9. Las dudas del Fantasma

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9 de febrero de 2003.

Los días siguientes me hice el enfermo. No quería ver a los yaltens, tampoco me iba servir distraerme con Bruno. Necesitaba reflexionar. Así que le dije a mi viejo que me dolía la cabeza y me que quedé en la cama. Al principio me malcrió bastante, trayéndome la tele al cuarto y la comida en bandeja. Después se dio cuenta de que no estaba mal en serio, así que hice como que ya me sentía mejor.

Igual aproveché para estar con él. Lo necesitaba. Esa noche esperé a que volviera de trabajar y cocinamos juntos. Después pusimos una película.

—¿Te pasa algo, hijo? —me preguntó mientras comíamos un pollo al champignon en el living, mirando la tele.

—No, todo bien.

—¿Seguro? Ya sé que te enfermaste, pero también me pareció que andabas triste o preocupado.

¿Cómo podía decirle lo que me pasaba? Para hacerlo, tenía que revelarle que era un arcano y que se lo venía ocultando por bastante tiempo. Se iba a enojar.

—Si tenés algún problema con los yaltens, podés decírmelo —continuó—. No estás obligado a seguir estudiando magia si no querés...

—No pasa nada, papi. En serio —contesté, tratando de convencerlo.

—Okey... —respondió y seguimos mirando la tele hasta tarde.

Me fui a acostar. El ángel no apareció en mis sueños, tampoco la angustia y la confusión que me perseguían. Incluso con las dudas que el encuentro con Sebastián había dejado en mi cabeza, fue una de las pocas noches en las que lo olvidé todo y pude dormir tranquilo.

***

10 de febrero de 2003.

En cuanto desperté, decidí ir a hablar con mi madre. Llegué a la casa yalten y Amanda me abrió, contenta de verme. Le alcancé unos mangas de Ranma ½ que había quedado en prestarle, porque sabía que le encantaba la historia, y se fue corriendo a su cuarto a leerlos.

Encontré a mi madre estudiando en la biblioteca con los otros yaltens. Los saludé, sin muchas ganas.

—Qué alegría que estés mejor —comentó—. Te ves bien.

—Necesito hablar con vos —expresé y asintió. Fuimos hacia el patio—. Mamá... volví a soñar con el ángel. Y no se trata de un miedo interior, como dijiste. Está enojado. Lo vi atrapado en una especie de jaula, con unos conductos que le drenaban sus poderes.

Observé su rostro, buscando alguna expresión que indicara su sorpresa al sentirse descubierta, pero solo asintió y frunció el ceño. La noté preocupada de verdad por lo que le contaba. Por un instante, sentí que me había equivocado y me reproché por haber desconfiado de ella.

—Lo voy a consultar con los demás. El ángel acordó esto y debería estar pasándote sus poderes desde su plano de consciencia, sin problemas. Quizás algo inesperado intervino durante el hechizo, atrapando al ángel. Vamos a investigar qué está sucediendo —aseguró—. No te preocupes.

Me dio un apretón suave en el hombro, para tranquilizarme.

—Tengo que decirte algo más. El miércoles a la noche me crucé a un tipo muy poderoso, que me atacó volando en el cielo. Podía disparar rayos, incluso leer mi aura. Primero pensó que era un yalten más y me amenazó, después tomó un sigilo de mi aura y lo disolvió. Justo era el hechizo que me da forma de adulto. Cuando vio que era un chico, me dejó ir, pero me dijo que les advirtiera que la ciudad era de él... Su nombre es Sebastián Glenn. —Mi madre abrió bien los ojos y largó un insulto al escucharme—. ¿Quién es? ¿De dónde se conocen?

—Sebastián era el hijo de dos miembros de la Orden de los Yaltens, muy talentosos y capaces, que fueron los colaboradores más cercanos del emperador Edmundo Clavería. Fallecieron hace unos años. Aunque formó parte de la orden desde su adolescencia, siempre fue muy rebelde y prefirió dedicarse a otros tipos de magia, entre ellos la del caos. Principalmente, buscaba crear su propio sistema y desarrollar sus poderes, en vez de canalizar la magia de San Yalten u otras entidades, como hacíamos nosotros.

»Fue un escándalo cuando se separó de la orden, pero muchos nos lo vimos venir. Nos encontrábamos en pleno conflicto con el Demonio Blanco y él había sido uno de los principales opositores a ese experimento. Lo sentimos como una traición, ya que nos abandonó en el momento en el que nos diezmaba aquel monstro.

»Decía que estábamos pagando nuestros errores, de los que se creía exento. Su mujer había muerto hace unos años y desde entonces se mostraba distante. No supimos más de él. Siempre sospechamos que había formado su propia orden de magos, de hecho se rumoreaba que la había fundado en secreto durante sus últimos años con nosotros y que su mujer era parte de ella. Si se atrevió a amenazarnos, es porque seguro cuenta con seguidores que lo apoyan.

—Creo que es el padre de una chica que es mi compañera de escuela: Anabella. Tienen el mismo apellido.

—Por las dudas, no le digas nada. Probablemente no tiene idea de que su padre es un mago y podrías causarle un daño inmenso. No todo el mundo es capaz de soportar esta realidad. Más si no tiene aptitudes mágicas... en casos así, es mejor que nunca se enteren. A pesar de que su padre se nos oponga, no vamos causarle un mal para obtener ventaja sobre él. Los yaltens no somos así. Vamos a cuidarla, al igual que estamos haciendo con el resto de los habitantes de Costa Santa.

Sus palabras me emocionaron y en ese momento olvidé toda la desconfianza que había venido acumulando. Esa noche volví a patrullar.

***

12 de febrero de 2003.

Pasaron unos días. Estaba volando sobre la peatonal, bien entrada la madrugada. Los locales habían cerrado y no quedaba ni un alma en el lugar, a pesar de estar en temporada de vacaciones. Era miércoles y solo durante el fin de semana, cuando los boliches funcionaban a pleno, la noche no tenía final.

Había llegado hasta esa zona rastreando una energía densa, aunque no podía definir el lugar donde se concentraba. Observé las persianas de los locales cerrados, entre ellos la casa de video juegos, con sus arcades que se veían como bestias sombrías descansando. Escuché unos gritos y volé rápido, siguiendo el sonido. A la altura de la feria, encontré a una familia agachada en la vereda, cubriéndose de unos seres parecidos a espectros blancos, que giraban a su alrededor.

Los aparté con un rayo. Eran cinco y voltearon hacia mí con los ojos encendidos en llamas rojas. Me quedé paralizado durante unos instantes, tratando de descifrar qué eran. No sabía si se trataba de espectros o demonios: se veían como unos esqueletos de flotaban en el aire, vestidos con trapos. Tenían unos cabellos hechos de fuego blanco.

Ellos aprovecharon mi desconcierto y vinieron rápido hacia mí.

Sus uñas se quebraron contra mi piel. Quisieron morderme, pero surgieron llamas de mi cuerpo, que los alejaron. Disparé fuego a dos, que se encendieron y acabaron consumiéndose. Los otros aprovecharon que estaba ocupado y arremetieron de nuevo. Los esquivé rápido y ataqué con una lluvia de rayos, que acabó con ellos.

Las personas seguían acurrucadas en el piso y me observaban, temblando. Eran un hombre y una mujer, con un niño y una niña de aproximadamente diez años.

—Tranquilos, ya está todo bien. Acabé con ellos. Vayan a su casa.

—Sí... muchas gracias, señor —dijo la mujer, recomponiéndose. Ayudó a su marido a ponerse en pie y luego a sus hijos—. Vamos, chicos... —les dijo, tomándolos de las manos.

Despegué y empecé a elevarme en el aire, cuando uno de los niños se soltó de su madre y corrió hacia mí.

—¡Che, Fantasma! ¡Sos genial! —me saludó gritando desde abajo.

—¡Gracias por salvarnos, Fantasma! —se sumó su hermanita.

Los saludé con la mano, riendo, y ellos se pusieron a saltar y chillar, emocionados, mientras su madre insistía con que la siguieran. El padre continuaba mirándome, boquiabierto.

Hice el gesto de la paz con la mano y me alejé volando a toda velocidad, feliz de tener esos poderes y convencido de que ser un héroe era lo mío. Cuando apoyé la cabeza en mi almohada y cerré los ojos, volví a soñar con los alaridos de Cassiel.

Somos Arcanos 3: El Fantasma de Costa SantaWhere stories live. Discover now