Capítulo 7 - Un lugar donde quedarse

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–        Es muy simple: me estoy jugando la vida al venir hasta aquí. Yo también tengo el mismo problema que vosotras.

Y, con un simple movimiento de su mano, todas las revistas del mostrador quedan suspendidas en el aire.

Tres minutos más tarde estamos subiendo al todoterreno, que arranca y se pone en marcha con una fiereza sorprendente. El camino es largo, pero por lo menos la calefacción funciona. Desde la ventanilla, Luna se despide de su pobre víctima: un pobre dependiente de gasolinera que se preguntará seriamente qué ha tomado para no acordarse de lo que ha hecho esa tarde.

Ariadna se ha sentado entre nosotras, dejando que uno de sus guardaespaldas conduzca y otro haga de copiloto. Empieza a tocarnos el pelo y a hacernos cosquillas con sus largas uñas, haciendo que poco a poco empecemos a relajarnos y a dejarnos llevar. Mis párpados se cierran, ni siquiera la repugnante sensación de estar atravesando a Yokaidomachi puede evitar que me sumerja en el mundo de los sueños.

Horas más tarde, despertamos para descubrir que hemos atravesado una enormes puertas de hierro y estamos llegado a un edificio enorme pero acogedor; me vagamente a mi escuela de primaria, pero mucho más grande y mejor cuidada. Al bajar del coche, no puedo evitar sentirme nerviosa sobre lo que nos espera ahí dentro. Los guardaespaldas se despiden con una leve inclinación de cabeza y vuelven a salir por las puertas de hierro, convirtiéndose en un pequeño punto en la lejanía en minutos; no puedo evitar preguntarme a dónde irán.

Atravesamos unos jardines perfectamente cuidados donde las flores empiezan a desfallecer por la llegada del otoño.

–        Ya veréis cuando llegue el verano, el jardín está precioso – comenta Ariadna.

No me había parado a pensar si para el verano seguiría estando aquí, a tantos kilómetros de mi hogar, pero mi problema no parece que vaya a solucionarse en un par de días. Por enésima vez en esos días pienso en mi familia, me hubiese gustado pasar por la tumba de mi padre antes de irme.

Llegamos a la puerta, que se abre al instante. De dentro, una pequeña cabeza calva hace su aparición. Es un hombre de poblado y rubio bigote, bajito y de cara amable, vestido con una camisa blanca y unos vaqueros negros que parecen de la mejor calidad.

–        Buenas noches, señoritas.

–        Buenas noches, Arnold – Entrando alegremente, Ariadna continúa hablando –. Él se encarga del cuidado de esta casa, podéis pedirle lo que queráis.

Vaya. Al pensar en la Institución Eneas me imaginaba un laboratorio frío y pulcro, no una mansión con mayordomo.

–        ¿Por qué no les preparas algún tentempié? Deben de estar hambrientas...

Quince minutos más tarde, Luna y yo estamos saboreando con ganas un bocata de carne y queso en una amplia cocina. Para ser algo tan simple, es lo mejor que he comido en días.

Al terminar, Ariadna nos guía por la casa, que se mantiene en la semioscuridad para no despertar a los demás inquilinos.

–        Os hemos preparado vuestras habitaciones. Espero que las encontréis de vuestro gusto – dice Arnold, que también nos acompaña.

–        Hoy ya es muy tarde, pero mañana os explicaremos todo tranquilamente y podréis conocer al resto – interviene nuestra salvadora.

No puedo evitar preguntarme cómo serán los demás, esas personas que son igual a nosotras, que también tienen a un extraño ser junto a ellas. Sumida en mis pensamientos, tardo en darme cuenta de que hemos entrado en lo que parece ser mi habitación y que todos ya se están despidiendo de mí, dándome las buenas noches amigablemente.

–        Bu... buenas noches – digo, antes de que cierren la puerta y me dejen completamente sola. Sin contar con Yokai, por supuesto.

La habitación es espaciosa y muy acogedora, decorada cariñosamente. Me sorprende encontrar en la pequeña estantería de madera todos mis libros favoritos, pero más aún que entre las sábanas descanse un enorme peluche con forma de león; lo reconozco instantáneamente: es Don, el peluche que me regaló mi padre y del que nunca me he desprendido. Esas personas se han tomado muchas molestias para que yo me sienta a gusto.

Sentada en el cómodo colchón, me pregunto cómo habrán hecho para entrar en mi casa sin que mi madre se dé cuenta. Mi madre... ¿qué estará haciendo en ese momento? Conociéndola, no dejará de buscarme. No puedo evitar sentirme mal por haberme ido de esa manera, sin avisar.

Yokai me observa silencioso, sin decirme nada.

–        ¿Tú no tienes nadie a quién echar de menos? – pregunto.

"Si es así, no lo recuerdo."

Esa respuesta no me sorprende, Luna me comentó que Negurumi no recordaba su vida pasada.

–        ¿No recuerdas nada?

"Pocas cosas... pero no tienen mucho sentido."

–        Vaya... –. No sé qué más decir, así que simplemente callo y me recuesto en la cama.

Pocos segundos después, Yokai se tumba a mi lado y me mira con curiosidad, atravesándome con sus ojos oscuros.

–        ¿Qué? – pregunto, un tanto irritada.

"Ella está bien, no te preocupes."

Entrecierra los ojos, casi parece que esté un poco nervioso.

"Tu madre, digo."

–        Gracias... – murmuro, sorprendida de su repentina amabilidad.

Sin darme cuenta, mis párpados empiezan a cerrarse por el cansancio. Antes de poder decir nada más me quedo dormida, con mi demonio personal velándome los sueños.

Outsiders (en español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora