-En todos -le dijo a su amiga-. Creo que me tomarás por loca cuando te lo cuente, en serio. Ha sido absurdo, pero mejor en otro momento. Están llamando a la puerta. He pedido comida al servicio de habitaciones.

-Vale, pues no sé, llámame cuando vuelvas y me dices qué has decidido.

-Eso está hecho.

-Okey, que disfrutes de la cena. Yo también me voy a preparar algo.

Jennie colgó el teléfono y se lanzó con energía hacia la entrada. Tenía una toalla enroscada alrededor de la cabeza, pero no le importaba que la vieran así; el hambre era apremiante. Abrió la puerta con una sonrisa, pero se le borró con rapidez tan pronto vio quién estaba al otro lado.

-¡Lalisa! ¿Qué...? ¿Qué haces tú aquí?

-Pensé que te gustaría cenar algo -respondió ella agitando una bolsa en el aire-. He bajado a la hamburguesería de al lado.

-¿Cómo has encontrado mi habitación?

Lalisa no contestó. Para sorpresa de Jennie, se escurrió entre su cuerpo y la puerta y caminó con desparpajo hasta el centro de la habitación. Giró en redondo.

-Es bonita, aunque creo que la mía es mejor -comentó como si alguien le hubiera preguntado su parecer sobre la decoración o la disposición de los muebles-. Y me gusta eso que llevas en la cabeza. No figuraba en mi catálogo de moda cuando lo consulté. ¿Cómo se llama? ¿Turbante? Creía que habían pasado de moda.

Jennie seguía pasmada, mirándola. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta ni tampoco estaba escuchando lo que le decía. Algo sobre un turbante, qué más daba. Estaba loca. ¡Loca! Y ahora sabía que era potencialmente peligrosa. Tal vez una acosadora o algo similar. Nadie en su sano juicio se presentaría así en la habitación de otra persona sin haber sido invitada.

Jennie estaba furiosa. Tenía ganas de gritarle, zarandearla para hacerle entrar en razón, ordenarle que regresara a su habitación. Pero en el último momento se contuvo. Podía ser peligroso confrontar a una lunática. No deseaba exponerse a una reacción que no pudiera controlar, así que simplemente dijo:

-Lalisa, no puedes estar aquí.

-¿Por qué no? ¿No tienes hambre? Mi computadora dice que tus niveles de glucosa están muy bajos. Jennie debería comer algo -le informó.

-Tu computadora está en lo cierto, pero ya he pedido comida al servicio de habitaciones. Llegará en cualquier momento y la verdad es que me gustaría cenar sola. He tenido un día muy largo, ¿comprendes?

Lalisa asintió como si lo hiciera, pero su comprensión no le impidió sacar la hamburguesa de la bolsa de papel y dejarla sobre la mesa.

-Mi computadora me indica que estás estresada, Jennie. Deberías descansar. ¿Por qué no te sientas un rato?

Jennie puso los ojos en blanco. Era totalmente desquiciante. Nunca en su vida se había enfrentado a una situación parecida, y por tanto no sabía cómo manejarla. ¿Debía llamar a la policía?

¿Denunciarla? ¿Contactar con la recepción para informarles de que uno de sus huéspedes la estaba incomodando? Miró de reojo el teléfono de la habitación, deseando poder alcanzarlo para comunicarse con el vestíbulo.

-Mi computadora me indica que quieres...

-Sí, ya, tu computadora te indica que quiero hacer una llamada. Tu computadora es una impertinente sabelotodo, ¿no?

-Supongo -reconoció Lalisa encogiéndose de hombros como si la cosa no fuera con ella. Algo acababa de llamar su atención y Jennie la observó detenidamente. Lalisa tomó entonces la funda de la almohada y se la puso alrededor de la cabeza-. ¿Es así como se llevan? -preguntó, mirándose en el espejo que había sobre la cómoda con el improvisado turbante en torno a la cabeza. Le daba aspecto de momia-. Me gustaría no desentonar mientras esté aquí. Es como dice un dicho de ustedes. ¿Cómo era? Allá donde fueres...

De otro planeta  [Jenlisa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora