Capítulo 7

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—Todo comenzó cuando descubrí que Monique Blanchard le robaba documentos a mi familia para entregárselos a alguien. A un tipo llamado Armando Villegas.

Audrey miró a los ojos a Gustavo Carson y el verde de sus iris reflejó nada más que la sinceridad en sus palabras. No parpadeó, no dubitó ni siquiera porque los nervios la carcomían. Mientras tanto, el padre de Rolland la observó desde el otro lado del escritorio con una mano acariciando su barbilla, y Leonard la escuchaba muy atento, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos.

—¿Cómo supiste que robaba documentos?

Una secretaria escribió las palabras de Gustavo a toda velocidad en su computadora, mientras Audrey se lamió los labios tratando de recordar la coartada que había armado para no involucrar a Darren. El corazón le latía veloz, a sabiendas de que cualquier paso en falso la convertiría en una sospechosa de la muerte de Rolland.

—Un día mi padre me mencionó que las cámaras de su oficina estaban descompuestas —declaró. El sonido de las teclas al ser presionadas solo la alteraban más—. Me resultó extraño porque sabía que contaban con el presupuesto suficiente para arreglarlas, y considerando que Monique era la responsable de llamar a los técnicos, no me costó mucho notar después una insistencia inusual por su parte de quedarse horas extras en el hotel, así que de vez en cuando la vigilaba de cerca, hasta que en una ocasión pude notar que revisaba el archivero de mi padre y extraía carpetas con documentos.

—¿Cómo sabías que eran de tu familia? —indagó el policía.

—Porque en Canadá a veces ayudaba a mi hermano a ordenar la oficina de mi padre y sé de sobra que él solía meter documentos de él o de mi mamá en el último cajón del archivero.

Gustavo volteó a ver a Leonard.

—¿Es cierto eso, señor Williams?

Leonard asintió.

—Así es.

Audrey procedió a seguir narrando su relato.

—Cuando descubrí a Monique husmeando en el archivero, fue del último cajón que extrajo los papeles, por lo que una tarde se lo conté a mi hermano y decidimos seguirla. Eso nos llevó hacia la casa de un hombre llamado Armando Villegas y allí Alexander grabó un par de videos que podrían corroborar mis palabras. Yo...

Gustavo hizo un ademán con la mano para indicar que guardara silencio. Posteriormente se llevó un bolígrafo a la boca y empezó a morder la tapa.

—¿Estás diciendo que se metieron a la casa de ese tal Armando para comprobar que sus sospechas hacia Monique fueran ciertas? —Audrey no tuvo otro remedio que asentir—. Entiendo sus razones, pero eso es hallanamiento de morada. Creo que lo comprendes, ¿no?

—Por supuesto que lo comprendo, señor Carson —dijo, con el ceño fruncido—, pero si comparamos nuestra metida de pata con lo que hicieron Monique y Víctor, creo que ambos sabemos quién saldría perdiendo, ¿no?

Él juntó los labios.

—Sí, claro, aún así creo que deberé infraccionarlos por eso, pero ya veremos su castigo más tarde. Ahora quiero que me sigas contando lo que ocurrió.

La chica suspiró.

Definitivamente aquél no había sido uno de sus mejores días. No solo por el estrés experimentado en su escuela, con medio mundo dándole el pésame por la muerte de Rolland, sino porque había pasado el día entero metida en sus pensamientos en espera de encontrar una treta lo suficientemente creíble como para no involucrar en su testimonio a un fantasma que solo ella podía ver. Eso había sido más difícil de lo que creía, porque todo en su mundo guardaba relación con Darren. Ahora que lo había pensado, existían varias cosas que no habría descubierto de no ser por él, cosa que no era sencilla de ocultar.

Reencarnación II: El MitoWhere stories live. Discover now