17. Enfrentar al propio miedo

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Mi hermano vertió café en una pequeña taza y dejó la cafetera a un lado. Se giró de nuevo hacia mí y, tras dar un pequeño sorbo a la amarga bebida, se apoyó en la encimera.

—Claro que no. ¿Por qué iba a pasar algo con él?

Fruncí el ceño al darme cuenta de que sonría con falsedad de nuevo, y me levanté de la silla donde había estado sentado hasta ahora.

—¿Seguro? Porque últimamente has estado... no sé, raro.

Y era cierto. Judha siempre había sido el rey del misterio —algo bastante acertado teniendo en cuenta que él era “el rey” en nuestro juego de niños—, y cada vez que se acercaba la fecha en la que había fallecido Hannah, comenzaba a comportarse de manera diferente.

Se encerraba en sí mismo y no dejaba que nadie traspasase esa coraza en la que se encerraba. Entendía que sintiese nostalgia al llegar el día en el que Hannah había fallecido, pero era... diferente. No era el mismo sentimiento de nostalgia que, tanto él como yo, sentíamos cuando se aproximaba la fecha en la que habían fallecido nuestros padres.

Parecía sufrir por dentro debido a otra razón que desconocía. Incluso se alejaba de Owen, que era la persona que más le había apoyado durante toda la vida. Y el que más sufría también, aunque el idiota de mi hermano no se diese cuenta de ello.

—Todo está bien —dejó la taza de café a un lado—. Quedan solo un par de días para el aniversario de la muerte de Hannah y he estado preparando cosas. Solo estoy algo cansado, nada más.

Okey. Pero si necesitas hablar de algo, aquí estoy, que no se te olvide.

Judha asintió y, después de despedirme de él, cogí mis llaves y el móvil y salí tranquilamente de casa.

Quería que mi hermano confiase un poco más en mi y hablase las cosas conmigo, aunque yo no hubiese sido demasiado sincero con él en ciertos aspectos. Más de una vez había pensado en decirle todo lo que pasaba con Owen, tanto lo que el de ojos ambarinos sentía por él, como que nos acostábamos por el simple hecho de no sentirnos solos. De olvidarnos por un momento de la cruda realidad e intentar conseguir esa sensación artificial de que había “alguien” ahí que nos correspondía, aunque en la mayoría de los casos no hubiese funcionado.

Pero era Owen el que tenía que dar de una maldita vez ese gran paso de confesar cuánto lo amaba y luchar por él. Ya le había dicho en cientos de ocasiones que él no tenía la culpa de nada, que no era el culpable de que Hannah hubiese muerto aquella tarde, ni era el culpable de haberla traicionado al haberse enamorado de la misma persona de la que se enamoró ella; pero nunca me escuchaba.

Suspiré con cierta pesadez, decidí dejar la mente en blanco por unos instantes, y apreté el paso para llegar lo antes posible al lugar donde me reuniría con Paris.

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—Darel —dijo el de pelo azulado mientras se acercaba corriendo a mí—. ¿De verdad puedo darles de comer a los delfines?

De Príncipes y Princesos ©Where stories live. Discover now