†La Felicidad se Desvanece: Entre Sombras y Lamentos

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"¡Mi niña, mi hermosa Amber Rose! ¡Mi Amber, te amo, te amo, te amo tanto! ¡Eres la niña más especial y hermosa del mundo!"

Esas fueron las primeras palabras que recuerdo de mi madre. Me sentía tan feliz, era la niña más hermosa y especial del mundo. Ella me alzaba al cielo entre sus brazos una y otra vez jugando conmigo. Este era el único momento feliz que guardaba en mi memoria, el único recuerdo que me hacía sentir dicha, pero a la vez triste. Feliz al recordar que alguien alguna vez me amó de verdad, y triste porque esa persona ya no está y dolía recordar su rostro.

Mis recuerdos se vieron interrumpidos por unas voces angustiadas: "¡Necesita una transfusión con urgencia!" "¡La estamos perdiendo!" 

Entre pasos apresurados y sonidos de algún objeto médico, no había duda de que me encontraba en un hospital.

Una calidez recorrió mi cuerpo y, al abrir los ojos por fin, me encontré inmersa en un resplandor azul que gradualmente se transformó en blanco. Experimenté una sensación reconfortante, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que experimenté esta paz? Paradojalmente, las personas que deberían haberme amado y protegido fueron las que más daño me infligieron, destruyendo tanto mi cuerpo como mi alma.

¿Estaba muerta? De una manera que no puedo explicar, comencé a ver mi vida pasar frente a mí.

Vi a mi familia: mi padre, mi madre y mis dos hermanos. Sin embargo, desde siempre, mi hermano y mi hermana parecían haber sido unos completos idiotas conmigo. Según ellos, nací en un momento inoportuno, cuando ya no debía existir. Para ellos, yo era un estorbo, un castigo del cielo impuesto a mis padres. Repetían esta idea una y otra vez. Me contaron que cuando me concibieron, mamá y papá ya no se llevaban bien. Entonces, ¿por qué decidieron tenerme? No era mi culpa. Según mis hermanos, habrían sido más felices si se hubieran separado, como planeaban antes de mi nacimiento. Ironías del destino, seguían juntos por mi culpa. Además, sostenían que en la familia teníamos menos dinero debido a mí, que yo me comía lo que era para ellos y vestía lo que debía ser para ellos, por eso mamá ahora tenía que trabajar. Nunca sabré si todo esto fue verdad.

Me intimidaban cuando nuestros progenitores no estaban presentes. A pesar de que mi hermano me llevaba diez años y mi hermana siete, actuaban como si fueran mucho mayores. Nuestras almas y apariencias corpóreas divergían. Mi hermano era sonriente, radiante y dinámico, a veces tonto; ella, extrovertida, caprichosa y arrogante, lo que, desde mi perspectiva, la hacía parecer una idiota. Ambos eran rubios, con rizos dorados y ojos claros, contrastaban con mis cabellos castaños, lisos, y mis ojos que reflejaban el tono apagado de mi pelo, mi ser callado, el estigma de la intelectual, la extraña y la "cerebrito".  Mi figura, en su languidez, carecía de encanto frente a su esbeltez, gracia y proporciones armoniosas.  Yo era más afín a la herencia paterna, mientras ellos resplandecían con la semejanza materna.

Ellos eran brillantes e imponentes como el sol, además, orgullosos, egoístas y ambiciosos, mientras yo, como la luna, transitaba taciturna y solitaria en las noches, más comparable a una luna nueva, invisible.

Mientras crecíamos, las diferencias resaltaban, sumiéndome en comparaciones ineludibles.

"¿Por qué no posees la belleza de tu hermana? ¿Por qué careces del carisma de tu hermano? ¿Por qué no te asemejas a ellos? ¡Habla, niña!"

Lo cierto es que mis hermanos fueron los primeros en arrebatar mi confianza y mi amor propio. Intenté moldearme a su imagen, ¡oh, cuánto lo intenté!, solo para precipitarme en un abismo insondable. Eventualmente, opté por abrazar mi autenticidad: una sombra. Una sombra entre los pasillos del colegio, las calles y mi hogar, evitando ser percibida, salvo cuando mis hermanos, me marcaban como engendro ante sus amigos y los instaban a llamarme igual.

Desde la infancia, percibí la aversión de las personas hacia la verdad y su predilección por la hipocresía, y yo no podía transitar por ese camino. La depresión se apoderó de mí por primera vez.

