Capítulo Veintiuno

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21.


Ser un desertor no es algo de lo que alguien pueda enorgullecerse, menos cuando se trata de dejar el ejército.

Los años que pasaron y el entrenamiento al que fue sometido eran cosas que quería dejar atrás por muchas razones, y la principal, es que había abandonado la base sin autorización alguna.

Ser parte de las fuerzas armadas  de Estados Unidos durante el inicio de la década de los años dosmil no era algo que te hiciera apostar por seguridad.

El conflicto en medio oriente se había extendido de tal forma desde septiembre once del año anterior, que Agustus Min, no tenía ninguna intención de morir como cualquier otro soldado en plena línea de fuego.

Así que terminó vagando por las calles de Nueva york en medio del invierno, sin dinero y sin tener idea de a donde ir después de fugarse. Estaba demás decir que nunca terminó la universidad y que su culpabilidad le hizo tomar la salida que su padre le planteó por años.

Es que, ni siquiera estaba del todo cuerdo pero la moña negra colocada en una de las casas vecinas y la esquela con fotografía en la entrada de la escuela le hicieron sentir culpable, así que quedarse en el Condado dejó de ser una opción para él.

Tal vez marcharse fue su forma de castigarse a sí mismo, o una cobarde salida. Sin importar la respuesta, eso no cambiaba el hecho de que ya habían pasado muchos años desde que dejó su pueblo, y ahora, no tenía un lugar a donde ir.

Así era en la segunda línea, y todas las que le siguen.

Estaba oscureciendo, preocupado, se sentó en las escaleras de uno de los tantos edificios viejos de la ciudad mientras pensaba en qué hacer; pero no esperaba que su espalda se empapara por completo de un momento a otro.

—¡Como lo siento! —dijo una mujer detrás de él desde la puerta de su casa, pues había lanzado un gran balde con agua para limpiar la entrada.

Yoongi se puso de pie y volteó a verla molesto. Pero la expresión de pena en ella disipó su enojo.

—No, no. No importa —dijo viéndola de pies a cabeza. Tenía un mandil a cuadros roto, y su cabello de tono rojizo hacía lucir más pálido su rostro lleno de pecas.

—No puede ser... lo lamento. ¡No quise arruinar su ropa!

—No es nada, sé que no fue intencional. Además, no es como si esta ropa vieja valiera algo —dijo con una sonrisa casi lastimera dispuesto a marcharse.

—Espere —le llamó ella viéndolo atenta, notando la bandera bordada en su maleta y sus botas militares —. Puede pasar a limpiarse, si quiere.

—No. No hace falta.

—Le daré ropa seca —hablaba con mucha seguridad—. Además, es muy tarde, lloverá pronto.

El pelinegro vaciló por unos segundos, él no tenía un lugar a donde ir y todo lo que tenía en su maleta era ropa sucia. Esta era la oportunidad perfecta para no tener que dormir en la calle.

—Voy a aceptarlo, pero solamente porque hace mucho frío aquí afuera —le dijo siguiendo a la mujer hacia adentro.

La casa tenía varios niveles, como un mini edificio de apartamentos común de Nueva York. Ella abrió la puerta del primer apartamento y le dejó entrar con pena. Sus últimos inquilinos habían dejado muy mal la entrada y por eso ella se había dado a la labor de limpiarla.

Observó por un segundo al otro, sus botas y su bolsa eran cosas que ella conocía perfectamente bien, por eso le inspiró confianza, eran iguales a las de su esposo.

LA TEORÍA DE KIM.《version one》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora