaba destacar en su trabajo, cumpliendo las reglas a raja tabla y ocupando sus horas de descanso para avanzar en lo que pudiera. Si para él había sido una ardua tarea, no podía ni imaginarse lo difícil que sería para la muchacha, quien debía cuidar de dos niñas de cuatro años.

A penas la conocía, pero no podía evitar sentirse orgulloso de Miriam. Tan joven y tan valiente, aceptando un traslado para ocupar un puesto en un cargo en el que no tenía tanta experiencia, dándole un giro de ciento ochenta grados a su vida y la de sus hijas.

Previendo que pasarían muchas horas leyendo y anotando datos relevantes, Volkov había pasado por una tienda de chucherías para comprar golosinas a las menores. Quería causarles una buena impresión y... Los dulces le gustaban a los niños, ¿no? Así que, su maletín y una mochila donde llevaba su portátil, emprendió el camino hacia la residencia de la agente.

Pasadas las seis de la tarde, aparcó el coche frente a la residencia. Maniobrando para llevar todo en un solo viaje y no perder nada en el camino, se acercó a la puerta de entrada y tocó el timbre.

Sonó un par de veces hasta que unos pequeños y ágiles pies surcaron la sala, abandonando su lugar frente al televisor, para espiar tras la cortina de la ventana que comunicaba a la acera. Miriam se mantenía junto a una olla, luchando con unos (no muy apetecibles) macarrones con queso. Había terminado su turno hacía unas dos horas y, con el tiempo que perdió yendo a recoger a las mellizas a la guardería y llevándolas a casa, apenas había tenido tiempo de hacer las compras. Por lo que se tuvieron que conformar con lo que tenían en la alacena en ese momento.

Cazador de SantosWhere stories live. Discover now