Por eso odiaba ir a la iglesia. Cada vez que asistíamos y se hablaba del mal, el diablo y el infierno, mis hermanos encontraban placer en volverse hacia mí, intercambiarse miradas cómplices, codearse y soltar risas burlonas. Aquello no era propio de personas bondadosas. Mi madre, por su parte, sentía lástima por mí, pero nunca alzó la voz en mi defensa.

Todos debemos ajustarnos al molde, adoptar las creencias de la multitud, ser lo que se espera de nosotros. Pero ese molde no tenía cabida para mí.

No  juzgo a mi madre, mi pobre madre... también cargaba con la tristeza de la vida que le había tocado vivir. Mi padre era una parte integral de esa tristeza. No mostraba responsabilidad ni económicamente ni afectivamente.

Que no fuera cariñoso no justificaba sus golpes. Si no era responsable, debió permitirle trabajar libremente, sin reclamos. Sin embargo, él encarnaba el prototipo del machismo tóxico.

Yo anhelaba que mi madre se revelara, que desafiara las cadenas impuestas. Pronto aprendí que obedecer sin chistar era la única opción si querías evitar la muerte.

Mi madre consiguió trabajo como mesera en una cafetería cercana a nuestro modesto apartamento. Estaba decidida y feliz, independientemente de la opinión de mi padre, que por celos fue el causante de su despido en el trabajo anterior.

Dos semanas después, en mi octavo cumpleaños, mi madre aunque cansada del trabajo se tomó el tiempo para preparar un pastel de chocolate y celebrar. Yo estaba contenta, ella estaba feliz, pero mi padre estaba molesto y mis hermanos, como de costumbre, envidiosos. Esa noche, mi pastel de cumpleaños terminó estrellándose contra el hermoso rostro de mi madre.

Eso marcó el comienzo de innumerables discusiones entre ellos, y cada día se volvía más desgarrador.

El ambiente en casa era asfixiante, con mis hermanos fastidiándome y desquitándose conmigo. En ocasiones, llegué a temer perder mi cabello debido a los constantes jalones. También recibía sus patadas, mientras dormía, mi hermana que dormía en mi misma cama, fingiendo estar dormida pateaba mi entrepierna, lo cual me hacía temer no solo por mi pelo sino también por mi integridad.

Una tarde, mi padre fue a buscar a mamá al trabajo. La noche cayó y ninguno de los dos regresaba. Impacientes y hambrientos, mis hermanos me obligaron a servirles unas galletas con un poco de leche.

Nuestros padres no regresaron esa noche, y todos nos quedamos dormidos en el sofá de la sala, esperándolos.

En la madrugada, finalmente llegó mi padre. Su rostro estaba ligeramente hinchado, los ojos llorosos y vestía manchas de sangre en la ropa.

Un silencio pesado se apoderó de la habitación mientras observábamos en shock.

Finalmente, mi hermano mayor quebró el silencio.

— ¿Dónde está mamá? —preguntó en un hilo de voz, y papá se derrumbó, cayendo de rodillas.

—Tuvo un accidente. La atropelló un auto —hizo una pausa—. ¡Está muerta! —declaró, rompiendo en llanto desconsolado.

La conmoción que experimentamos fue abrumadora. Todos lloramos y nos abrazamos, sintiendo cómo nuestro mundo se desmoronaba.

Fue un momento terrible.

No quiero rememorar esto jamás. 

Me permití especular si mi padre era culpable de aquel accidente. Había algo espeluznante en su mirada cuando fue a recoger a mamá, nunca olvidaré la forma en que se veía al espejo mientras peinaba su cabello y ajustaba su cinturón.

 ¿La empujó, o ella huía de él y no prestó atención al camino? No lo sé, pero estaba segura de que él la asesinó, lo que intensificó mi pánico hacia él y a las personas en general.  Muchas ideas cruzaron mi mente, pero no las compartí con nadie. No podía hablar libremente sobre el hecho de que  mi padre fuera un asesino.

En la época en que vivíamos con mamá, éramos felices sin saberlo. A pesar de las peleas, los golpes y la falta de dinero, éramos felices.

Sí, éramos felices. Aunque no lo crean.

Porque cuando crees que nada puede empeorar, siempre te equivocas. Todo puede volverse mucho peor.

La Sombra De RoseWhere stories live. Discover now