CAPÍTULO 12

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Una cálida voz me susurra al oido

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Una cálida voz me susurra al oido.

Abro los ojos hasta que se acostumbran a la luz que entra por la ventana y me cubro con el pesado edredón.

Tal vez hoy sea el primer día en unas semanas que duermo profundamente y sin ser interrumpida por mis pesadillas. Saco mis pies de la cama y toco la alfombra fría sobre el suelo de mármol.

Entro al baño un poco atontada por el sueño y me meto en la ducha. El agua fría cae sobre mi cabeza hasta despertarme del todo. Cuando acabo mi ducha me visto y salgo de la celda acompañada de Ludo para ir al comedor.

Empujo las enormes puertas abovedadas con remaches de acero que llevan al comedor. Ante mi, me esperan sillas de terciopelo bermellón, largas mesas con manteles de tela blanca y plata resplandeciente. Hay cientos de platos y cubertería de plata sobre las grandes mesas, y del techo cuelgan candelabros de hierro fundido con velas de cera encendidas. En la plataforma del extremo de la sala, esta la mesa que preside el comedor con todos los profesores, y una silla vacía en el centro, la de Laeddis. Los internos hablan en voz baja, justo lo que uno se imagina de una sala llena de cientos de adolescentes.

Paso entre las mesas y evito las miradas inquisitivas del resto de alumnos. A medio camino de mi sitio de siempre, donde están sentados Axel y Luka, y donde Ludo se dispone a sentarse, Bruno retira su silla. Se levanta mientras sigue hablando con unos chicos y coloca la silla para que tanto el asiento como su cuerpo me intercepten el camino. Ralentizo la marcha sin saber cómo superar este evidente desafío y consciente de esto todos nos prestan atención.

Me detengo delante de Bruno. No se aparta y, por cómo hincha el pecho, estoy convencida de que tampoco tiene intención de hacerlo.

Se me tensan los hombros.

–Perdona. –digo con toda la educación que logro reunir, pero él ni siquiera me mira. –Se que me oyes, Caccini. No eres muy sutil.

Ahora si que se cruzan nuestras miradas.

–Da la vuelta. –dice como si no le importara lo más mínimo que me esté molestando. Sonríe con suficiencia y suena seguro de si mismo. Su pelo rubio refleja la luz de las velas del techo.

Al final de la mesa, Félix se inclina para ver mejor. Elle me dirige una mirada empática. Me quedo mirando a Bruno.

–O podrías moverte literalmente unos centímetros y empujar la silla para que pueda llegar a mi mesa. –replico.

Podría intentar colarme, pero apenas queda espacio y, si cambia el peso y me empuja, me caería sobre la mesa y seguramente sobre un cuchillo estratégicamente colocado.

Considera mi sugerencia.

–Que va, estoy muy cómodo aquí.

Tanto esfuerzo para no ser él quien empiece la pelea.

En el punto de mira©️ (ongoing)Where stories live. Discover now